Casado Con Una Mafiosa © [#1 Mortem]

Capítulo 11.

DREY.

¿¡Qué carajos crees que haces!? ¡Deberías de estar estudiando, o en cualquier otro sitio que no sea este! Por amor a Dios. Estoy seguro que acabo de ver a Jackson McCain, sospechoso de homicidio de los suburbios de New York.

Suspiro por enésima vez, muevo nerviosamente aquella botella de cerveza que sigue casi que intacta entre mis manos. No se cómo Dakota puede tomar algo tan asqueroso. Nunca he tomado alcohol en mis veinte dos años que tengo de vida, y no espero empezar en este momento, pero al parecer no tengo alternativa. La única razón del porqué no he tirado ese líquido amargo, como lo es la cerveza, es aquí todos parecen andar muy alcoholizados y no quiero que sospechen de mí. Lo  menos que quiero es llamar la atención—más de la debida—de este montón de mafiosos y criminales.

—Aunque la mires fijamente no va a desintegrarse.—un movimiento en mi hombro y una voz que reconozco pasados unos segundos el que creo que el alma salió de mi cuerpo; me sacan abruptamente de mis pensamientos. El ritmo de mi corazón se acelera sin poderlo evitar y levanto la mirada de golpe. Un suspiro de alivio queda bloqueado en mi garganta.

—¿Qué quieres?

Drew levanta una ceja en mi dirección, toma un largo trago a su cerveza y me señala con ella.

—Relájate.—musita con un ligero tono burlón. —Es que hace rato vi a la señora Atheris irse con Dante Coppola y Kenya, así que...ya sabes, sólo estoy aquí para serciorarme de que el prometido de mi buena y amable señora esté bastante cómodo.

Frunzo el ceño, inconscientemente me llevo la botella de cerveza a los labios y le doy un trago. Drew rie al ver mi expresión, y es que si ya la cerveza es asquerosa, caliente lo es mucho más. Resignado le pido al barman que me pase otra cerveza. Me ha entrado una sed de repente, bastante terrible que necesito tomar algo para bajar el pequeño nudo que siento en mi garganta, y ya que aquí solo alcohol ofrecen no me queda de otra.

—Mira.—mascullo mientras hago pasar aquel infernal líquido por mi reseca garganta. —Yo no necesito de ninguna maldita niñera. Si vine a este lugar fue por mera curiosidad, de la cual ya estoy empezando a arrepentirme, así que no te hagas ideas extrañas.

Drew me observa con una mirada  bastante seria, completamente inusual, por un largo y tenso silencio. Me remuevo incómodo al sentir aquella fría mirada fija en mi persona. Todavia no me acostumbro al brillo casi cruel que tienen todos en esa casa, por no mencionar la facilidad o sería mejor decir; la costumbre que al parecer tienen por tratar de intimidar a alguien. Por pura tozudez y orgullo no me permito apartar la mirada, todo lo contrario, la sostengo con una expresión indiferente en mi rostro. Mientras bebo de aquella insípida cerveza, que aunque odie decir, estoy empezando hallar cierto gusto por ella.

—Bien, como tú digas.—responde al fin, seguido de una risa entre dientes. —Pero ya que estas aquí, qué te parece si vemos las carreras. Si mis cálculos no me fallan, ni tampoco mi suerte, está a punto de iniciar una carrera que me hará tres mil dólares más rico.

Drew palmea con fuerza mi espalda, da media vuelta y empieza a caminar. Decido acompañarlo y no porque anhele mucho de su compañía a decir verdad pero como bien dicen; más vale malo conocido que bueno por conocer. Así que ambos empezamos a caminar dejando atrás la barra al aire libre, Drew empieza a dirijirse al fondo de ese espacioso lugar, pasamos como una especie de viejo portón custodiado por unos tipos que personalmente no me gustaría tener algún problema con ellos. Ambos pasamos como si fuéramos los dueños y señores, desde esta distancia alcanzo a ver una gran cantidad de carros y motos bastantes interesantes. Porque así como hay autos y motos jodidamente caros, hay unos que estoy seguro no serán capaz de terminar la carrera.

—¿Cualquier persona puede competir?—pregunto mientras escondo ambas manos en los bolsillos laterales de mi chaqueta.

—Claro.—responde Drew a mi lado. Empuja a un tipo que a duras penas se mantiene de pie, ganándose un gruñido y una maldición, pero nada más que eso. —Lo único que importa es que traigas bastante dinero.

Asiento y muerdo ligeramente mi labio inferior. Una brisa un poco fría revolotea, acompañada por el rugir de los motores, el intenso olor a gasolina y la música obscena que resuena por cada rincón de ese lugar. Sinceramente nunca había experimentado algo como aquello, es como si uno entrara en otro ambiente, otra dimensión. Puedo entender porqué el nombre de El Infierno, y las ropas así como las otras cosas que suceden, si no por lo fácil que es caer en el pecado. Lo fácil que es olvidar de dónde vienes.

—Mira, aquella chica la que tiene el cabello rubio.—dice Drew lo bastante fuerte y cerca como para sacarme de mis pensamientos. Le doy una mirada de reojo a la chica que me señala. —Es Lisa Evans, era la reina de las carreras ilegales.

—¿Era?

Drew ríe entre dientes y le da una mirada no tan disimulada. Sus ojos la recorren desde sus botas negras altas, por sus pronunciadas curvas, hasta su último cabello rubio.



#4942 en Novela romántica
#1960 en Otros
#337 en Acción

En el texto hay: narcotrafico, romance, drogas amor y celos

Editado: 16.06.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.