«—Dakota, mi dulce y preciosa niña. Eres lo mejor que tengo en la vida.»
Escucho a los lejos de mi subconsciente unos gemidos y jadeos de dolor. Abro los ojos, tomo una disimulada bocanada de aire y me enfrento a la realidad.
—¿D-Dónde...¿¡Da-Dakota!?
Levanto la mirada de la punta de mis sucias botas militares, manteniendo todavía los antebrazos apoyados en mis piernas. Y lo primero que mis ojos negros ven son unos rasgados ojos color caramelo.
—Primero...—musito con un tono de voz peligrosamente suave y carente de emoción. —Para ti soy Atheris. Segundo, tienes diez segundos exactos para que me digas quién mierdas eres. Y tercero, creo que no tengo que decir nada más, ¿o sí?
Apunto, sin inmutarme si quiera por su expresión de pánico y terror, al centro de su frente con mi pistola favorita. Levanto una ceja en su dirección.
—El tiempo corre...
—Da-Dakota.—murmura, con las mejillas pálidas. —Y-Yo no...
La interrumpo con un suspiro lleno de fastidio.
—Respuesta equivocada.—me levanto lentamente de aquella silla, me acerco a ella y de un rápido movimiento golpeo su rostro con la pistola. Tomo un puñado de su cabello y acerco mi pistola a su sien. —¿Quién mierdas eres?
La mujer limpia la sangre de su labio con la lengua, una sonrisa escalofriante, casi psicópata, se forma en aquel bello rostro. Finalmente haciendo caer la fachada de temerosa y débil, que inútilmente trataba de hacerme creer.
—¿Sorprendida, de ver el rostro de la que tú creías tu madre?—escupe con burla y malicia. El enojo empieza a recorrerme, y sé que si ésta maldita zorra no habla, la mataré. —Pobre de la pequeña y estúpida Dakota, tener que ver como su madre se moría y no poder hacer nada...
Le doy un nuevo golpe, y a ése le siguieron tres más. Tomo de su mandíbula con fuerza, mis dedos se entierran sin piedad en su blanca piel, arrancando un gemido de dolor de su parte. Se retuerce, tratando de escapar de mi agarre, pero Drew y Kenya se encargaron de dejarla completamente a mi disposición. Trata de levantarse pero al tener ambos brazos amarrados a los postes que están a los pies de la enorme cama king, le dificulta mucho la movilidad.
—Te lo vuelvo a repetir. ¿Quién mierdas eres?
La mujer ríe con una sonora carcajada. Pero su sonrisa, así como su risa, lentamente se borran cuando aquella sonrisa escalofriante se forma en mi rostro.
—Bueno, ya que no quisiste hacerlo a las buenas lo haremos a las malas.
La suelto con fuerza, haciendo rebotar su cabeza. Camino hasta la silla, de donde tomo entre mis manos el estuche de cuero que Drew amablemente me vino a dejar. Lo dejo encima del suave edredón de esa enorme cama king. Mientras lo abro—y lo estiro—no puedo evitar sonreír al ver mis bellas cuchillas. Ésas que utilizo mayormente para torturar. Agarro una, acostumbrando mi mano a volver a tener un arma tan pequeña y tan mortífera. Lo mucho que tiene la hoja son cinco o seis centímetros. Juego con ella entre mis manos y dejo que Judith observe mis juguetes.
—¡E-Espera por favor!—grita al verme acercarme.
Mi sonrisa se ensancha al ver el miedo infundido en sus ojos. Esa sensación de manipulación, de control sobre mis adversarios, es simplemente magnífica.
—Te lo vuelvo a preguntar.—musito mientras paso mi cuchilla por su mejilla, la mujer se estremece y trata de rehuir del tacto frío de la hoja. —¿Quién eres? ¿Qué trato tienes con el bastardo de Demetrio?
La mujer balbucea algo que no logro entender, tiembla cuando paso mi cuchilla cerca de su cuello, brazos y mejillas. De un rápido movimiento que al cabo de unos segundos ella se percata; corto su mejilla izquierda. Un hilito de sangre resbala por su pálida mejilla.
—¡Espera! ¡Espera, por favor!—lloriquea mientras trata de deshacerse de las cuerdas. —¡Te lo diré todo, pero por favor no me hagas nada!
Sonrío de medio lado. Jugando con la cuchilla entre mis manos vuelvo a tomar asiento en la silla en la que hace un rato estaba sentada; esperando que finalmente despertara. Levanto la mirada y una cierta satisfacción me recorre al ver el odio en esos ojos. Cruzo las piernas, dejando mi talón sobre mi rodilla. Y espero a que finalmente hable. Sin embargo, no puedo evitar observarla fijamente. Tengo que aceptar que el parecido es increíble y por unos instantes realmente pienso que es mi madre, pero sé que no lo es. Ella no tenía una mirada tan llena de maldad.
—Mi nombre es Judith Miller, era la hermana gemela de tu madre, Julie Miller.—dice al cabo de unos tensos segundos en silencio.
Ni siquiera muevo un dedo, así como la facciones de mi rostro no se alteran. Ella me mira como tratando de buscar algo en mi rostro, pero no encontrará nada. Además tampoco es que me sorprenda, aunque ambas físicamente son idénticas, hay muchos detalles que no comparten. Pero lo que quiero saber es, ¿por qué mierdas nunca supe sobre ella? ¿Qué relación es la que tiene con mi padre? Algo ahí todavía no me convence, pero así sea a punta de amenazas pienso averiguarlo todo.