DAKOTA.
«Vladímir secuestró a Drey.»
Observo el líquido ámbar que contiene el vaso de vidrio que mi mano izquierda sostiene débilmente. El intenso olor a marihuana, tabaco y alcohol llena cada rincón de este sombrío despacho. Suspiro, levanto la cabeza y le doy una mirada indiferente al desastre que he ocasionado. Toda la alfombra, semi humeda, brilla por los trozos de vidrio de todas mis botellas, la verdad es que solo una sobrevivió y hace mucho me la tomé. Los sillones de cuero han sido rasgados con mi cuchilla preferida, la espuma está desparramada por lugares insólitos. ¿Cómo carajos puede haber espuma encima del escritorio? Observo los documentos que están por todo el suelo, algunos están destrozados y otros arrugados. Pero me importa tan poco.
Nada de eso importa.
—Dakota. Es suficiente, deja de beber tanto alcohol.
Río entre dientes, cierro mis ojos y llevo aquel puro a mis labios, el intenso humo entra a mis pulmones. Retengo el humo en mi boca, los ojos se me enchilan un poco; y sé que los debo de tener de un intenso rojo. Estoy tan drogada que no me importa nada.
—Dakota.
Gruño y levanto la mirada, los párpados se me cierran un poco, sonrío en dirección de mi querida mano derecha. Kenya está en frente de mi, de brazos cruzados y con una mirada reprobatoria. Dejo el vaso a un lado—en el duro suelo—, subo mi pierna izquierda y apoyo el brazo sobre mi rodilla. Vuelvo a darle una larga calada a mi puro, aquellos ojos grises no se apartan de los míos.
—¿Qué te demonios te pasa?—pregunta sin cambiar aquella expresión seria. No sé si está enfadada o algo parecido, aunque la verdad me da igual.
—¿Que qué me pasa?—ladeo mi cabeza y levanto una ceja .
Dejo escapar el humo por mis fosas nasales, sin poderlo evitar empiezo a toser un poco. Río entre dientes. ¿Qué me pasa? La verdad ni yo lo sé. Es como si algo estrujara mi corazón, una opresión en mi pecho no me deja respirar. Además de que siento un frío en mi interior, uno que hacía tiempo no sentía.
Estás pensando puras estupideces, Dakota.
—No me pasa nada.—musito mientra hago el intento de ponerme de pie pero todo a mi alrededor empieza a moverse y me tambaleo. Kenya con sus bien entrenados reflejos acude a mi y me sostiene antes de irme de boca. Maldice entre dientes lo que me provoca una risa histérica.
Kenya pasa uno de mis brazos por encima de sus hombros y me ayuda a sentarme en el destrozado sillón. Ya que estaba sentada en el suelo no tuvo que hacer un gran esfuerzo. Trata de quitarme mi puro, gruño molesta y ambas empezamos a forcejear pero estoy tan mareada que logra quitármelo.
—Vas a bañarte en este momento. Estás tan borracha y drogada que yo no sé ni cómo mierdas sigues consciente.
Meneo mi cabeza porque creo que si hablo vomitaré. Me dejo caer con un largo suspiro contra el respaldo de aquel destrozado sillón y apoyo mi antebrazo sobre mis cerrados ojos. Mi cabeza palpita, un tremendo dolor de cabeza empieza a crecer en mis sienes. Y la verdad no es de extrañar. Es increíble que haya tenido otro ataque de ira, desde la muerte de mi madre no había vuelto a ponerme en este estado.
Es tan patético.
—Ya lo encontraron.
Levanto un poco el antebrazo, lo suficiente para toparme con su mirada, cierro uno de mis ojos y con el otro observo fijamente a Kenya. Aquellos escalofriantes ojos grises no se despegan de mi rostro.
—¿Qué?—balbuceo sin cambiar mi postura. Kenya suspira y pasa una mano por sus dreads.
—Ya encontramos a Drey.
Aquella opresión en mi pecho se intensifica, los latidos de mi corazón empiezan acelerarse peligrosamente. Un estremecimiento recorre cada rincón de mi cuerpo, erizando los vellos de mi nuca en su proceso. Bajo del todo mi antebrazo y con la espalda tensa me enderezo. Abro la boca pero al sentir que mi mandíbula tiembla, así como que empiezo a sentir mi lengua un poco patosa, me permito respirar profundamente.
—¿Dónde está?—mi voz sale en un bajo y ronco gruñido. Los latidos de mi corazón cada vez aumentan su intensidad.
Kenya no cambia aquella expresión seria, aparta por un momento la mirada; algo que le aumenta cierta tensión a mi cuerpo. Y en cuanto empieza a mordisquear su labio inferior, aumentan mis sospechas. Al final, bajo mi intensa mirada, termina suspirando y poniendo de vuelta la mirada en mí.
—Los Ángeles.
Frunzo el ceño, me incorporo lentamente y apoyo mis codos sobre mis muslos. ¿Los Angeles? Eso significa...
—¡Hijo de puta!
Un escalofrío recorre mi cuerpo y aquella furia que tenía ya bajo control vuelve a encenderse en cuestión de segundos. Paso ambas manos fuertemente por mi rostro. Un grueso nudo empieza a formarse en mi garganta. ¡Lo sabía! Sabía que el inútil de Vladímir jamás podría secuestrar a Drey, teniendo a Drew de guardaespaldas. Además de que nunca se le hubiese ocurrido, nadie se metería conmigo. Solo, quizás, el imbécil de Demetrio Anderson.
Como lo odio.