DAKOTA.
Observo con cierta indiferencia pasar a todas esas parejas, algunos con sus hijos, otros con sus mascotas. Todos ajenos a mi presencia, sumergidos en su asquerosa felicidad. No puedo evitar sonreír con cinismo. El humo del cigarrillo bailotea en frente de mí con figuras distorsionadas. Desde el rincón en el que estoy escondida, rodeada de altos y frondosos árboles; observo los portones blancos de aquella majestuosa mansión de Beverly Hills. Le doy una buena calada a mi cigarrillo y acomodo la capucha sobre mi cabeza, escondiendo mi rostro.
Si alguien me llegara a ver o reconocer me metería en grandes problemas. Porque al parecer mi amado padre decidió jugarme con la misma moneda. O sea, le entregó a las autoridades la identidad del tan buscado criminal “Atheris”. No fué para nada bonito ver mi rostro, sobre todo con una imagen que me veo de la mierda, en todos lados con grandes letras en rojo “peligrosa”, “asesina”, “criminal”. Y un poco de estupideces más. Los de la D.E.A están buscándome como si fuese una especie de terrorista. Si quisiera mandar a la mierda a los Estados Unidos, hace mucho lo hubiera hecho. Lo que pasa es que les arde en el orgullo machista que yo, siendo quién soy—una mujer—haya sido más astuta y inteligente que toda esa panda de idiotas. Pero bueno, ése es muy su problema.
Cierro mi chaqueta y dejo escapar una nueva exhalación de humo. Espero pacientemente a que Kenya y Drew vuelvan de investigar. No nos convenía estar los tres aquí, ya que levantaríamos sospechas. Así que mientras ellos investigan, cualquier cosa que me diga quién carajos es esa impostora que se hace llamar Judith Miller, y que al parecer es mi madre. Me encargo de vigilar. Levanto el rostro y frunzo el entrecejo. Las brisas de la noche ya empiezan hacerse presente, y aún cuando no es totalmente de noche; en una o dos horas nos veremos sumergidos totalmente en la oscuridad.
Algo que agradecería enormemente.
Los vellos de mi nuca se erizan. Curiosa observo una Range Rover roja, de ventanas tintadas y grandes aros; bajar la velocidad hasta detenerse en frente de los altos portones blancos de aquella maldita mansión. Me camuflo un poco más entre el alto roble que estos minutos me ha mantenido bajo perfil. Y tensando la mandíbula, observo como el auto entra despreocupadamente mientras los portones se cierran a su paso. Llevo el cigarrillo a mis labios y tomo una profunda calada. Pasado un rato siento uno de los bolsillos traseros de mi pantalón vibrar. Lo saco y respondo la llamada.
—Al parecer piensa escapar hacia Inglaterra.—la voz de Kenya llega firme y seria. —Está programado para dentro de tres horas.
—Supongo que no es tan estúpida.—sonrío contra mi cigarrillo.
—¿Tú crees que se haya enterado que vamos a por ella?
—Tal vez.—me encojo de hombros. —Una persona escapa de un lugar, cuando siente que algo o alguien la persigue. Y si me conoce, como sospecho que lo hace, sabe que cuando tengo en la mira a mi presa; no la dejo escapar así como así.
—Según a lo que pudimos investigar estuvo casada cinco años con un pobre diablo llamado Constatine Delacroix. Dueño de una multimillonaria franquicia de vinos del lado norte de Francia.—responde Kenya con un tono de voz indiferente. —Tal parece que el pobre viejo, que murió de un infarto a sus setenta y ocho años, no le dejó más que seis millones de dólares.
—Tienes que estar bromeando.—río y niego incrédula. —No me extraña que se haya tenido que meter a la prostitución con Demetrio.
—Hablando de eso.—responde y se aclara la garganta. —Según los informantes, tal parece que el prostíbulo que le quemamos a Demetrio; no era el único que ella manejaba.
Ah. Eso significa que realmente su relación con Demetrio es de hace años. Y al parecer muy estrecha. Entrecierro los ojos pensativa. ¿Se tratará realmente de mi madre? Frunzo el ceño y niego. No, eso es imposible. Yo la vi morir ante mis ojos, yo fui la encargada de su entierro. Es una imagen que nunca olvidaré. Así que no puede haber error en su muerte.
—Dile a los chicos que traten de entrar al sistema de electricidad y de seguridad. Este tipo de barrios residenciales cuentan con su propio servicio.
—¿Un apagón?—responde, comprendiendo mi plan.
—Sólo necesitamos unos minutos para entrar a la mansión. Una vez dentro, nadie se dará cuenta de lo que sucede.
—Bien, conseguiremos los planos de la mansión y de todo el lugar. Nos conviene saber qué ruta nos beneficiaría en caso de que necesitemos escapar.
—Me parece bien.—asiento aún cuando ella no puede verme y dejo escapar una larga exhalación. —Esperemos que en dos horas esté lo suficiente oscuro como para poder hacerlo. En caso de que no sea así...
Sonrío ampliamente.
—Tal vez desee dar una pequeña vuelta.
Y si no quiere, de igual forma pienso obligarla.