¡¿casados?!

DESCRIPCIÓN

Jade pasó meses organizando la boda de sus sueños. Cada detalle era perfecto, justo como lo había imaginado. Su prometido le concedió cada capricho, y cuando llegó el gran día, caminó por la alfombra de pétalos con un torbellino de emociones en el pecho. Sin embargo, algo dentro de ella le susurraba que ese hombre no era el indicado.

Ese presentimiento se hizo realidad cuando, al llegar a su lado, su novio la miró por breves segundos, luego simplemente pasó de largo, como si fuera una extraña.

Desconcertada, Jade giró para encararlo, pero él ya había avanzado varios pasos. Llamó su nombre, pero él ni siquiera tuvo la cortesía de detenerse. Desesperada, intentó alcanzarlo, pero su vestido se enredó y cayó de bruces en el suelo. Ni siquiera eso lo hizo voltear. Solo subió a su auto y desapareció.

El silencio pesó en el aire. Nadie se atrevió a acercarse, solo la observaban desde lejos, como si fuera un espectáculo trágico del que no podían apartar la mirada.

—¿Qué hice mal? —susurró Jade, sintiendo que su mundo se derrumbaba.

—Tal vez tuvo una emergencia —dijo una mujer con torpe amabilidad, apoyando una mano en su hombro.

—¿Y por qué no me lo dijo? —espetó Jade, cada vez más furiosa.

El dolor pronto se convirtió en rabia. Se levantó con determinación y empezó a destrozar la decoración. Lanzó flores, volteó mesas y, en un arranque de ira, corrió al área de recepción y comenzó a tirar la comida. Cuando finalmente el cansancio la venció, se dejó caer en una silla y se sirvió una copa de champán. Una copa tras otra, hasta que la noche cayó y todos los invitados se marcharon, dejándola sola con su tragedia.

Lo que no sabía era que alguien la observaba.

Rohan también esperaba a su novia en el altar. Contaba los segundos para verla, para dar el gran paso. Pero los minutos pasaban y ella no aparecía. Su inquietud creció hasta que salió a buscarla. Fue entonces cuando la vio… pero no sola.

Otro hombre se acercó a ella, la tomó del rostro y la besó con pasión.

Rohan sintió cómo el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Su novia, la mujer en la que confió ciegamente, lo estaba engañando en el mismísimo día de su boda.

No se quedó a ver más. Se alejó del lugar, con el corazón hecho añicos, y terminó en un jardín donde otra celebración parecía haber quedado en ruinas. En medio del desastre, una novia bebía sola.

Se acercó sin pensarlo.

—¿Qué haces celebrando sola? —preguntó.

Jade levantó la vista y sus ojos chocaron con los de él.

—Aún sigo soltera —respondió con una risa amarga.

—¿Fuiste abandonada en el altar?

Ella se tensó y lo miró con recelo.

—¡Sí, sí fui abandonada en el altar! —vociferó, sintiendo que lo decía en voz alta por primera vez.

—Qué coincidencia. Yo también —dijo él, tomando asiento a su lado. Levantó su copa. —Salud por eso.

Le arrebató la bebida y bebió de un trago.

—¡Oye, esa era mía! —protestó Jade.

—Ya no beberás más.

—¿Ah, sí? ¿Y quién lo dice?

—Yo.

Sin más preámbulos, sacó de su bolsillo una caja de terciopelo rojo y se arrodilló frente a ella.

—¿Quieres casarte conmigo?

Jade sintió que el mundo giraba.

—…¿Qué?

—Acabas de ser abandonada, yo también. No tenemos nada que perder —dijo con una tranquilidad absurda.

Ella lo miró, con los ojos nublados por el alcohol y las lágrimas.

¿Cómo era posible que, después de ser abandonada en el altar, la primera propuesta de matrimonio que recibiera fuera de un completo desconocido?

A la mañana siguiente, Jade despertó con el peor dolor de cabeza de su vida. Se estiró, sintiendo una punzada en el cuerpo. Frunció el ceño. Algo no cuadraba.

Su habitación era más grande, lujosa… y tenía vista al mar.

Escuchó voces y su alarma creció.

—Sí, señor. Aquí está el certificado de su boda —dijo alguien.

—Gracias —respondió otra voz.

Su piel se erizó.

¿Certificado de qué?

Miró su mano y, al ver el anillo en su dedo, pegó un grito.

Un segundo después, la puerta se abrió de golpe y ahí estaba él.

—¿Qué sucede? —preguntó, mirándola con calma.

Jade lo señaló con horror.

—¿Qué hago aquí? ¿Quién eres tú?

Él cruzó los brazos y sonrió.

—Soy tu esposo.

Ella sintió que el alma se le salía del cuerpo.

—¡¿Estamos casados?! ¡¿CASADOS?!




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