DREY.
—Tú madre está viva, Dakota. Al parecer no murió como tú todos estos años pensabas.
Con un estremecimiento de miedo recorriendo todo mi cuerpo, observo el rostro de Dakota desfigurarse hasta tomar una expresión casi diría que diabólica. El odio de aquellos ojos negros, poco a poco empezó a devorar la ligera luz que había aparecido en su mirada estas últimas semanas. Doy un paso hacia ella pero Drew interfiere y me regala una mirada que no consigo interpretar.
—Mi madre...—Dakota empezó a caminar lentamente hacia Kenya. —...está muerta.
Kenya retrocede pero al instante se detiene. Desde mi posición observo como su cuerpo se tensa y guarda la pistola con la que hace un momento apuntaba a Dakota, en el cinturón. Cierra sus manos, convirtiéndolas en puños a cada lado de su cuerpo. Y aún cuando Kenya es muchísimo más alta que Dakota, desde mi punto de mi vista; Dakota se ve mucho más amenazante y peligrosa.
—Dakota...
—Cállate.
—¡Maldita sea, Dakota!—gruñe Kenya a centímetros de distancia. Ambas se retan con la mirada. —Drew y yo la vimos. ¿De verdad crees que...
—¡TE DIJE QUE TE CÁLLARAS, MALDITA SEA!
Y de un rápido movimiento, que ni los bien entrenados reflejos de Kenya pudo ver, Dakota la golpea con tanta fuerza que se lleva un buen golpe contra el duro suelo. Una sonrisa cruel se forma en los labios de Dakota al ver la sangre aparecer de una de las cejas de Kenya.
—Tienes que detenerlas.—gruño y empujo a Drew. —Dakota la matará, maldita sea.
—Puede ser.—responde Drew con una expresión seria mientras las observa pelear; pero aún manteniendo su atención en mi persona. —Pero si intervengo, los muertos seremos nosotros.
Paso una mano por cabello, completamente frustrado. Vuelvo a poner mi mirada en el frente al escuchar un gruñido. Kenya finalmente consiguió golpear a Dakota pero en deber de someterla o volverla a golpear, simplemente se separa. Un error que iba a pagarlo muy caro. Aparto la mirada rápidamente al ver aparecer una delgada daga en una de las manos de Dakota.
Demonios. Mi cuerpo se estremece con fuerza al imaginar lo peor. La sangre...la piel desgarrada. Una oleada de náuseas sube por mi garganta.
Pasan unos dos minutos, tal vez, en los cuales no escucho nada. Ni un jadeo, ni nada que me indique algo...sea lo que sea. Tomo una profunda respiración y armandome de valor vuelvo a poner la mirada en ellas. Levanto ambas cejas sorprendido al ver a Kenya a duras penas contener el brazo de Dakota. La punta de la daga a centímetros de uno de sus ojos. Un nuevo escalofrío me recorre al cuerpo, al ver la mirada de aquellos ojos negros y la de esos escalofriantes ojos grises.
Realmente ambas están tratando de matarse. Pienso incrédulo. La respiración queda bloqueada en mi garganta al ver a Dakota llevar con una rapidez, que de verdad me toma muy por sorpresa, la mano su cintura y al instante escucho una fuerte detonación. Drew trata de mantenernos a ambos apartados de su pelea, pero ellas parecen poseídas por el mismísimo diablo. Golpes, disparos, golpes, disparos. La sed de sangre en sus rostros era demasiado intensa.
Maldita sea. Estas mujeres de verdad que están locas.
—No...No. Mi madre. ¡Mi madre está muerta! ¡Muerta!
Con preocupación observo a Dakota tomarse con ambas manos la cabeza y empezar a murmurar por lo bajo; lo mismo una y otra vez. De sus ojos negros, que se veían tan atormentados y opacos, caían amargas lágrimas. Nunca había visto una mirada tan llena de dolor en mi vida. Ella se estaba desmoronando cada vez más.
—D-Dakota...
—¡No! ¡Cállate!
Toma con más fuerza su cabeza y se hace un ovillo sobre el suelo. Kenya se levanta tambaleante, apoyada contra una de las paredes de hierro. Resbala pero antes de caer, de alguna forma consigue volverse a enderezar. Empieza a toser y de su boca salen gruesos hilos de saliva con gran cantidad de sangre. El cuello y gran parte de su camiseta blanca, pasó a ser rojo carmesí; por la sangre que salía de sus reventadas cejas y ni hablar de su labio.
—Dakota.
—¡No!
Todos nos tensamos cuando Dakota se pone de pie, un poco tambaleante, pero de alguna forma lo consigue. Su cabello negro está lleno de nudos y de uno que otro vidrio de la mesa ratona, que está completamente desperazada. Con furia limpia las lágrimas de sus pálidas mejillas, pero esta es la primera vez que la gran Atheris no tiene control sobre sí misma.
—¡Cállate! ¡Tú no sabes nada!—grita mientras la señala con uno de sus temblorosos dedos.
Kenya trata de mantenerse erguida, pero a rayos luz se puede ver que está demasiado cansada como para que sus piernas puedan soportar su peso.