Emily Brooks
Abrí los ojos mucho antes de que el despertador sonara. La pantalla de mi celular descansaba a un lado de la almohada, todavía abierta en DreamVerse, con ese mensaje privado que no me había dejado dormir en toda la noche:
"A veces las miradas pesan más que las palabras. ¿Hoy sentiste eso?"
Lo leí tantas veces que las letras ya se me habían grabado en la piel, como si fueran un tatuaje invisible que latía en mi cabeza cada vez que cerraba los ojos.
Coincidencia. Tiene que ser una coincidencia.
Me repito esa palabra como un mantra, pero la voz de mi propia mente me contradice. ¿Coincidencia? ¿En serio? ¿Después de lo que pasó en la heladería, de esas miradas con Liam que parecían sacarme el aire?
Me tapo la cara con la almohada, desesperada, como si pudiera borrar el recuerdo de sus ojos siguiéndome en medio del ruido, como si fuera imposible que alguien más existiera en ese lugar. Y entonces, esas palabras de SilentReader vuelven, tan claras, tan punzantes. Él no podría saberlo. Nadie podría. ¿O sí?
Y, como siempre pasa en mis momentos de crisis existencial, la puerta se abre de golpe sin previo aviso.
—¡Arriba, mariposa dormilona! —canta Sophie, con la energía de alguien que desayunó azúcar en vez de cereal. Sin darme tiempo a protestar, me arranca las sábanas y abre las cortinas como si estuviera revelando un secreto al mundo.
—¡Sophie! —gruño, enterrando la cabeza bajo la almohada de nuevo.
—Vaya cara —responde, ignorando mi sufrimiento matutino—. O trasnochaste viendo dramas coreanos o alguien te mandó un mensaje que te puso el corazón a correr.
Me quedo en silencio. Error fatal.
—¡Lo sabía! —exclama, señalándome como si hubiera resuelto un caso policial—. Noah te escribió, ¿verdad?
Suelto un suspiro, medio enterrada en la almohada.
—No fue Noah.
—¿Ah, no? —Sophie se sienta al borde de mi cama, con una sonrisa traviesa—. Entonces dime quién fue, porque tienes la cara de alguien que acaba de enamorarse de un párrafo entero.
No puedo decirle la verdad. Si se entera de SilentReader, no me dejará vivir.
—Es… complicado.
—¿Complicado como “me gusta un chico pero no quiero admitirlo” complicado? —pregunta, arqueando una ceja.
—Sophie…
Ella me mira, ladea la cabeza y sonríe con esa malicia dulce que la caracteriza.
—Emily Brooks, mírame a los ojos y dime que no pensaste en Liam Collins anoche.
Siento que la sangre se me sube directo a la cara.
—¡Claro que no!
—Ajá, sí, y yo soy Taylor Swift en mis ratos libres —dice con ironía, cruzándose de brazos—. ¿De verdad crees que no noto cómo lo miras? O mejor aún, cómo él te mira a ti.
Me incorporo de golpe, incrédula.—¡Él no me mira de ninguna forma! Para él soy… nada. Invisible.
—Invisible mis narices —Sophie rueda los ojos—. Emily, ¿fuiste tú la que soñó con Liam en secundaria? Sí. ¿Eres tú la que escribe poemas que casualmente encajan perfecto con todo lo que sientes por él? También. Y, oh sorpresa, ¿quién no puede dejar de lanzarte miradas atronadoras cada vez que estás en la misma habitación? Exacto: Liam Collins.
Trago saliva. Demasiado fuerte. Demasiado cierto.
—Sophie, por favor, Noah es… más simple. Es amable, me invitó a un helado, me hizo reír. Con él no me siento como si me estuviera cayendo por un abismo sin red.
Sophie sonríe como si acabara de descubrir oro.
—Exacto. Porque Noah es seguro. Fácil. El chico con el que podrías tener tardes tranquilas y normales. Pero Liam… —me apunta con un dedo—. Liam es el abismo, Emily. El tipo de abismo al que te tiras de cabeza porque sabes que vas a volar, aunque duela.
Me quedo muda, con el corazón latiendo tan fuerte que siento que Sophie lo escucha.
Ella me da una palmadita en la pierna y se levanta.
—Y déjame decirte algo, mariposa: Noah puede sacarte sonrisas, pero Liam es el único que logra sacudirte entera. Y ese tipo de conexión no se inventa.
Cuando sale de la habitación, me quedo ahí, con el eco de sus palabras flotando alrededor. ¿Un abismo? ¿De verdad Liam lo es?
Me paro frente al armario como si estuviera a punto de resolver un examen de matemáticas: con el mismo nivel de estrés y cero preparación.
—No tengo nada que ponerme —me quejo, apartando camisetas y jeans como si estuviera buscando un tesoro escondido.
Sophie se deja caer sobre mi cama, cruzando las piernas, con una sonrisa que grita “drama queen”.
—Siempre dices lo mismo, Emily. Si fuera por ti, vivirías con tres suéteres grises y ya.
—Son cómodos —respondo, sacando precisamente un suéter gris.
—¡Y aburridos! —exclama, arrebatándomelo y lanzándolo de vuelta al armario—. Hoy, mariposa, vamos a ponerle un poco de color a tu vida.
Al final, bajo su estricta supervisión, termino usando una blusa color lavanda que nunca me atreví a ponerme porque, según yo, “llama demasiado la atención”. Sophie me obliga a combinarla con unos jeans oscuros ajustados y mis tenis blancos de siempre.
—Perfecto —declara ella, como si hubiera logrado una obra de arte.
Yo me miro al espejo, insegura.
—Parezco… no sé, demasiado.
—Pareces adorable, punto —me corta Sophie, acercándose con su estuche de maquillaje—. Siéntate, que falta la magia.
Obedezco con resignación, aunque sé lo que viene: Sophie armada con pinceles y delineadores como si fuera a pintarme para una alfombra roja.
—No voy a salir con Noah como si fuera a una gala —protesto cuando saca un labial rosa suave.
—Noah va a agradecerme en silencio —dice ella con una sonrisa de conspiradora—. Y Liam… bueno, Liam va a atragantarse con el ego cuando te vea.
—¡Sophie! —la reprendo, aunque mi corazón se dispara en automático al escucharlo.
—¿Qué? Solo digo la verdad. Y por favor, no pongas esa cara de “me voy a desmayar” cada vez que menciono a tu abismo personal.
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Editado: 30.09.2025