Su primer encuentro
Olivia recordó ese día muy vívidamente, y los días que habían pasado antes, y los días que habían llegado después. Ella nunca olvidaría un solo segundo, y se cerró a esos recuerdos maravillosos, recordando cómo se habían conocido.
Había sido un día de primavera fría y había estado segura de que la lluvia torrencial repentina, había sido calculada para causarle un sinfín de molestias.
Había pasado por el supermercado local en su camino a casa desde el trabajo caminando por la calle, cegada por la lluvia, llevando su cena en la endeble bolsa de supermercados, el fino plástico cavando en sus dedos.
Y la bolsa se rompió, esparciendo sus compras en el pavimento mojado. Maldiciendo por lo bajo, Oliva se inclinó para recuperar lo que era rescatable, y gruñendo de incredulidad cuando un zapato bien pulido y hecho a mano pisó sus rebanadas de jamón frío. Balanceándose, chocó con un cuerpo delgado y masculino, sintiendo sus manos firmes sobre sus hombros
—No estaba mirando a dónde iba. —Se disculpó el, sus ojos grises sosteniendo los de ella con deleite. Era como sí, pensó Olivia, la reconociera del pasado y la acogía de todo corazón en su vida nuevamente.
Nunca se habían conocido antes, Olivia lo sabía; Por supuesto que ella lo sabía. Pero sintió que lo había conocido toda su vida, que lo había estado esperando.
La lluvia caía como si intentara ahogarlos de la existencia, y ellos simplemente se quedaron allí, ajenos al diluvio que caía, conscientes uno del otro.
Y en ese momento atemporal Olivia perdió todo el sentido común que había tenido, olvidando las solemnes promesas que se había hecho a sí misma sobre nunca ser lo suficientemente estúpida como para volver a enamorarme ... porque estaba sucediendo y estaba extáticamente contenta.
—¡Nos ahogaremos! —Su sonrisa repentina y espectacular de él, la sacudió en pedazos. Una mano se deslizó para tomar la suya. Los dedos de Olivia se cerraron alrededor de los suyos y la sensación de su cálida piel sobre la suya era increíble. Hizo que todo su cuerpo cobrara vida, la hizo sentir que hasta este momento había estado medio muerta y no se había dado cuenta.
Con su mano libre, Jeff recuperó la bolsa con la compra, arrojándola en una papelera. Luego, sus dedos se entrelazaron posesivamente en los suyos, llevándola hasta su coche.
—¿A dónde me llevas? —Dijo ella permitiéndose ser escoltada hacia el asiento del pasajero. Olivia estaba empapada hasta la piel, su traje arruinado, el peso del agua de lluvia arrastraba su lustroso recogido de cabello. Sabía que parecía un desastre y no podía dejar de sonreír.
—Mi hotel. —Señaló con una sonrisa, mientras su auto se adentraba en el flujo del tráfico. —Puedes secarte mientras te preparo algo para comer. Es lo menos que puedo hacer después de arruinar tu cena.
El sentimiento de pertenencia, verdaderamente perteneciente a alguien la hundió. Era un misterio que no podía explicar y ella preguntó,
—¿Estás casado?
—No. ¿Y tú?
—Lo estuve. Pero murió hace cuatro años.
Él le dio una mirada rápida e intensa, luego dirigió su atención al tráfico… o al menos lo que pudo ver a través de la lluvia segadora, los limpiaparabrisas apenas podían hacer mucho por mantener la visibilidad.
—¿Y ahora?
—No ha habido nadie desde entonces. Estoy casada con mi carrera.
Su malvada boca hermosa se curvó.
— Puedo hacerle frente; Una carrera no me es competencia.
—¿Por qué estás compitiendo? —Qué extraño, pensó Oliva, sus ojos brillantes de risa silenciosa, estar sentada aquí, teniendo esta conversación. Ella ni siquiera sabía su nombre.
—El derecho a tenerte en mi cama. —dijo Jeff con suavidad. Su respuesta la dejó sin aliento.
Según los estándares, ella debería exigirle que parase el coche. Pero ella no dijo nada. Oliva ni siquiera le preguntó si pensaba que era el tipo de mujer que se iría a la cama con un hombre, con cualquier hombre, en cualquier momento. Ella sabía, con una profunda alegría instintiva, que él no pensaba en tal cosa.
Olivia simplemente preguntó,
—¿Y crees que eso sucederá?
—Cuando estés lista. Cuando entiendas, como lo hice en el momento en que te miré a los ojos, que somos dos mitades de un todo.
Estaban frente al hotel más lujoso de la ciudad, Oliva se apoyó de su brazo posesivo, parpadeando la lluvia de sus ojos, mientras un portero se apresuraba hacia ellos con un paraguas, y otro tomando las llaves del automóvil para estacionar al elegante monstruo gris.
—Día terrible, Señor Hudson. —dijo cubriéndolos debajo del enorme paraguas, y siendo escoltados por los anchos escalones de piedra.
Entonces se llamaba Hudson. Olivia sonrió para sí misma, un resquicio de felicidad debilitó aún más sus rodillas.
—Te equivocas ahí, Ben, viejo amigo. ¡Es el día más perfecto que jamás amaneció! —Su brazo se apretó alrededor de su pequeña cintura y ella, demasiado aturdida como para comprender lo que ocurría a su alrededor, se apoyó contra él mientras el ascensor los llevaba al último piso del edificio,
Su suite era una declaración tranquila de elegancia restringida, no suntuosa o abrumadora, solo llena de simplicidad refinada, y sus ojos se pararon, asumiendo que costaría una fortuna alojarse aquí.
—Estás temblando. —Jeff tomó sus manos pálidas, calentándolas entre las suyas, pero ella lo corrigió.
—Para serte sincera, no lo había dado cuenta. —Los ojos expresivos de Olivia recorrieron la estancia. —Nunca he estado tan cerca de cómo viven la gente rica.
—Te acostumbrarías. —Si su sonrisa la calentó, sus ojos la quemaron. Olivia sintió que se derretía, aferrándose a la realidad de sus manos fuertes y la cálida piel tranquilizadora, haciéndole saber que esto no era simplemente un sueño fabuloso, que no se despertaría y se encontraría sola. —Cuando necesito estar en Londres, me quedo aquí. Tiendo a vivir entre maletas. Podría funcionar casi tan bien desde una oficina decentemente equipada, con un par de personal permanente dedicado, pero prefiero estar donde está la acción, contratando secretarios y traductores cuando sea necesario. —Se había arrodillado, y se dedicó a quitarle sus zapatos empapados, y después se puso de pie para desabrocharle la chaqueta. —Pero lo que ambos hacemos para ganarnos la vida no es importante. —Los ojos de Jeff eran suaves, sonrientes, su voz era una seducción baja y seductor en sí misma. —Dime tu nombre.