La entrada a la caverna era como el enorme hocico de un lobo hambriento, famélico, huesudo, devorador no solo de cuerpos sino también de almas.
Apenas entro Gestas a la cueva aventó el pesado bulto al suelo que emitió un quejido apenas audible, saco el encendedor y prendió una de las dos teas que había a ambos lados de la entrada; una tenue y mortecina luz ilumino la primera cámara de la caverna, el color rojizo de las paredes atemorizaba y causaba turbación incluso al que tuviera los nervios más templados, parecía el interior de un útero infernal grabado con grotescos y bizarros engendros a relieve que enmarcaban diversos tipos de vidas con personas despedazadas alrededor de una enorme serpiente y un grupo de indígenas en actitud reverente hacia el reptil.
Arrastro a Ricardo que ya salía del letargo por el angosto corredor que conducía a la cámara mayor, ahí reinaba un profundo silencio, con una de las teas de la entrada procedió a encender las otras cuatro, arrastro una vetusta silla de madera y batallando por lo gordo que estaba Ricardo, apenas lo logro sentar en ella.
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Editado: 24.10.2025