Secretos
Jade avanzó con pasos vacilantes hacia la habitación. Cada paso hacia la habitación de su abuela se sentía como caminar sobre brasas. Jade podía escuchar el eco de su propia respiración entrecortada, el sonido del hospital envolviéndola en un ambiente frío y estéril.
El olor a desinfectante y medicamentos le revolvió el estómago, pero no era solo eso…
Empujó la puerta con cautela, su pecho subiendo y bajando con nerviosismo.
La imagen frente a ella le golpeó como un puñetazo en el estómago. Su mirada se clavó en la figura frágil de su abuela sobre la cama. Elena Delacroix siempre fue una mujer imponente, de esas que con una sola mirada podían hacer temblar a cualquiera. Pero ahora… ahora parecía tan pequeña y vulnerable.
El nudo en su garganta se apretó.
Los ojos de la anciana se abrieron lentamente al percibir su presencia. Por un momento, el tiempo pareció detenerse.
—No me mires así, Jade —la voz de la anciana sonó más ronca de lo que recordaba, pero aún conservaba su firmeza—. No estoy muerta… aún.
Jade soltó un suspiro tembloroso y se acercó con cautela.
—¿Por qué nadie me dijo nada? —susurró, su voz cargada de emoción.
Elena esbozó una sonrisa cansada.
—¿Habría cambiado algo? —contraatacó su abuela con una ceja levantada, con esa misma actitud desafiante que siempre la caracterizó. —además no hubieras venido.
Jade bajó la mirada, sintiendo cómo la culpa se le clavaba aún más hondo.
El golpe fue directo al pecho.
—Eso no es cierto… —intentó defenderse, pero la mirada de su abuela la calló.
—Claro que lo es —respondió sin rodeos—. Te alejaste porque no soportabas que te controlara… y, cariño, no te culpo.
Se había alejado para no cargar con más obligaciones, para vivir su vida sin el peso del control de su abuela. Pero ahora, de pronto, todo parecía egoísta e injusto. Jade apretó los labios, sintiendo el ardor de las lágrimas amenazando con caer.
—Aun así, merecía saberlo… —susurró.
—Ahora lo sabes. Ahora estás aquí. Y eso es suficiente… —susurró su abuela, con una suavidad que rara vez mostraba.
—¿Dónde está el tumor?
Elena ladeó la cabeza con una mueca.
—¿Quién te lo dijo?
—¡Abuela! —gimoteo, pero la abuela le dio una mirada inquisitiva. —Luisa.
—Le voy a cortar la lengua —gruñó la anciana.
Jade la miró de forma severa después de todo ambas tenían el mismo efecto en su mirada.
—En el cerebro. Tumor encefálico —respondió.
Jade sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Dios… —se llevó una mano a la boca—. ¿Cuánto tiempo…?
—No lo suficiente para discutir tonterías.
Jade soltó una risa amarga.
—Sigues siendo igual de mandona…
—Y tú sigues siendo igual de testaruda.
Se miraron en silencio por un momento, como si estuvieran midiendo cuánto dolor podían soportar antes de romperse.
—Yo… —comenzó, pero se le quebró la voz.
Su abuela la observó por un largo instante antes de extender su mano temblorosa.
—Acércate, Jade.
Jade obedeció, sus ojos nublándose por las lágrimas. Cuando sus dedos se entrelazaron con los de su abuela, sintió lo frágiles que eran. Su abuela siempre fue una presencia inquebrantable, y ahora, se desmoronaba ante sus ojos.
—No tenemos mucho tiempo, niña terca… —susurró la anciana con un suspiro.
—¿Por qué me llamaste? —preguntó finalmente Jade, su voz apenas un susurro.
Elena tomó aire con dificultad.
—Porque, al final del día, eres mi nieta… y me hubiera gustado verte feliz antes de irme.
Jade sintió que el aire le faltaba.
Quería responder, pero las palabras se atoraron en su garganta.
Las lágrimas escaparon de los ojos de Jade, cayendo silenciosamente sobre su mano entrelazada con la de su abuela.
Por primera vez en años, no discutieron. No pelearon. Solo se miraron… y entendieron todo lo que las palabras no podían decir.
Rohan se apoyó en el marco de la puerta, observando la escena con el ceño fruncido. No conocía la historia completa, pero lo que veía era suficiente para saber que Jade no estaba bien.
Y por primera vez desde que la conoció, deseó poder aliviar su dolor.
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Editado: 12.03.2025