Un contrato entre esposos
Jade sintió que su alma abandonaba su cuerpo por un segundo. Su cabeza daba vueltas, su boca estaba seca y, lo peor de todo, tenía un anillo en el dedo anular.
—No puede ser… no puede ser… —susurró en pánico.
Pero Rohan, sentado cómodamente en un sillón de la habitación, la observaba con una tranquilidad exasperante.
—Pero lo es.
Levantó la vista y lo encontró mirándola con tranquilidad, como si le dijera que acababa de comprar pan y no que se habían casado en una boda improvisada.
Jade se llevó una mano a la frente, tratando de procesar la información.
—Esto… esto es un malentendido. Yo no quería casarme.
—Bueno, anoche decías lo contrario.
—¡Me embriagaste! ¡Aprovechaste que estaba borracha!
—Sí, lo estabas. Pero yo no te obligué —dijo él con serenidad—. De hecho, fuiste bastante entusiasta al decir "sí, acepto".
Jade sintió que la sangre abandonaba su rostro.
—¡Entonces no cuenta!
—Cuenta lo suficiente como para que el certificado de matrimonio sea completamente legal.
Jade sintió que su visión se nublaba. Tomó el papel que él le había dejado en la cama y casi sufre un infarto al ver su firma y su huella digital ahí, en negro sobre blanco, como una sentencia de por vida.
—Firma y con huella digital. Todo legal.
Jade sintió que su respiración se aceleraba.
Esto no podía estar pasando.
No podía estar casada con un desconocido.
—Dios mío… —murmuró.
—Dios no tiene nada que ver con esto, esposa.
Ella lo fulminó con la mirada.
—¡No me llames así!
—¿Por qué no? Técnicamente lo eres.
Jade respiró hondo. Había que mantener la calma.
No podía ser tan grave… ¿cierto?
—Voy a anular esto.
Rohan se encogió de hombros.
—Puedes intentarlo, pero no será tan fácil.
—¿Qué significa eso? ¡Por qué demonios no! —preguntó con los ojos entrecerrados.
Rohan se levantó con la misma paciencia con la que se despereza un gato y se acercó a la ventana.
—Significa que esta boda no fue un accidente. Hay algo que no te he dicho.
Jade entrecerró los ojos.
—¿Qué cosa?
—No me casé contigo por impulso, Jade. Lo planeé.
Él mundo de Jade se detuvo. Un escalofrío recorrió su espalda.
—¿Q-Qué dijiste?
Él giró sobre sus talones y la miró directamente a los ojos.
—Te estaba buscando desde hace tiempo.
Pánico.
Jade sintió que su corazón se detenía.
—¿Me… buscabas?
—Y ahora que te encontré, no pienso dejarte ir.
Sus palabras cayeron sobre ella como un balde de agua helada.
El aire en la habitación se tornó denso, irrespirable.
Entonces, él se inclinó un poco más hacia ella y susurró con una certeza escalofriante:
—Bienvenida a tu nueva vida, esposa.
Ella parpadeó rápidamente, tratando de entender si esto era un sueño, una broma o el capítulo piloto de una telenovela de venganza.
—Espera, espera… —levantó una mano—. ¿Quién demonios eres tú?
Rohan sonrió con diversión.
—Tu esposo.
—¡Cállate!
—Lo dice el papel.
—¡Ese maldito papel va a arder en el infierno junto con tu estúpida sonrisa!
Rohan la miró con la misma paciencia con la que uno observa a un gato pequeño arañando un sofá.
—Relájate, Jade. Es solo un matrimonio.
—¡Solo un matrimonio! ¡Ni siquiera sé tu nombre completo!
Él se cruzó de brazos.
—Rohan Sinclair, tu esposo.
Jade gimió, tapándose la cara con las manos.
—Dios, debo haber cometido todos los pecados del mundo para merecer esto…
Rohan sonrió con autosuficiencia y caminó hacia la puerta.
—Descansa un poco, esposa. Hablaremos después.
Antes de que pudiera responder, él salió de la habitación, dejándola sola con su crisis existencial.
Jade miró el techo.
Se pellizcó el brazo.
—Dime que esto es un sueño…
Nada.
No estaba soñando.
Estaba casada con un desconocido.
Y lo peor era que, por alguna razón que no entendía, ese desconocido la había estado buscando.
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Editado: 12.03.2025