DAKOTA.
Esto tiene que ser una broma.
Ni siquiera me da tiempo el abrir los ojos completamente, porque me ataca una serie de arcadas. Siento como el vómito empieza a subir por mi garganta; al punto que por un instante realmente pienso que vomitaré en las sábanas blancas de mi cama. Retorciendome con violencia consigo salir de mi cama y corro lo más rápido que puedo al baño. Tomando mi cabello negro—lleno de nudos—con una de mis manos y apoyando la otra sobre mi vientre, me inclino. Y es solo cuestión de segundos cuando empiezo a vomitar todo el alcohol ingerido de ayer, incluida mis bilis y mi alma. Trato de detener las arcadas pero es como si no pudiera determe, por un pequeño momento me permito asustarme. Porque nunca me había pasado algo como eso, por no mencionar que estoy empezando a sentirme mal. Muy mal.
—Joder...—gimo y enderezo poco a poco mi espalda.
Cierro mis ojos, con el rostro levantado al techo y empiezo una serie de respiraciones; controlando las ganas de volver a vomitar, por no mencionar los terribles mareos. Mis sienes empiezan a palpitar, producto del tremendo dolor de cabeza que está iniciando, y que estoy segura pasará a una maldita migraña. Tanto en mi espalda, cuello y entre mis pechos, empiezo a sudar frío. Los vellos de mi nuca se erizan ante el escalofrío que recorre cada rincón de mi cuerpo.
No volveré a tomar alcohol de lo que queda del mes. Juro al borde del desmayo.
Pasan unos cinco minutos donde no hago el amago ni de mover los dedos de mis manos. Sólo hasta cuando creo que el mareo pasa, es que abro los ojos poco a poco. Parpadeo acostumbrandome a la luz. Y frunzo el ceño con fuerza.
Vaya forma de despertarse.
Mascullo algo entre dientes, con una ridícula lentitud me muevo y trato de salir del cuarto de baño. Pero me detengo al pasar en frente de un largo espejo de cuerpo entero. Fijo la mirada en mi reflejo, encontrandome con una imagen tan horrible que me hace preguntarme qué demonios fue lo que pasó ayer. Mi cabello negro está lleno de frizz, sucio de sólo Dios sabe qué—y que sinceramente no deseo saber—por no mencionar mi ropa. Que aunque es la misma de ayer, está olorosa a marihuana, alcohol y un sin fin de olores que arrugo la nariz el solo oler tremenda mezcla. Y mi rostro, bueno es que nunca me había visto tan de la mierda. Ojerosa, pálida, con los labios resecos y pálidos. Frunzo el ceño confusa.
¿Qué demonios fue lo que pasó ayer?
Lo único que alcanzo a recodar es que volví a tener una crisis tras la conversación con Drey, de ahí empecé a consumir alcohol a lo loco. En otras palabras sería que tomé hasta caer inconsciente. Incluso, ni siquiera recuerdo haber llegado a mi habitación por mis propios medios. Lo más probable Kenya o alguno de los chicos me trajo. La verdad en este momento no soy capaz de recordar mucho, y tampoco es que me importe a decir verdad, ya que no sería la primera vez. Término por encogerme de hombros y decido tomar un baño en deber de seguir durmiendo, porque en serio que esos olores están empeorando mi dolor de cabeza. Así que volviendo al cuarto de baño, empiezo a desnudarme. Toda la ropa que traía encima la tiro a la basura, entro a la ducha donde paso de largo el agua caliente y abro de lleno la fría.
—¡Ah mierda!
Mi cuerpo se estremece con fuerza, cierro los ojos y mordiendo mi labio inferior aguanto aquella tortura. Que aunque lo más probable muera por hipotermia, por lo menos conseguí espabilarme.
—¿Dakota?
Escucho la puerta de mi habitación abrirse pero no muevo un sólo músculo de mi cuerpo. Las pisadas ligeras de Kenya se escuchan cada vez más cerca, hasta que consigo visualizar unos timberland rojo-vino suela negra.
—¿Qué demonios te pasa?
Lleno mis pulmones de aire en una gran y larga inhalación, poco a poco levanto la mirada; pero mantengo los codos sobre mis muslos y mi barbilla apoyada entre mis dedos entrelazados. Aquellos escalofriantes ojos grises hacen contacto con los míos, la confusión apoderándose de su mirada.
—¿Qué me pasa?—susurro mientras empiezo a reír. —Pasa que me cosere la boca con mis propias tripas.
Kenya abre los ojos como platos y me observa como si estuviese loca. Y no la culpo, porque finalmente ya enloquecí.
«—¿Por qué cada vez que estoy a tu lado mi corazón se acelera? ¿Por qué verte refunfuñado me parece tan divertido? ¿Por qué cada vez que alguna zorra se acerca a ti me provocan ganas de matarlas?»
¡Hija de puta! ¿Qué mierdas me sucede? ¡¿Cómo demonios aquella estupidez pudo salir de mis labios?!
—Da-Dakota...—la voz de Kenya llama mi atención, quito las manos de mi rostro y levanto la mirada, encontrandome con un expresión de cruda sorpresa y espanto en su rostro.