DAKOTA.
—Señora, el señor Tsukasa está aquí.
Frunzo el ceño, de inmediato levanto la mirada del rostro dormido de mi hija y observo extrañada—por no decir—sorprendida aquellos escalofriantes ojos grises.
—Mi hermosa y peligrosa Jigoku no joō.
Mis ojos se apartan del rostro serio de Kenya y clavo mi mirada en unos ojos negros ligeramente rasgados que pertenecen a uno de los más importantes en el mundo de la mafia.
—Shinobu, qué sorpresa verte aquí.—trato de no demostrar lo mucho que me sorprende verlo aquí, pero aquellos ojos negros brillan divertidos y sé que se ha percatado de mis intentos por mantener una expresión neutral.
—Es que me enteré que volviste del mundo de los muertos, y sólo quise pasar a saludar.—comenta mientras esconde las manos en los bolsillos del caro pantalón negro que lo hace ver atractivo e intimidante. Frunzo el ceño ligeramente. ¿Realmente cree o piensa que voy a creerme que vino desde Japón por eso? Sé que me he apartado de ése mundo, pero las malas mañas nunca se pierden.
—¿Mami?—la voz infantil de mi hijo hace que aparte la mirada de Shinobu, y la clave en sus hermosos ojos.
—¿Sí cariño?—pregunto ignorando el hecho de que uno de los hombres más buscados, que además es el líder de la yakuza más temida en el mundo, está en mi casa, frente a mis hijos.
—Qu'ero jugo.—responde mi hijo sin apartar sus enormes ojos verde-azulados de mis falsos ojos azules.
Odio utilizar esas malditas lentillas pero ya que cada vez socios o “amistades” de Drey vienen de visita no puedo permitir que me vean con mis verdaderos ojos. No me quiero imaginar el enorme problema que sería.
—¡Kenya!—llamo a mi mano derecha, que a pesar que estoy “retirada” sigue trabajando para mí.
En el momento que entra le pido que acompañe a Shinobu a mi despacho, que aunque no lo he estrenado o sería mejor decir; no lo he utilizado para fines de negocios, sigue siendo mío. El líder de los Yamagushi—gumi me regala una mirada divertida antes de seguir a Kenya a la segunda planta.
Sosteniendo a mi dormida hija de un año entre un brazo, tomo con mi otra mano la pequeña mano de Wyatt y empiezo a caminar hasta el comedor. Llamo a una de las sirvientas para que le traigan jugo a mi hijo, Wyatt tiene una ligera obsesión por el jugo de manzana. No le gusta la leche, ni siquiera las que traen sabores. Él no cambia su jugo de manzana. Ordeno también que le traigan sus galletas preferidas, siento a mi hijo en su silla que forma parte del comedor y lo observo por unos segundos disfrutar de su merienda.
—¿Ari pue'e jugar?—pregunta con la boca llena de galletas. Frunzo ligeramente el ceño, acomodo a mi hija entre mis brazos.
—No cariño, Ariadna tiene que tomar su siesta. Si no se pone de mal humor.—respondo mientras limpio algunas migajas de sus mejillas. Un ceño ligeramente fruncido aparece en el rostro de mi hijo, al final se encoge de hombros y sigue disfrutando de su jugo y de sus galletas. A veces me toma por sorpresa el gran parecido que tiene con Drey, salvo por el cabello negro, definitivamente ambos son como dos gotas de agua.
Suspiro, giro sobre mis talones y salgo del comedor encontrándome con Kenya bajando las largas escaleras de mármol negro.
—¿Todo bien?
Ella asiente manteniendo una expresión seria, no tengo que ser una genia para saber que ella también está sorprendida e incluso cautelosa del porqué Shinobu está aquí.
—Si quieres me encargo de acostar a Ariadna en su cuna.—dice mientras clava su mirada en el rostro tranquilo de mi hija. Asiento agradecida, ella sabe que tengo negocios que hacer, y aunque le prometí a Drey mantenerme lejos de ése mundo mientras mis hijos necesitan más que nunca de mí, no puedo ignorar el hecho de que el líder de los Yamagushi—gumi ha venido. ¿A qué? No sé. Pero pienso averiguarlo muy pronto.
—Definitivamente la muerte te sienta. Quién iba a pensar que la mafiosa más temida y buscada, ahora es esposa de un magnate informático, y con dos Shison.—dice mientras le da una larga calada a su puro. A mis fosas nasales llega el olor demasiado fuerte del tabaco, observo la nube de himo salir de sus fosas nasales. —Siempre he dicho que eres una mujer muy interesante, y sigo pensando lo mismo.
Levanto una ceja en su dirección, paso una mano por mi ahora corto cabello rubio, las ganas de fumarme un cigarrillo me atormenta un poco pero como tengo buen control sobre mí misma consigo controlar ése deseo. Esas ansias de sentir la nicotina o la marihuana ingresando a mi cuerpo.
—¿No lo extrañas?—su voz me saca de mis pensamientos. Frunzo mi ceño, cruzo los brazos a la altura de mi pecho, arrecostandome del todo al respaldo de mi silla de cuero.