Cascada

II Primer día

- Corbata inútil quédate ahí – musité, acomodándola alrededor de mi cuello, mientras me miro en el espejo que hay en el baño.
 
     Aún me cuesta creer que voy a tener que usar uniforme por todo el año, en el colegio en donde estaba íbamos con ropa de calle. Tomé mi pelo castaño rojizo en un moño. Me aseguré que el chaleco y la blusa cubrieran los vendajes que tenía en ambos brazos, recuerdo, y espero único, de lo ocurrido en Lyon, no quería estar dando explicaciones el primer día. 
 Recogí mis cosas, me despedí de mi tía y salí rápidamente del hostal. Con la pelea de la corbata se me había hecho tarde y había quedado con Liria de juntarnos en la plaza, que está a mitad de camino, para ir juntas al colegio. 

- ¡Hola Liria!, disculpa la demora – exclamé al verla. 
- No hay problema, llegué hace poco…. – se detuvo para observarme – ya sé que es tu primer día, pero, ¿es necesario tanto orden? – preguntó al ver como estaba vestida. 
- Ehm – no supe que responder, aunque al ver mejor a Liria, entendí a qué se refería. 
    
    Su falda escocesa de color verde era un poco más corta que la mía y las medias negras le llegan más arriba de las rodillas. La parte superior era muy similar a lo que yo usaba, solo que su blusa tenía más botones desabrochados que yo, y en la cabeza llevaba un cintillo a tono con la falda y las puntas de su pelo levantadas. 

- ¡¡Espera!! – exclamé. Liria no esperó a que le diera mi opinión y me soltó el pelo. 
- ¡¡Sí que lo tienes largo!! – exclamó al ver que mi pelo sobrepasaba mis hombros, llegando casi a la mitad de mi espalda – Mmm… ¡ya sé! – hizo el moño de nuevo, pero esta vez hacia el lado derecho – Mucho mejor, podrías arremangarte las mangas – sugirió. 
- Tengo un poco de frío – me excusé. 
- De acuerdo – dijo levantando los hombros – ¡Vamos! O llegaremos tarde. 
- ¡Si! – y nos fuimos. 

    Cuando llegamos al colegio, quedé paralizada al ver el estacionamiento. 

- No puede ser – musité. 
- ¿Qué ocurre? – preguntó Liria, extrañada. En el estacionamiento esta el todoterreno. 
- Ese auto casi me atropella, ayer – respondí. 
- ¿En serio? Qué raro, hasta donde sé, el profesor nunca ha tenido problemas – respondió sorprendida. 
- ¿El profesor? – retumbó en mi mente - Bueno, siempre hay una primera vez. 
- Supongo – dijo, no muy convencida. 
- Cambiando el tema, ¿dónde está la secretaría? Tengo que ver unos papeles. 
- Al fondo a la izquierda, te acompañaría, pero tuve unos problemas con ella – respondió, incómoda. 
- No te preocupes, nos vemos después. 
- Nos vemos – y fui en la dirección que me indicó Liria. 

     El interior del edificio es muy brillante, en contraste con el exterior del colegio. Debido a que tanto la cerámica y las paredes son tan blancas que, con el sol brillan. 
     Llegué a un pasillo que tenía tres puertas a cada lado y una puerta al final del mismo, supuse que era la del auxiliar. La puerta de la secretaría era la segunda a mano derecha, al abrirla y ver a la mujer, entendí por qué Liria había tenido problemas con ella. 
     Es una señora de unos cincuenta y tantos, incluso más, delgada, casi al extremo. Su cara es larga, huesuda y tenía una enorme nariz de tucán, además de tener un lunar al lado izquierdo de la boca tan grande que no podías desviar la mirada. 
- Buenos días, ¿qué necesita? – saludó con falsa amabilidad, con voz nasal. 
- Bu-buenos días, me llamo Hannah Bells y… soy alumna nueva de tercero medio – respondí nerviosa. 
- Ya veo, espera un momento – dijo, buscando entre los archivadores.  
 
    Estos ocupaban gran parte de la oficina, y pegados a ellos había papeles de varios colores y tamaños.  

- ¡Aquí está! – exclamó abriendo una carpeta – Hannah Bells, alumna transferida de Francia … – mientras hablaba, noté que la secretaria gesticulaba mucho, en especial cuando estaba callada y eso hacía que resaltara aún más el lunar, tanto que llegaba a ser hipnotizante… – Señorita ¡¡BELLS!! – vociferó. 
- Eeehh, ¿disculpé? – dije saliendo del trance. 
- Le pregunté si los datos están correctos – dijo, impaciente. 
- S-sí están bien. 
- Entonces, a usted le corresponde el 3°A, aquí tiene una lista de sus asignaturas y, por supuesto, su horario – explicó, pasándome los papeles – Que tenga un muy buen año – dijo, volviendo a la falsa amabilidad del comienzo. 
- Gracias – respondí, saliendo rápido de la oficina. 

     Apenas cerré la puerta, un escalofrío recorrió mi espalda, espero no tener que volver a verla hasta que se acabe el año. 
     Después de esa “interesante” visita, fui directo a la primera clase, matemáticas. No fue tan horrible como esperaba. Le siguió inglés, hasta llegar a historia. Tras saludar al curso, el profesor me pidió que fuera al pizarrón a presentarme ante la clase, aparte de los nervios, mayor problema no tenía. Lo que no tenía previsto era el interrogatorio de parte de él. 

- Para ser francesa, tiene un curioso acento – dijo el profesor cuando terminé de presentarme. -    Es que… yo no nací en Francia – dije, restándole importancia. 
- ¿Cómo es eso? – preguntó extrañado. 
- Nací aquí, pero hace unos años con mi familia nos mudamos a la ciudad de Lyon en Francia – respondí, sonrojándome. 
- Y ahora volvió, ¿alguna razón en especial? – continuó el interrogatorio. 
- Por el intercambio – respondí cautelosa. 
- Eso ya me lo imaginé, mi duda es… ¿Por qué volver a Chile? Hay tantos países que podía elegir y volver aquí… no lo entendiendo – dijo molesto, como si fuera un insulto el haber elegido la ciudad donde nací. 
- Extrañaba la ciudad – contesté rápido, levantando los hombros, inocente. El profesor me quedó mirando, esperando una mejor respuesta, no dije nada. Puedo sentir como mi cara enrojece con cada segundo que pasa, pero me quedé callada. 
- De acuerdo, puede volver a su puesto – dijo… ¿decepcionado?  Mi cara estaba en llamas cuando pude volver a mi puesto. De los nervios, no pude evitar que mis pies se enredaran. Provocando las risas de mis compañeros.  No me caí gracias a Liria, que alcanzó a sujetarme del brazo, apretándome en la zona cubierta por el vendaje.  
- ¡Ay! – era demasiado el dolor para aguantar el grito. 
- Lo siento – musitó Liria, mientras me sentaba. 
- No te preocupes… n-no fue nada – la tranquilicé sonriendo, aunque el brazo palpitaba de dolor. 




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