Ella sale de la oficina, esto ya es un caos y no sé nada personal de ella, la única opción que tengo es su amiga Natalie, sé que trabaja para el canal de mi amigo Max Perrie, le pido a David que me consiga su número y en cuestión de minutos ya lo está enviando a mi correo. Lo marco desde mi oficina y en dos tonos contesta.
—Natalie Carson —escucho del otro lado.
—Hola, Natalie, te habla Oliver Anderson…
—¿El esposo de mi amiga? —interrumpe casi de inmediato, ¿esposo de su amiga? Qué fuerte se escucha eso, deseara sonreír triunfante y decir que no, pero esa es mi triste realidad y ni siquiera puedo disfrutar de mi esposa.
—Ehmm —balbuceo—, creo que sí —eso confirma que sí sabe—. Necesito saber cosas de Alex, ya que por si no te enteraste ahora toda América lo sabe. Cosas comunes.
—Por supuesto que me he enterado —ríe, sé que eso ha sido un show para todos—, bueno, ¿qué cosas te puedo decir de ella? Su color favorito es el negro —me había dado cuenta—, adora la comida chatarra —lo sé—, le gusta el básquetbol, en fin, todos los deportes, practicaba kick-boxing en la secundaria —¿kick-boxing? ¡Estupendo! Me puede patear el trasero en cualquier momento, ya me quiero divorciar.
—Suficiente información para mis oídos, gracias Natalie —ya no quiero saber qué más ha practicado.
—No te preocupes, cualquier cosa solo preguntas.
—Que tengas buen día —dicho esto cuelgo la llamada. ¿Kick-boxing? ¿Por qué no la investigué antes de casarme con ella? Nunca me hubiese casado con alguien que sepa kick-boxing.
Termino algunas cuantas tareas y me dirijo a mi casa por la maleta que Rosa ya tiene preparada para mí, no sé qué haría sin Rosa, el chofer me lleva al jet mientras el otro aún no llega con Alex, odio esperar, pero no diré nada porque ahora siento temor de que me golpee. Me dirijo al cuarto del jet mientras quito mi saco y la corbata, dejando solo la camisa blanca del interior, doblo las mangas perfectamente hasta mis codos. Salgo y me siento en mi lugar abrochando mi cinturón. Saco mi laptop y comienzo a leer un informe que Alex ha enviado hoy. Justo cinco minutos después ella entra al jet y se sienta a mi lado.
—Hola, señor jefe —expresa con sarcasmo, me debería molestar, pero ha hecho un buen trabajo con este informe, y tiene una increíble capacidad de redacción.
—Hola, «CARLIN» —contesto, sin despegar la vista del monitor, hago énfasis en su apellido porque sé que se molesta. No quito mis ojos del monitor hasta que siento que pisa mi zapato. La fulmino con la mirada mientras gesticula un «lo siento» con una sonrisa que es difícil decirle que no.
Todo el viaje tranquilo hasta que por un motivo desconcertante Alex comienza a reír a carcajadas.
—¿Puedo saber qué te causa tanta risa, Alex? —la observo con el gesto más serio posible en mi rostro.
—Tu azafata... ¿En serio no sabe que tu esposa va al lado tuyo? —la verdad no lo había notado, casi no presto atención a mi alrededor, empleados son empleados.
—No lo sé. Espero que no porque está guapa —me mofo, no es cualquier mujer la que me parece atractiva.
Alex golpea mi brazo intentando molestarse a modo de broma, pero no puede evitar reír. En unas cuantas horas se queda dormida, se ve tan tierna durmiendo, no parece una persona que puede destrozarte el rostro. Llegamos y es medianoche aquí. El chofer nos lleva al hotel.
—¿Vamos a compartir habitación? —desearía que no fuera así, me causa mucha tensión compartir cama con ella.
—Sí, porque mi hermano también está hospedado aquí, y él no pide habitación separada con su esposa —le contesto mientras un joven hombre abre las puertas del hotel, como siempre Alex agradece hasta por una mosca que vuele alrededor de ella.
Había reservado la suit presidencial, blanca, alfombrada, bastante grande y cómoda para no tener que chocar con Alex por falta de espacio. El balcón retrata una gran vista de toda la ciudad. Me quito la camisa y entro al baño con mi pantalón de pijama en las manos, tomo una relajante ducha y salgo minutos después vestido, tomo mi computador y me siento en un pequeño sillón blanco esquinero, mientras Alex entra al baño.
—¿Por qué no dejas de trabajar? Mejor descansa —dice, una vez que sale, luego de unos minutos. Camina hacia mí y cierra mi laptop. ¿Qué diablos le pasa?
—Odio que cierres mi laptop, Carlin —lo digo de la manera más calmada posible porque lo que menos quiero es pelear—, y no estoy trabajando. Estoy viendo qué te regalo por nuestro primer mes de matrimonio.
—¿Qué? ¿Por qué me regalarías algo? —Alex me mira con intriga y se cruza de brazos.
—Los esposos les regalan cosas a sus esposas todo el tiempo. Además, mi padre me preguntará qué te he regalado.
—Bueno, ya me diste un Bentley, es suficiente.
—Un Bentley que ni usas. Ven, siéntate aquí —doy golpecitos suaves sobre el sillón haciéndole de seña que se siente a mi lado y milagrosamente lo hace.
—¿Qué prefieres? ¿Un yate o un helicóptero? —pregunto, mostrándole ambos en una página de internet.
—¿Qué? Ninguno —espeta, casi de inmediato—. ¿Por qué no me regalas algo más normal? Como un oso de peluche, chocolates o rosas.
¿Osos de peluche? ¿Qué es eso?
—¿En serio? Eso no es un regalo, Alex.
—Oliver, yo no quiero que me regales ese tipo de cosas.
—Cualquier mujer moriría por un regalo como este y ¿tú lo rechazas? —es cierto, ¿qué le pasa a Alex?
—¿Yo parezco cualquier mujer? Para mí hay cosas más importantes que las cosas materiales. Dicen que el dinero no compra la felicidad y es cierto —la observo fijamente con una ceja arqueada.
—Pero compra este tipo de cosas, y es también felicidad —o tal vez no, ¿soy feliz? Tampoco estoy triste.
—Eso no es felicidad, ¿sabes qué es felicidad? Tener a alguien que cuide de ti, alguien a quien abrazar, besar, amar, alguien que te ame incondicionalmente, alguien que esté contigo en las buenas y en las malas; puedes tener todo lo material que desees, pero te despiertas todo los días solo, no tienes quien te cuide, quien te ame, quien se preocupe por ti, tienes encuentros con chicas solo una vez. ¿Y luego qué? Todas esas chicas solo están ahí por interés. ¿Alguna vez te has preguntado quién estaría contigo si no fueras Oliver Anderson?