DAKOTA.
—¿Ése es el nuevo cargamento de armas?
Sonrío ampliamente, hasta estoy segura que los ojos me brillan, al ver descargar una serie de cajas de dos camiones. Todos se sorprenden el verme, ya que en cuanto a armas no suelo involucrarme, normalmente los encargados de esto son Thomas y Gilberth. Pero si pasaba un minuto más en esa maldita mansión iba a volverme loca. Y aunque me gustaría molestar a Drey, digamos que no está en sus mejores humores.
—Señora, no esperábamos que viniera.—se acerca Gilberth con una caja sobre el hombro. Me encojo de hombros ante su mirada curiosa.
—Estoy aburrida.—es lo único que respondo. Tanto él como Thomas, que al verme no tardó un segundo en acercarse, comparten una mirada y casi en sincronía suspiran un tanto ruidosos.
Frunzo el entrecejo y me cruzo de hombros.
—¿Qué? ¿Tienen algún problema?
—No es eso.—responde Gilberth mientras baja la caja en un rápido movimiento, una pequeña nube de humo se levanta. —Si no que la última vez que estuvo “aburrida” mandó al hospital a la mitad de su mafia.
—Si no me equivoco lo llamó “entrenamiento intensivo”.—dice esta vez Thomas.
Parpadeo y frunzo un poco más el ceño al ver como ambos me observan como si yo...no sé, fuese alguna clase de niña que cada diez segundos anda haciendo alguna travesura.
—Yo no tengo culpa que sean unos inútiles.—me defiendo. —Si ni siquiera pudieron hacerme una herida significativa, cómo se supone que confíe que van a defenderme en un futuro.
—Y se entiende.—responde Gilberth y ríe entre dientes. —Pero los pobres estaban más preocupados por no recibir una bala de su parte que defenderse.
Al final no puedo evitar soltar una carcajada al acordarme de ése día. Cada tanto me gusta darme una pequeña vuelta por las zonas que pertenecen a mi territorio, ése día en específico decidí visitar la “Zona E”; que más que todo es donde se preparan a los nuevos. Hay una serie de almacenes que sirven como gimnasios, así como un campo abierto para la práctica de armas de fuego. Para desgracia de todos esos inútiles mi paciencia no estaba en su mejor momento. Me encojo de hombros. A las malas se aprende y estoy segura que todos esos buenos para nada sobrevivirán en una lluvia de balas.
—Como sea.—mascullo y pongo los ojos en blanco. —Quiero ver las nuevas armas que Ayshane envió.
Thomas y Gilberth comparten una mirada, pero al final no les queda de otra, así que volviendo a suspirar al unísono hacen lo que les he ordenado. Porque sí maldita sea, fue una orden. Así que los tres nos acercamos a una de las bodegas donde están guardando las cajas, miradas de sorpresa y cautelosas se fijan en mi persona; pero lo único que mis ojos ven son los largos rifles de francotiradores.
—Estos son los Tochnost...
—¡¿Estos son los nuevos fusiles del ejército de Rusia?!—lo interrumpo, sonrío ampliamente y observo fascinada la carátula negra del largo rifle.
—Según esa maldita bruja rusa, los Tochnost todavía no los han implementado al ejército. Pero que estos prototipos se acercan mucho al original.—responde Gilberth con una expresión seria. —Son un poco más pesados a los que estamos acostumbrados usar.
—Sí eso veo.—respondo mientras me lo llevo al hombro. —¿Qué tal el impacto y la precisión?
—Bueno...—murmura Gilberth un poco incómodo. —Todavía no sabemos qué tan fuerte es el impacto. Pero su alcance de tiro es de más de dos kilómetros de distancia. Tiene muy bajo retroceso, un sistema de disparo muy cómodo, la mira es altamente calibrada y un cañón especial que garantiza la máxima precisión.
—Oh. ¿En serio?—un tenue silbido escapa de mis labios y observo la preciosidad que sostengo entre mis manos. Una amplia sonrisa empieza a formarse en mis labios. —¿Perfora cualquier cosa?
—Eh...sí.—responde Gilberth casi que un murmullo.
Asiento sin borrar mi sonrisa, todavía con arma en mano salgo de la bodega y camino hasta un campo abierto; donde algunos utilizan para probar la magnitud de algunas de las armas, granadas incluidas.
—¿Señora, Atheris? ¿Qué piensa hacer con...
—Thomas, Gilberth.—lo interrumpo, detengo y les doy una mirada por encima del hombro. —Traigan todas las armas, avísenles a todos los francotiradores que los quiero en media hora aquí.
—¡Pero...
—¿Me harás volver a repetirlo Gilberth?—entrecierro los ojos y una expresión escalofriante pasa como un destello por mi rostro.
—No señora.—responde dócil. Levanto una ceja, y captando mi orden silenciosa saca su celular y empieza hacer lo que le he ordenado, aunque un tanto enfurruñado. Pero me vale una mierda. Esta es mi mafia, pagué una cantidad absurda por esas armas y puedo hacer lo que me da la real gana.
Giro, fijando mi mirada en el amplio campo. Desde aquí visualizo los blancos, que algunos son maniquis otros son simples blancos; todos llenos de agujeros. Una nueva sonrisa se forma en mi rostro. Vamos a ver qué tan buenos son. No puedo tener a buenos para nada en mi mafia, lo que no sirve que no estorbe. Y yo misma me encargaré de eliminar a esos estorbos.