DREY.
—El programa debe de actuar automáticamente en el momento que algún virus trate de invadir su sistema, debe de eliminarlo y...¡Señor Kirchner! ¡Señor Kirchner!
Abro los ojos sobresaltado, un fuerte dolor atraviesa mi cabeza en el instante que la levanté
abruptamente. Maldigo entre dientes.
—¡Señor Kirchner! Que sea uno de los mejores alumnos no le da derecho alguno para dormirse en mi clase.
Que dolor de cabeza. Díos mío. Creo que me estoy muriendo.
—Lo siento, no volverá a pasar.—balbuceo sin apartar las manos de mi cabeza.
Nunca volveré a tomar una mísera gota de alcohol en mi vida. Todo esto es culpa de Dakota, y puedo apostar a que debe de estarse desconjonando de la risa al saber que estoy con la peor de mis resacas. Hasta me la imagino, con un cigarrillo en mano o una copa de whisky y apoyada sobre su silla; muerta de risa.
—Espero que no.—gruñe el amargado profesor Jhonson. Hago un mueca por el insoportable dolor de cabeza. —Será mejor que salga de clase señor Kirchner, no se ve apto para continuar. Espero en la siguiente venga más dispuesto.
Decido ignorarlo. Meto mis cosas sin delicadeza alguna en mi mochila y salgo como un rayo de aquel lugar. Suspiro de alivio una vez me encuentro en el silencioso y desolado pasillo. Nunca esperé hacer esto pero lo último que quiero es estar en clase escuchando a profesores amargados hablar sobre cosas de las que ya sé. No soy un genio pero cuando eres becado—por lo menos de esta Universidad—debes desayunar libros, almorzar libros, cenar libros y soñar con toda la materia leída.
Me encojo de hombros y presiono con mis dedos las sienes. Lo único que deseo en este momento es estar en mi habitación y dormir una semana entera si eso es posible.
—Maldita migraña.—gruño entre dientes.
Todavía sosteniendo mi cabeza—como si eso fuera aliviar el dolor—salgo a toda velocidad de la Universidad. Me despido del guardia de seguridad con un seco asentimiento y entro al estacionamiento, busco con la mirada la camioneta en la que siempre Drew me espera; una vez la visualizo no pierdo el tiempo y en largas y rapidas zancadas llegó hasta la camioneta. Entrecierro los ojos tratando de ver en dónde está Drew, si en los asientos traseros o en el asiento de piloto, pero aunque fuerce la vista no consigo ver absolutamente. Suspiro sonoramente, toco la ventanilla del lado del piloto con los nudillos, esperando que Drew se despierte porque sé que está igual o peor que yo.
Demonios.
—¡Drew! ¡Abre la maldita puerta!
Normalmente no maldigo, mi madre me enseñó a no hacerlo. Pero creo que es más sencillo quebrar la ventana con una piedra a que Drew despierte. Gruño y golpeo con fuerza la puerta.
—¿Qué quieres?—escucho una puerta abrirse seguido del gruñido de Drew.
Rápidamente dirijo mi mirada hacía donde creo está Drew, terminando de abrir la puerta de los asientos traseros, me asomo; encontrandolo desparramado en todo el espacio de atrás. Levanto una ceja al ver sus ojos rojos que a duras penas se mantienen abiertos.
—¿Qué te sucede? ¿Por qué tanto escándalo?
—Vámonos.
Drew abre los ojos finalmente tras unos cinco intentos, todos fallidos, fijando su mirada azulada en mi persona. Frunce el ceño y me observa como si fuese algún extraterrestre o yo-qué-se.
—¿Qué?—balbucea segundos después. —Repitelo solo que un poco más lento.
Pongo los ojos en blanco y sostengo con mucha más fuerte mi cabeza entre mis manos. Siento que me explotará en cualquier momento. Y no tengo tiempo, ni paciencia, para repetir una y otra vez lo que digo.
—Vámonos.—repito nuevamente. Drew me observa sin entender, bosteza, y a velocidad tortuga empieza a enderezarse. —¡Drew!
—Ya voy, ya voy.—murmura irritado. —De tal novia tal novio, los dos igual de insensibles.
—Te estoy escuchando, ¿sabes?
—Esa era la idea.—responde burlón.
Pongo los ojos en blanco y decido sabiamente ignorarlo. Es lo mejor. A paso tortuga lo observo pasarse hacía los asientos delanteros, entro al auto pero antes tiro la mochila—que cae en alguna parte de atrás—y prácticamente me hago tirado en los asientos traseros. Un suspiro de alivio y felicidad escapa de mis labios, porque aunque mi cabeza todavía se sienta como si fuese a explotar, el estar acostado en los suaves asientos de la camioneta sin tener que soportar regaños—ni tener que soportar seis horas de lo mismo y lo mismo—es el maldito paraíso.
—¿Ocupas una aspirina?
En el instante que a mis oídos llegó la palabra aspirina es como si Drew me haya dicho que me gané la lotería. Me levanto poco a poco, y acepto de muy buena gana la aspirina y la botella de agua.
Esto es vida.
—Ya no formas parte de mi lista negra.—suspiro una vez término de darle un largo trago a la botella de agua.
Drew bufa, masculla algo entre dientes pero no logro escucharlo porque yo ya estaba empezando a acomodarme para pegarme una bien merecida siesta.