¡¿casados?!

CAPÍTULO 001

Abandonados en el altar

Desde el momento en que Jacob le propuso matrimonio, Jade se sumergió en la planificación de su boda con una dedicación absoluta. Cada detalle debía ser perfecto. Durante meses, se despertaba con listas de pendientes en la cabeza y se dormía imaginando cómo sería caminar hacia el altar vestida de blanco.

La elección del vestido fue un evento en sí mismo. Pasó semanas visitando boutiques hasta que encontró el indicado: un diseño de encaje con una falda vaporosa y un corsé que realzaba su figura. Se imaginaba a Jacob mirándola con adoración mientras ella avanzaba hacia él.

Las flores, los centros de mesa, la música, el menú… todo debía ser perfecto. Pero con la perfección vino el estrés. Noches de insomnio, correos interminables con proveedores, discusiones sobre la lista de invitados. Cada vez que le preguntaba a Jacob si quería cambiar algo, él respondía con la misma indiferencia:

—No, amor. Haz como quieras.

En su momento, lo tomó como un gesto de confianza. Ahora, mirando en retrospectiva, ¿era confianza o desinterés?

La espera se hacía eterna, pero cuando finalmente llegó el gran día, todo valió la pena. La decoración era un cuento de hadas: un pasillo cubierto de pétalos de rosa, candelabros iluminando el lugar con una luz cálida, y un arco floral donde ella y Jacob unirían sus vidas para siempre.

O al menos, eso creyó.

Jade estaba lista. Su corazón latía con fuerza mientras esperaba la señal para avanzar.

Respiró hondo, sintiendo el nudo de nervios en su estómago. No era miedo, sino emoción. Por fin estaba aquí. Por fin sería la esposa de Jacob.

Cuando las puertas se abrieron, los murmullos cesaron y la música empezó a sonar. Jade avanzó lentamente sobre la alfombra de pétalos, aferrándose al ramo con fuerza. Todo se sentía mágico.

Pero al alzar la mirada, algo dentro de ella se torció.

Jacob estaba en el altar, pero su expresión no reflejaba felicidad. Ni siquiera sonrió al verla. Solo la contempló por breves segundos, luego bajó la mirada y, sin más, se giró y comenzó a caminar.

Jade parpadeó, confundida.

¿Qué está haciendo?

Los invitados susurraban, atónitos.

—Jacob… —lo llamó con voz temblorosa.

Él no se detuvo.

El pánico la golpeó con fuerza. Su hermoso sueño de amor se estaba desmoronando ante sus ojos.

—¡Jacob! —su tono se quebró mientras apuraba el paso, intentando alcanzarlo.

Pero él siguió avanzando, impasible.

Desesperada, corrió tras él, sin importarle que todos la vieran. Sus pies tropezaron con la larga falda de su vestido y, en un segundo, cayó al suelo con un golpe seco. Un murmullo de sorpresa recorrió a los presentes.

El dolor físico era insignificante comparado con la angustia en su pecho. Desde el suelo, con lágrimas nublando su visión, lo vio abrir la puerta de su auto, entrar y arrancar sin siquiera mirar atrás.

Se fue.

Así, sin una palabra.

Sin una explicación.

El grito de una mujer rota

Jade se quedó inmóvil en medio del pasillo, su hermoso vestido ahora sucio y arrugado.

Esto no está pasando.

Las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro.

—¿Qué hice mal? —susurró, abrazando sus propias manos.

Los invitados la miraban desde lejos, sin atreverse a acercarse.

Su pecho subía y bajaba con fuerza. Un calor furioso se apoderó de ella y su dolor se convirtió en rabia.

—¿Acaso no me amaba? —gritó, su voz temblando por la ira y la tristeza. —¿No era lo suficientemente buena para ser su esposa?

Algunos invitados apartaron la mirada, incómodos.

Una mujer mayor se atrevió a dar un paso adelante y le tocó el hombro con cautela.

—Tal vez tuvo una emergencia y por eso se marchó… —dijo en un tono conciliador.

Jade giró el rostro bruscamente, con los ojos enrojecidos.

—¿Y por qué no me lo dijo? —soltó, con amargura.

No esperó respuesta. Se levantó bruscamente y empezó a arrancar las flores del altar.

El llanto se transformó en gritos ahogados mientras tumbaba jarrones, lanzaba velas al suelo y empujaba las mesas con furia.

Cuando la decoración del altar quedó reducida a un desastre, se dirigió al área de recepción. Allí, los platos delicadamente servidos esperaban a los invitados.

Jade tomó un pastel y lo lanzó al suelo. Luego otro. Y otro más.

Algunos camareros intentaron intervenir, pero nadie se atrevió a detenerla.

Ya sin fuerzas, se dejó caer sobre una silla. Su pecho subía y bajaba rápidamente, su cuerpo agotado por el torbellino de emociones.

Frente a ella, una botella de champán aún intacta relucía bajo las luces del salón.

Sin dudarlo, la tomó, descorchó la botella y llenó una copa hasta el borde.

Bebió de un solo trago.

Luego otra.

Y otra más.

La noche cayó y los invitados comenzaron a marcharse, dejando a Jade sola con su dolor.

El amargo sabor de la traición se mezclaba con la burbujeante sensación del alcohol.

Ya no lloraba. Ya no gritaba.

Solo bebía.

Le dolía todo.

El amor, la humillación, la incertidumbre de no saber por qué Jacob la había dejado así.

Y entonces, entre las sombras de la noche, sintió una mirada sobre ella.

Levantó la cabeza lentamente y sus ojos se encontraron con los de un hombre que la observaba desde la distancia.

No apartó la mirada.

Él tampoco.

Y así, entre copas rotas y promesas incumplidas, el destino de Jade dio un giro inesperado.

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Rohan estaba de pie en el altar, con el corazón latiendo con fuerza. Su traje estaba perfectamente ajustado, su cabello impecable y en su rostro había una mezcla de nerviosismo y emoción. Hoy era el día. Hoy se casaría con la mujer que amaba.

Los invitados murmuraban entre ellos, emocionados, mientras la música sonaba suavemente de fondo. Pero los minutos pasaban, y su novia no aparecía.




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