Casi Por Accidente

Capítulo 3: El Sabor De Algo Más

Emily Brooks

Nunca pensé que elegir ropa para comerme un simple helado pudiera convertirse en una crisis existencial. Mi armario parecía una zona de desastre: camisetas encima de la cama, faldas colgando de la silla, y yo en medio, con cara de “este es el fin”.

—¿Vas a la guerra o a una cita? —preguntó Sophie desde la puerta, con los brazos cruzados y esa sonrisa que mezcla ternura y burla a partes iguales.

—No es una cita. —Me apresuré a decirlo, aunque mi reflejo en el espejo parecía estar preguntando lo mismo.

—Claro que no. Solo un chico guapo invitándote a salir un sábado. Muy normal. Total, seguro los helados vienen incluidos con la matrícula del instituto.

Le lancé una camiseta arrugada.

—Sophie…

Ella se dejó caer sobre mi cama, apartando unos vaqueros con el pie.

—Vamos a ver, Brooks. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que derrames chocolate en tu camiseta? ¿Que él descubra que tu plan perfecto de sábado incluye encerrarte a escribir poemas románticos para un desconocido en internet?

Me congelé.

—No escribo poemas románticos… —mentí, más roja que un tomate.

Sophie arqueó una ceja.

—Ajá, y yo soy la Reina de Inglaterra.

Intenté concentrarme en la ropa, pero no ayudaba nada. Porque la verdad era que no podía dejar de pensar en cómo sería si esta salida no fuera con Noah, sino con SilentReader. Él ya me conocía de alguna forma. No necesitaba que yo fingiera ser más divertida, más bonita, más algo. Me veía en esas palabras que dejaba cada noche, como si supiera exactamente lo que necesitaba escuchar.

Sacudí la cabeza, como si así pudiera despejarme.

—Ok, jeans y camiseta blanca. Simple, cómodo, no-quiero-impresionar-a-nadie. —Me miré en el espejo.

Sophie chasqueó la lengua.

—Cariño, así pareces que vas a hacer fila en el banco, no a salir con Noah.

Bufé.

—Entonces, ¿qué sugieres, estilista profesional?

Ella rebuscó entre mi armario y sacó una chaqueta de mezclilla, una falta que me llegaba por encima de la rodilla y una blusa estilo top blanca.

—Esto. Dale un toque menos… “estudiante aplicada”.

Me la probé y, aunque odiaba admitirlo, funcionaba. Me veía un poquito más fresca, menos “biblioteca viviente”.

—Mejor. —Sophie me sonrió, pero después me miró fijamente, entornando los ojos—. Aunque esa sonrisa tuya…

—¿Qué sonrisa?

—Esa que parece que escondes un secreto enorme. Y no me vengas con que es por Noah, porque te conozco.

Tragué saliva. Claro que me conocía. Y si supiera que lo que me hacía sonreír no era la invitación de Noah, sino un comentario de dos palabras en DreamVerse, me mataría de curiosidad.

“¿Y si SilentReader apareciera de pronto y me invitara a salir?”, pensé. La idea me erizó la piel. Noah era simpático, encantador incluso, pero SilentReader… SilentReader me entendía.

Suspiré, ajustándome el cabello frente al espejo.

—No sé de qué hablas.

—Claro que no. —Sophie sonrió como quien sabe que ya ganó—. Sea quien sea ese alguien, Brooks, está haciendo que brilles.

Me tapé la cara con las manos, riéndome nerviosa. Porque tal vez tenía razón.

El timbre de la casa sonó y casi salto como si hubiera explotado una bomba. Me quedé tiesa en medio del cuarto, con la chaqueta mal cerrada y el corazón a mil por hora.

—Relájate, drama queen. —Sophie se asomó por la ventana con toda la calma del mundo—. Es Noah, y déjame decirte… wow.

—¡No mires! —le reclamé, intentando apartarla, pero ya estaba con la nariz pegada al vidrio.

—Brooks, ¿cómo pretendes sobrevivir a esta “no-cita” si ni siquiera puedes mirar por la ventana? —Se giró hacia mí y sonrió con picardía—. Además, está guapísimo. Eso amerita reporte en vivo.

Me llevé las manos a la cara.

—Me voy a desmayar.

Sophie se acercó, me tomó por los hombros y me obligó a enderezarme.

—Respira. No estás yendo a conocer a la familia real, solo a comer un helado con un chico que claramente quiere pasar tiempo contigo.

—¿Y si digo algo raro? ¿Y si me quedo callada? ¿Y si…?

—Emily. —Sophie me interrumpió, apretando mis hombros un poco más fuerte—. Tú eres increíble, ¿ok? Si no lo ve, problema suyo. Pero Noah sí lo ve, créeme.

Sus palabras me dieron un poco de valor, aunque mis manos seguían sudando como si estuviera a punto de dar un discurso frente a toda la ONU.

—Voy a morir.

—No vas a morir. —Sophie rodó los ojos y, de repente, se inclinó para susurrar en tono dramático—. Y si lo haces, yo me quedo con tu laptop.

—¡Sophie! —protesté, riéndome nerviosa.

Ella me dio un empujoncito hacia la puerta.

—Anda, ve antes de que se canse de esperar y se vaya a invitar a otra.

Tragué saliva, caminé hasta la entrada y abrí la puerta.

Ahí estaba Noah, con esa sonrisa fácil que parecía hecha para tranquilizar hasta al más nervioso. Sostenía las llaves del auto en una mano y en la otra… un ramito improvisado de flores, seguramente robado de algún jardín en el camino.

—Hola, Emily. —me saludó, un poco torpe—. ¿Lista?

Sentí que las piernas me temblaban, pero por alguna razón sonreí. Quizás Sophie tenía razón. Tal vez no era tan terrible como pensaba.

El auto de Noah olía a menta y un poco a desinfectante, lo que me hizo pensar que probablemente lo había limpiado especialmente para esta salida. Ese detalle me pareció dulce… y también me puso aún más nerviosa.

—Entonces… —dijo él, ajustando el retrovisor aunque claramente no lo necesitaba—, ¿helado de chocolate o eres más del team vainilla?

Me reí, pero sonó como un graznido extraño.

—Ehh… chocolate, creo. Aunque vainilla es un clásico.

Bien, Emily. Brillante respuesta. ¿Qué sigue? ¿Un debate filosófico sobre sabores de helado?

—Clásico pero aburrido —bromeó él, dándome una mirada rápida antes de volver a fijar la vista en la carretera—. Yo soy más de fresa. Colorida, llamativa…




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