Olivia soltó un chasquido y volvió a dejar el auricular en su sitio, con el cerebro entumecido por el shock y la mirada perdida en el aparato. Entonces empezó a temblar, cogió el auricular y lo dejó colgando deliberadamente. No quería que él volviera a llamar para darle explicaciones sin fundamento. Ahora no podía soportarlo. Luego huyó al baño y se separó de su cena.
Pasó el resto de la noche contemplando un futuro sombrío, sin saber qué iba a hacer, cómo se las arreglaría sin la magia de ser amada, de amar a cambio, de sentirse segura y extasiadamente feliz.
Todo había sido una cruel ilusión. Todo. Sabían tan poco del pasado del otro. Él tenía sus sospechas sobre las suyas y nada de lo que había hecho o dicho las había hecho desaparecer.
¿Había en su pasado una mujer que le calentara la cama en cualquier ciudad en la que se encontrara? ¿Acaso las viejas costumbres no morían?
Nada podía convencerla de que la mujer había estado en su habitación a las siete y media de la mañana por razones inocentes o aceptables. No a esa hora tan temprana, no sonando como lo había hecho al principio... sensual, medio drogada por el sueño, o algo incluso más íntimo.
Saberlo era demasiado doloroso para vivir con ello.
—¡Gracias a Dios que está resuelto! —murmuró James aliviado mientras su vuelo de primera hora de la tarde despegaba del aeropuerto de Pisa. —Al principio temía que consideraran el presupuesto que había hecho el cabrón de mi hermano como un intento de engañar a la empresa. A Bellini, en particular, costó convencerlo de que no habíamos estado intentando tomarles el pelo, perdiendo otro cliente en el último momento, cuando pensábamos que se darían cuenta y buscarían en otra parte, como han hecho muchos otros.
—Pero la excusa de un error informático en el departamento de costes le alisó las plumas.
Olivia esperaba que su acto de eficiencia alegre y suave no estuviera a punto de fallarle. Lo había mantenido desde que partieron hacia Italia hacía tres días, sin permitirse siquiera el lujo de llorar o enfadarse a solas en su habitación por la noche. No podía arriesgarse a que nadie viera el dolor residual en sus ojos a la mañana siguiente.
Pero ahora una cefalea tensional se acumulaba detrás de sus ojos y el dolor se expandía en los confines de su pecho, a punto de estallar. Para disimularlo, siguió canturreando.
—¡Y tampoco es urgente que vueles a casa!
James había telefoneado a su mujer dos veces al día, por la mañana y por la noche, y no le había comunicado ningún problema. Olivia se alegró de que las cosas le fueran bien a la pareja. Habían pasado por malos momentos. Necesitaban un descanso.
Hubo un periodo, hacia un par de años, en el que el matrimonio de ellos pareció tambalearse. Para James, Vanessa había empezado a parecer enferma, miserable, o ambas cosas. Y James había estado inquieto...
Olivia envidiaba la reciente descubierta cercanía entre James y Vanessa, Oliva lamentaba profundamente el estado de su propio matrimonio... pero no se permitiría pensar en eso ahora. No se atrevía. No podía permitirse desmoronarse delante de James por segunda vez.
Y el acto seguía en pie.
—Has estado muy callada desde que aterrizamos —comentó James, con preocupación en la voz…cuando aparcó su coche en la puerta de la casa de ella, algún tiempo después.
—¿Entro contigo? Solo para asegurarme de que todo está bien. ¿Estás bien? —se ofreció.
Para Olivia su estado emocional le era más difícil de contener. Mientras había estado trabajando con James y los italianos había tenido algo en lo que concentrarse. Ahora no había nada más que la traición de Jeff.
—Estoy bien. —Intentó esbozar una sonrisa tranquilizadora. —Simplemente cansada. —Respondió ella.
James le devolvió la sonrisa, la luz del sol del atardecer hacía que sus ojos parecieran más azules que nunca. —Me gustaría de buena gana, que tuvieras el día libre mañana, pero tenemos que tomar una decisión sobre un sustituto para Mickey. Quiero que conciertes entrevistas y hagas los preparativos a primera hora. Así que, por desgracia, lo mejor que puedo hacer es decirte que te vayas pronto a la cama con un buen libro.
La abrazó por los delgados hombros y se inclinó para plantarle un cariñoso beso en un lado de la cara; luego se separó, con los ojos fijos en un punto más allá de su cabeza, y sonando sumamente incómodo, mientras murmuraba, —No me dijiste que Jeff había vuelto al Reino Unido. Te está esperando en la puerta. Supongo que no necesitarás un libro para llevarte a la cama —La cara de James se había enrojecido—. Tal vez, después de todo, debería entrar contigo.
—No. —Olivia se desabrochó el cinturón de seguridad y cogió el bolso de detrás de su asiento.
James entendía lo que quería decir y por qué parecía tan incómodo con la situación. Jeff estaba de pie frente a la puerta abierta, con la cara de piedra. Parecía un hombre en busca de problemas.
En cualquier caso, ya había pasado de fingir, de entablar conversaciones triviales, de inventar excusas cuando no tenía nada en absoluto de qué inventar excusas.
Así que a Jefferson Hudson no le había gustado la forma en que James le había dado un abrazo amistoso y le había plantado un beso cariñoso y agradecido en la mejilla. ¡Que se joda! A ella no le había agradado llamar a su habitación de hotel a primera hora de la mañana para que una de sus fulanas respondiera a su llamada.
Olivia tenía cosas que decirle a su marido sin necesidad de una audiencia. Se quedó de pie en la acera, dispuesta a que sus piernas la sostuvieran en pie, mientras James… con cara de desear estar en cualquier otro sitio menos aquí..., saco su maleta del maletero.
Olivia sostuvo la fría mirada de Jeff con la suya y ni siquiera se giró cuando James les hizo algún comentario inocuo, sin que ninguno de los dos respondiera. Y sólo cuando el sonido del motor se apagó, dejando la calle en silencio, Jeff se dirigió a ella, con voz letal.