DAKOTA.
—Buenos días.
Levanto la mirada de mi reflejo, aquellos hermosos ojos verdes azulados se clavan en los míos gracias al espejo cuerpo completo que está en frente de mi.
—Buenos días.—respondo de vuelta. Él sonríe, besa mi mejilla, de inmediato pasa sus manos por mi cintura hasta llegar a mi hinchado vientre.
—¿Nerviosa?—pregunta cerca de mi oído. Suspiro, me doy media vuelta todavía en sus brazos, enrollo los míos en su cintura y escondo mi rostro en su pecho. De inmediato siento salir las malditas lágrimas sin permiso.
—¿Qué pasa?—pregunta un Drey bastante preocupado. Niego, sorbo por mi nariz pero las lágrimas no se detienen. ¿Por qué mierdas mi hormonas se alteran de esa manera? ¿Qué mierdas les sucede? Nunca he sido una llorona, llorar es de débiles.
—Dakota.
Drey consigue tomar mi rostro entre sus manos, aquellos ojos siguen teniendo ese brillo inocente que me vuelve loca. Sin embargo los míos siguen teniendo la misma crueldad.
—¿Estás bien?—pregunta mientras limpias las estúpidas lágrimas de mi rostro. Asiento en su dirección, él frunce el entrecejo claramente no creyendo lo que le digo. Pero, ¿cómo quiere que le diga lo que ronda en mi mente? Algo nada bueno a decir verdad. No me quiero imaginar su expresión si le confieso mi problema.
—¿Nos vamos? Temo que Wyatt se lastime al dejarlo solo.—dice sacándome de mis pensamientos. Sonrío un poco falsa en su dirección.
—Vé. Iré en unos minutos, término de alistarme y bajo.—respondo sin borrar esa mueca por sonrisa que tengo en mi rostro. Drey me mira fijamente por unos segundos, sé que sospecha que algo me sucede pero no dice nada. Algo que agradezco mentalmente.
—Está bien.—murmura. Besa mi mejilla, se pone de cuclillas y besa mi vientre hinchado. Susurra algo que no consigo escuchar, se vuelve a formar un nudo en mi garganta. Lo observo salir un poco triste de nuestra habitación, suelto el aire que no sabía que estaba conteniendo al escuchar la puerta cerrarse.
Demonios.
Paso con frustración mis manos por mi rostro y luego por mi cabello. Vuelvo a clavar mi mirada en mi reflejo, una Dakota rubia de falsos ojos azules y con una panza de embarazada de exactamente tres meses me devuelve la mirada. ¿Dónde quedó esa mafiosa de cabello negro y ojos oscuros como la noche?
Muerta. Ella está muerta.
Un estremecimiento recorre todo mi cuerpo, inconscientemente busco mis cigarrillos pero al instante me detengo. No fumé, ni me drogué o consumí alguna gota de alcohol estando embarazada de Wyatt, y no pienso hacerlo con éste nuevo o nueva bebé. Vuelvo a pasar mis manos con frustración por mi cabello. Siento un repentino enojo recorrer todo mi cuerpo, ¿por qué demonios no puedo ser como todas esas mujeres normales? Ellas sólo se preocupan en atender a su familia, velar por sus hijos y esposo, hacer de una simple casa su hogar. Con eso no quiero dar a entender que no me preocupa mi familia, pero definitivamente una “mujer normal” no tiene que estarse preocupando si su droga se distribuye por el extranjero, y sobre todo, ellas no tienen que estarse preocupando si la policía se entera de su verdadera identidad.
—Maldita sea.—maldigo mientras busco mi chaqueta, así como mis documentos.
Hoy Drey y yo iremos a conocer el sexo del bebé. Al tener mi propia clínica, hay varios especialistas trabajando para mi, no tengo que preocuparme por mi verdadera identidad. Así como tampoco tengo que vestir tan incómoda, soy realmente feliz con mi camisa blanca manga corta que provoca que mi embarazo sea mas notorio, unos pantalones negros rotos en las rodillas y mis militares. Cuando encuentro mi chaqueta negra con capucha me la pongo rápidamente, me acerco a la caja fuerte que contiene algunos documentos y un arma. No es ni de cerca tan bonita o buena como la que tenía antes, ésa con la que maté a todos los Anderson.
Suspiro nuevamente. Ves lo que digo. Ninguna mujer normal tiene armas en su casa, o mata a tantas personas y no siente remordimiento alguno. Paso un mano por mi vientre.
Lo siento cariño. Tu madre nunca será una mujer normal.
—Sigues estando muy distraída.—levanto la mirada de mi abdomen desnudo. A pesar que tengo solamente tres meses se nota bastante a decir verdad. —¿No quieres éste bebé?
Levanto mis cejas pero al instante las frunzo.
—¿De qué mierdas hablas?—respondo sin apartar mi ojos azules falsos de los suyos, que me observan un poco tristes. —Por supuesto que sí lo quiero, aunque no niego que es muy pronto teniendo en cuenta que Wyatt tiene solamente tres años.