Casi Angeles I

Capítulo 5: Cayendo desde lo alto de una ilusión

Unos días muy fríos anticiparon el invierno. Comenzaba el mes de junio, hacía casi tres meses que todos habían llegado a la Fundación, donde había varias rutinas que se desarrollaban a diario, rutinas visibles y rutinas secretas.

Cada mañana Cielo despertaba a los chicos, incluyendo a Thiago, con el desayuno listo. Luego él se iba a su colegio, donde pasaba toda la mañana y parte de la tarde. Los chicos se desplazaban hasta el patio cubierto, y allí Nico les daba clases por las mañanas. Y por la tarde participaban en las de baile, a cargo de Cielo, y las de corte y confección para las chicas, y carpintería para los varones, que dictaba Justina. Habían tenido una charla al respecto, y Bartolomé opinaba que, además de lengua y matemáticas, era bueno que los chicos aprendieran algún oficio que les resultara útil el día que se alejaran de la Fundación.

Luego del almuerzo, Cielo debía abocarse a la limpieza de la planta alta de la casa, actividad que realizaba con la constante presencia de Malvina, que no se le despegaba. Malvina la había tomado como su confidente y amiga, un modo de asegurarse de que Cielo no fuera a traicionarla quedándose con su novio. A las ocho de la noche se servía la cena, y luego todos se iban a dormir. En medio de estas costumbres bien perceptibles, se desarrollaban muchas otras, de carácter más incierto.

Las clases de corte y confección y las de carpintería que dictaba Justina, en realidad, eran una fachada para esconder las reales actividades que los chicos debían realizar por las tardes. Justina los hacía salir por una puerta secreta a la calle, donde los chicos se dedicaban a robar y a pedir limosna.

Por la noche, luego de cenar, Cielo se despedía de todos en sus respectivos cuartos; pero minutos más tarde, los chicos eran obligados a levantarse de sus camas, para ser conducidos hasta el taller de juguetes, que estaba oculto detrás de una pared falsa, ubicada estratégicamente en el patio cubierto. Se accionaba una puerta trampa, y accedían al taller, un lugar gélido en el que los chicos pasaban las frías horas de la noche pegando diminutos ojos a muñecas, o lustrando y añejando autitos de madera. Muy tarde en la noche, volvían a sus camas, contando las horas que podrían dormir antes de que Cielo fuera a despertarlos.

Cuando alguno de los chicos cometía alguna insubordinación, una baja en su productividad o se acercaba demasiado al niño Thiago se les aplicaba un correctivo, que por lo general consistía en algunas horas de encierro en la celda de castigo. La ausencia del castigado se justificaba ante Nico y Cielo con alguna actividad burocrática, o un simple mandado que estaba haciendo para Justina.

Otra rutina precisa y secreta era la que llevaba a cabo Justina para ocuparse de la pequeña Luz, encerrada en el sótano, a salvaguardo de la supuesta guerra. Justina dormía cada noche con la pequeña. Tras acostar a los roñosos, luego del trabajo en el taller, ella se encerraba en su habitación de servicio en la planta baja, junto a la cocina. Allí corría un espejo que ocultaba un pequeño boquete que ella misma había abierto, y por ahí descendía al sótano. Muy temprano en la mañana, preparaba el desayuno para Luz, y volvía a ocuparse de sus tareas domésticas. Durante el día, bajaba dos veces a visitar a la niña y a llevarle comida. Tenía otro acceso oculto al sótano, a través de una puerta trampa en el jardín, justo detrás de un pequeño mausoleo familiar. Algunos antepasados Inchausti, y la propia Amalia, estaban enterrados allí. Sabiendo que era un lugar al que nadie querría acercarse, Justina había construido allí la puerta trampa. El mantenimiento de ese pequeño cementerio era una de sus tareas preferidas, un gustito que se daba algunos días de la semana.

Posponer y dilatar el compromiso con Malvina era otra rutina casi diaria de Nicolás. Y secretamente, se entregaba a otra: tras haberse percatado de que Cielo era, semianalfabeta, le había propuesto darle clases particulares. Para que estos encuentros no se vieran como algo ilícito ante sus propios ojos, Nicolás le propuso hacerlo en secreto, en el carromato de Cielo, que había sido estacionado en un rincón del jardín de la mansión. Nico justificó su propuesta de clandestinidad, arguyendo que seguramente sería algo vergonzoso para ella tener dificultades para leer y escribir a esa edad. Cielo progresaba en sus estudios a buen ritmo, y Nico intentaba ganar terreno con ella en el plano sentimental. Ella le prohibía poner en palabras eso que ambos sentían.

—No me hable del coso —decía Cielo cuando el quería hablar de amor.

—Pero tenemos que hablar del coso —insistía él.

—Usted hable del coso con su novia —concluía ella.

Nicolás entendió que tenía que terminar con esa situación, aunque no sería sencillo. Él ya tenía perfectamente claro que lo que sentía por Malvina no era amor; contrastado con lo que sentía por Cielo, no había dudas. Pero terminar su relación con Malvina no sólo significaría romperle el corazón, lo que le generaba mucha culpa, sino que se quedaría ya sin motivos para ir diariamente a la Fundación. Tenía claro que, si se separaban, ella le pediría, y con razón, que dejara de visitar su casa, con lo cual debería abandonar las clases de los chicos y sus visitas diarias a Cielo. De todas maneras Nicolás ya se había mudado al loft frente a la mansión, en cualquier caso estaría cerca de todos.

Otra rutina que se verificaba a diario era el beso de las buenas noches que Cielo le daba a Cristóbal a través de la ventana del altillo. Cristóbal le había regalado a Cielo un 
walkie talkie, y cada noche el niño no se iba a la cama si antes no hablaba con Cielo. Lo hacían saludándose de ventana a ventana. Luego de que se despedía de Cristóbal, Nico y Cielo seguían conversando unos minutos, mirándose y deseándose. En general esa charla terminaba cuando ella advertía que él empezaba a hablar del coso.

Emulando a Nico, Thiago también había encontrado una excusa para tener su rutina secreta con Mar. Mientras hacía las gestiones para conseguirles una beca en el colegio, le sugirió a Mar que sería bueno que ella tuviera un apoyo escolar extra, ya que era a la que más le costaba el estudio. Ella había aceptado si, a cambio, él aceptaba que ella lo ayudara con las clases de baile. Marianella había resultado ser una virtuosa en las clases de Cielo, y Thiago había resultado ser un rugbier duro, sin ninguna elasticidad. Rama, celoso de esta rutina, también se había ofrecido a ayudar a Mar con el apoyo escolar, y ella eventualmente, aceptaba su ayuda.



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En el texto hay: casiangeles, crismorena

Editado: 05.04.2024

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