Cascabel

Cascabel parte 1

El agua está caliente. Muy caliente. Tanto que el vaho asciende por la habitación dejando una sensación de bruma espesa y empaña los espejos y los azulejos que cubren las paredes del baño.

El agua chapotea cuando cambia de posición en la bañera y se acomoda. Hace ya un rato que la espuma ha desaparecido y nada más que un líquido turbio cubre su desnudez.

Con pereza, deja que la cabeza caiga hacia atrás, utilizando el borde de la bañera como soporte y cierra los ojos, dejándose arrastrar por la atmósfera.  Se siente en calma, el ambiente es tranquilo. La luz tenue y parpadeante de las velas la trasladan a otro mundo, uno en el que las preocupaciones no existen.

Vuelve a cambiar de posición, provocando un nuevo chapoteo.

En mitad de todo el silencio se escucha el sonido de una puerta cerrándose y el sonido de unos niños riendo. Probablemente se trate de los hijos del vecino saludando a su padre tras su vuelta del trabajo.

Chasquea la lengua con frustración. Cerraría la puerta del baño para que su paz no se vea interrumpida, pero se siente demasiado cómoda como para levantarse de donde está. Decide centrarse en su respiración, lenta, pausada, tranquila… pero vuelven a interrumpirla. Esta vez el sonido de una puerta que chirría.

Inmediatamente abre los ojos. Su cuerpo ha pasado de estar en completo relax a la alerta máxima.

Las manos agarran los bordes de la bañera tan fuerte que tiene los nudillos blancos y su cabeza ha girado en dirección a la puerta abierta, a la vez que sus ojos inspeccionan el oscuro pasillo.

No ve nada, pero presiente que no está sola.

Los faros de un coche entran como una ráfaga por los cristales de las ventanas del salón, iluminando el pasillo por completo durante un segundo. El corazón le late muy deprisa, oye su pulso tras los oídos tan fuerte que apenas le deja escuchar el sonido chirriante que va muriendo poco a poco. Sus ojos inspeccionan durante un segundo más el pasillo, completamente vacío.

Niega con la cabeza mientras intenta relajarse, volviendo a su posición original mientras piensa que es su imaginación la que le está jugando una mala pasada.

Vuelve a cerrar los ojos, concentrándose en su respiración de nuevo.

El crujido de la madera del pasillo le hace dar un respingo, pero esta vez se niega a mirar. Se niega a dejar que sea lo que sea que esté jugando con su mente estropee uno de esos pocos y tan valiosos momentos que tiene para sí misma.

El silencio cae sobre ella de una forma pesada y agobiante.

Cada vez le cuesta más respirar, el aire es demasiado denso como para que entre y salga con facilidad de sus pulmones. El agobio empieza a invadirla. Intenta respirar más rápido, pero se da cuenta de que no es suficiente.

Empieza a temerse lo peor.

Llegado un momento, es consciente de que tiene la garganta seca, traga ruidosamente, intentando deshacer el nudo en el que un grito se le ha quedado atascado.  Todavía sin conseguir articular palabra, abre los ojos y un nuevo grito colapsa en su interior.

El lugar en el que está no le resulta familiar, pero al mismo tiempo siente que lo conoce, aunque está demasiado oscuro como para distinguir nada. Sigue metida en la bañera, tan desnuda como hace unos instantes, solo que esta vez es agua fría lo que envuelve su cuerpo. Comienza a temblar, la piel se le eriza y el miedo la paraliza cuando nota el helado aliento de alguien en su nuca.

El eco de un cascabel resuena entre las paredes, indicando que algo o alguien se mueve detrás de ella. Por el rabillo del ojo ve acercarse una putrefacta mano gris de la que cuelga un viejo colgante con un cascabel oxidado.

Antes de que la mano ocupe todo su campo de visión, sale de la bañera.

Es consciente del frío que se mete en su cuerpo como dagas congeladas, pero su única preocupación en ese momento es salir de ese lugar. No ha dado un paso hacia la puerta cuando ve su reflejo en el espejo, y tras ella, la espeluznante figura que la acosa.

El cascabel vuelve a sonar cuando el espectro avanza hacia ella.

Un nuevo grito muere en su garganta al notar su tacto. La mano gris se encuentra en su pecho, a la altura de su corazón, que late desbocado. Su tacto es áspero y helado, al igual que el del cascabel, que parece latir al mismo ritmo de su propio corazón.

Cruzan sus miradas a través del espejo, una viva y cálida, la otra muerta y vacía y en apenas un segundo comprende qué hace allí y por qué ha venido.

Un suave “no” escapa de sus labios, apenas audible, tanto que ni siquiera está segura de haberlo dicho de verdad. La mano que aún está en su pecho empieza a cerrarse, clavándole las largas uñas en la piel. Nota el dolor allí donde la está desgarrando.

Las gotas de sangre empiezan a recorrer el camino hacia el suelo mientras la mano se va cerrando cada vez más alrededor de la recompensa que ha ido a buscar, hasta que consigue arrancarlo y desaparece.

Se queda sola.

Su respiración es ruidosa y no entiende lo que acaba de ocurrir. Baja la mirada hasta el hueco abierto en su pecho, donde hace unos segundos estaba su corazón, pero solo ve la sangre derramarse en perfectas líneas rectas que llegan hasta el suelo.




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