Emily Brooks
El lunes por la mañana llegué al instituto con una sonrisa que no lograba borrar de mi cara, aunque trataba de disimularla. Me repetía que era ridículo, que nadie más lo entendería, pero ahí estaba yo, caminando por los pasillos abarrotados con la sensación de que algo dentro de mí había cambiado.
Todo por dos simples palabras.
“Es destino”.
No era gran cosa, ¿verdad? Al menos no para cualquiera. Pero para mí, que casi nunca destacaba en nada, sentir que alguien me leía y, más aún, que alguien elegía responderme, se sentía como una chispa en medio de un cuarto oscuro.
Mientras avanzaba entre el bullicio de las conversaciones y el eco de las risas en los casilleros, me descubrí acariciando el borde de mi cuaderno como si allí se escondiera el secreto. Nadie alrededor lo sabía. Nadie sospechaba que Emily Brooks, la chica invisible, tenía un rincón en internet donde no era tan invisible.
DreamVerse.
Ese lugar donde cada palabra que publicaba dejaba de ser un pensamiento atrapado en mi cabeza para convertirse en algo que otros podían leer. Y, entre todos esos otros, estaba SilentReader.
Mi misterioso lector.
Mi fantasma favorito.
No sabía quién era, de dónde escribía ni qué rostro escondía detrás de ese seudónimo, pero eso no importaba. De alguna manera, me hacía sentir vista. Y, en este instituto donde podía desaparecer sin que nadie se diera cuenta, esa sensación valía más que cualquier popularidad.
Un grupo de chicas pasó junto a mí, riendo a carcajadas mientras comparaban fotos en sus celulares. Ninguna me miró. Ni siquiera notaron que existía. Yo seguí caminando, invisible como siempre, pero por dentro llevaba un secreto que ellas no tenían. Ellas podían tener miles de “me gusta” en Instagram, pero yo tenía a alguien que me leía, que encontraba significado en mis versos.
Era absurdo, lo sabía. Pero esa mañana, entre tanto ruido y miradas que nunca eran para mí, me sentí un poco menos insignificante.
Me ajusté la mochila en el hombro, intentando contener la sonrisa que amenazaba con delatarme. Si Sophie me veía con esa cara, seguro empezaría a hacer preguntas incómodas.
Y no estaba lista para compartirlo con nadie.
Ni siquiera con ella.
Porque ese secreto, esa pequeña chispa que me mantenía sonriendo, era solo mío.
Los pasillos del instituto eran un caos organizado.
Puertas que se abrían y cerraban de golpe, el chirrido metálico de los casilleros, carcajadas que rebotaban contra las paredes, el olor a café barato mezclado con perfume adolescente demasiado fuerte. Todo se mezclaba en una sinfonía de sonidos y colores que, a mí, más que entusiasmo, me daba ganas de desaparecer entre las sombras.
Los grupos populares ocupaban sus territorios como si fueran reinos. Las porristas reunidas en círculo, siempre con sus uniformes perfectamente ajustados, comentando las fotos del fin de semana. Los jugadores de fútbol americano, apoyados en los casilleros como si fueran parte del decorado, riendo a carcajadas de chistes que probablemente no tenían ni pizca de gracia. Y, por supuesto, las chicas que giraban alrededor de ellos como planetas alrededor del sol.
Yo, en cambio, era un satélite perdido, flotando sin órbita propia. Nadie me miraba. Nadie me llamaba por mi nombre. Y aunque estaba acostumbrada, ese día todo parecía distinto.
Porque dentro de mí seguía latiendo un recuerdo que ninguno de ellos conocía: esas dos palabras de SilentReader.
—¡Emily! —una voz alegre interrumpió mis pensamientos antes de que me hundiera del todo en ellos.
Era Sophie, mi mejor amiga, entrando en escena como un huracán con piernas largas. Caminaba hacia mí con la misma seguridad con la que alguien desfila en una pasarela, su mochila colgando de un solo hombro y una sonrisa tan amplia que parecía iluminar el pasillo entero.
—¡Al fin! Pensé que ibas a desaparecer entre tanto fantasma del pasillo —me dijo, enganchando su brazo con el mío como si necesitara arrastrarme para que el mundo recordara que existo.
Sophie hablaba sin parar, como siempre. Si yo era silencio, ella era ruido. Si yo era invisible, ella era un foco de atención andante.
—No sabes lo que me enteré —empezó, con los ojos brillando de emoción—. Al parecer, el equipo ganó de nuevo el viernes y, adivina quién fue la estrella… ¡sí, mi hermano! Liam está insoportable, más que de costumbre, pero te juro que todas las chicas estaban suspirando como si él fuera una mezcla entre Thor y una estrella de rock.
Rodé los ojos, aunque por dentro mi estómago dio un pequeño vuelco. Claro que sabía lo bien que se veía Liam. No necesitaba que Sophie me lo recordara.
—Y no solo eso —continuó, con voz conspiradora—. Hay rumores de que van a poner su foto en el mural de “estudiantes destacados”. Imagínalo, Emily: tu cara al lado de la de Liam Collins. Harían un contraste épico: la reina invisible y el rey del instituto.
—Muy graciosa —murmuré, fingiendo indiferencia.
Sophie sonrió con malicia.
—Ay, vamos. Admitelo, se verían bien juntos. Tú con tu aire misterioso de escritora y él con esa cara de “sé que todas me quieren”. El cliché perfecto de película romántica.
Tragué saliva, agradeciendo que Sophie no pudiera leer mis pensamientos. Si supiera la cantidad de veces que Liam ya era protagonista de mis historias en DreamVerse… probablemente no dejaría de molestarme nunca.
Ella me miró de reojo mientras seguíamos caminando.
—Por cierto, hoy estás más rara de lo normal. ¿Qué pasa contigo? Estás como… distraída.
Me tensé de inmediato. No podía decirle que mi distracción tenía nombre de usuario. No podía confesarle que, mientras ella hablaba, yo seguía pensando en un comentario anónimo que alguien me dejó en una plataforma que ella ni siquiera conocía.
—Nada —respondí rápido, encogiéndome de hombros—. Solo que es lunes.
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Editado: 30.09.2025