Un último regreso
El traslado a casa no fue fácil.
Los médicos se opusieron, insistieron en que era riesgoso, que su abuela necesitaba monitoreo constante, pero Jade se mantuvo firme.
—Es su última voluntad —declaró con voz firme, aunque por dentro se sentía temblar.
Conseguieron una ambulancia privada y, en menos de una hora, estaban en camino.
Jade iba sentada a un lado de la camilla, sosteniendo la mano fría y frágil de su abuela. La anciana tenía los ojos cerrados, respirando con dificultad, pero de vez en cuando apretaba su mano como si quisiera asegurarse de que seguía allí.
Rohan, sentado en el otro extremo de la ambulancia, observaba en silencio. No estaba acostumbrado a estas situaciones, a la fragilidad humana.
A la muerte.
Pero aquí estaba, viendo a Jade pelear con cada parte de sí misma para no derrumbarse.
—Abuela… —Jade rompió el silencio, su voz apenas un susurro.
Los párpados de la anciana temblaron antes de abrirse lentamente.
—Aquí estoy, mi niña…
Jade tragó con dificultad.
—¿Por qué no me dijiste que estabas enferma?
La anciana esbozó una débil sonrisa.
—Porque sabía que ibas a reaccionar así…
—¿Así cómo?
—Con esa mirada… como si ya estuvieras de luto.
Jade apretó los labios y bajó la mirada.
—No tenías derecho a decidir eso por mí.
La anciana suspiró.
—Quizás no… pero siempre fui testaruda, ¿recuerdas?
Jade soltó una risa amarga.
—Sí, demasiado.
Un breve silencio se instaló entre ellas.
—No me odies por esto, Jade —susurró la anciana—. Solo quería que vivieras sin preocuparte por mí.
Jade cerró los ojos con fuerza, conteniendo las lágrimas.
—No te odio… solo desearía haber sabido antes.
La anciana no respondió, solo le acarició la mano con ternura.
Rohan apartó la mirada, dándoles privacidad, aunque no podía evitar escuchar cada palabra.
Él nunca había tenido una relación así con nadie. Nadie lo esperó, nadie lo extrañó, y definitivamente nadie lloró por él.
Pero Jade…
Ella tenía a alguien que la amaba lo suficiente como para preocuparse más por su felicidad que por su propia muerte.
—No quiero morir aquí.
Las palabras de la anciana resonaron en su cabeza.
Entendía ese sentimiento.
Al llegar a la casa, los empleados ya estaban esperando, con rostros tensos y miradas llenas de tristeza.
La habitación de la anciana había sido preparada con esmero: sábanas limpias, almohadas mullidas, una suave fragancia a lavanda en el aire.
—Gracias… —susurró la anciana al ser instalada en la cama—. Esto es mucho mejor que un hospital.
Jade se sentó a su lado de inmediato, sin soltar su mano.
Rohan permaneció en la puerta, observando.
El tiempo se volvía cada vez más efímero.
—Jade… —susurró la anciana de repente.
—Dime.
La anciana la miró con ternura.
—Prométeme algo.
—Lo que sea.
—No vivas con rencores. No dejes que el pasado te pese demasiado.
Jade sintió un nudo en la garganta.
—No sé si puedo…
—Sí, puedes… y lo harás.
Jade no pudo contener más las lágrimas.
La anciana levantó una mano con dificultad y le acarició el rostro.
—Mi niña hermosa… mi nieta…
Jade se aferró a esa mano como si al hacerlo pudiera evitar lo inevitable.
Pero no podía.
Rohan apartó la mirada.
Porque, por primera vez en mucho tiempo, sentía que estaba presenciando algo demasiado íntimo, demasiado real.
Y no sabía qué hacer con eso.
La muerte estaba cerca.
Y ninguno de ellos podía detenerla.
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Editado: 12.03.2025