Promesas
Rohan observaba en silencio, con los brazos cruzados y la mandíbula tensa. Nunca había visto a Jade tan vulnerable.
Siempre la había conocido como la mujer testaruda y de lengua afilada que no se dejaba intimidar por nadie, ni siquiera por él. Pero ahora, con la cabeza inclinada, su mano aferrada débilmente a la de su abuela, parecía una niña perdida.
Y no le gustaba verla así.
Jade parpadeó, secando torpemente las lágrimas con la otra mano. Su abuela la observaba con una media sonrisa, como si en su interior se estuviera riendo de su sufrimiento.
—No me mires así —susurró Jade con un nudo en la garganta.
—¿Cómo te estoy mirando? —preguntó la anciana con voz débil, pero con su acostumbrada ironía.
—Como si ya te hubieras rendido.
La anciana soltó un suspiro, su pecho subiendo con esfuerzo.
—No es rendirse, niña… Es aceptar lo inevitable.
Jade negó con la cabeza.
—No. No puedo aceptarlo. No quiero aceptarlo.
Su abuela acarició su mano con ternura.
—No necesitas hacerlo. Pero prométeme algo.
Jade tragó saliva, su corazón latiendo con fuerza.
—¿Qué cosa?
—Prométeme que vas a ser feliz, Jade. Que no te vas a perder en el resentimiento… ni en el dolor.
Jade abrió la boca para responder, pero no podía. No podía prometer algo que no sabía si sería capaz de cumplir.
—Por favor… —susurró su abuela, con los ojos vidriosos.
Jade cerró los ojos con fuerza y asintió.
—Lo intentaré.
Eso pareció bastarle a la anciana, porque su expresión se relajó.
—Bien. Ahora dime, ¿quién es ese hombre que te mira como si quisiera salvarte?
Jade parpadeó confundida antes de girarse y encontrarse con los ojos oscuros de Rohan.
Él ni siquiera se inmutó ante la repentina atención.
—¿No me vas a presentar, Jade? —preguntó su abuela con una débil sonrisa.
Jade suspiró, pasándose una mano por la cara.
—Él es… —Se quedó en blanco. No podía decir “mi esposo”, porque ni ella misma procesaba cómo terminó casada con él.
Rohan arqueó una ceja, esperando su respuesta.
—Soy Rohan —intervino él con voz tranquila, dando un paso adelante. —Su esposo.
La habitación se sumió en un incómodo silencio.
Jade abrió los ojos de par en par, mientras su abuela lo miraba fijamente.
Luego, para su completa sorpresa, su abuela soltó una carcajada baja y ronca.
—¡Dios santo! Nunca pensé que viviría para ver el día en que Jade fuera domada.
—¡No estoy domada! —protestó Jade con indignación.
—Todavía no —murmuró Rohan con una media sonrisa.
La abuela negó con la cabeza con una expresión divertida antes de toser suavemente.
Jade reaccionó de inmediato, volviendo su atención a ella.
—Abuela…
—Estoy bien —susurró, aunque su piel pálida decía lo contrario.
Jade le apretó la mano con fuerza, su corazón latiendo de forma errática.
No quería perderla. No estaba lista para perderla.
Pero al ver la expresión tranquila en el rostro de su abuela, supo que, le gustara o no, el tiempo se estaba acabando.
Y no podía hacer nada para evitarlo.
—Jade… —murmuró la anciana con los ojos pesados.
—¿Sí?
—Quédate un rato más, ¿sí?
Jade tragó el nudo en su garganta y asintió.
—Siempre.
Aunque sabía que el “siempre” no duraría demasiado.
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Editado: 12.03.2025