Emily Brooks
Desperté antes de que sonara la alarma, cosa que jamás pasa. Normalmente soy del club de los “cinco minutos más”, pero hoy algo no me deja dormir.
La habitación está tranquila, la cortina deja pasar una línea de luz dorada y el sonido distante de la lluvia de anoche aún parece flotar en el aire.
Cierro los ojos un segundo, pero en cuanto lo hago, ahí están de nuevo las palabras de Liam.
A veces me busco en los ojos de otros… y temo reconocerme.
Y luego, casi encimado, el mensaje de SilentReader.
Yo también me pierdo en esas miradas que parecen decir más de lo que deberían.
Dos frases, dos voces distintas… pero tan parecidas que se me enreda el estómago.
Me doy la vuelta, agarro el celular del velador y abro DreamVerse.
Notificación nueva.
Mi corazón late más rápido.
SilentReader volvió a escribir. Esta vez no comentó en el poema, sino en mi muro:
Algunos reflejos no son de vidrio, sino de personas.
Me quedo mirando esa línea durante un buen rato. No sé si sentirme expuesta o comprendida, como si alguien hubiera abierto una ventana dentro de mí y se asomara sin permiso, pero con ternura.
Cierro la app y dejo el teléfono a un lado, intentando no leer demasiado entre líneas. Intentando, porque en mi cabeza ya hay una película completa con banda sonora y créditos finales.
Respiro hondo, me levanto y me obligo a concentrarme en cosas normales.: Ducha. Café. Elegir una blusa que diga “soy funcional” aunque por dentro esté hecha un lío emocional.
Sophie ya se fue a clases temprano, así que desayuno sola. El pan está un poco duro, pero no me importa. Mi mente sigue girando alrededor de lo mismo: Liam y SilentReader. SilentReader y Liam. Dos polos opuestos que, por alguna razón, cada día se parecen más.
Cuando Noah me escribió anoche para confirmar que pasaríamos la mañana repasando los apuntes, sentí alivio. Él siempre es… seguro. No me revoluciona la cabeza ni el corazón. Con Noah, las cosas son simples.
Mientras me maquillo un poco frente al espejo, pienso en eso. Lo nuestro se siente tranquilo, pero no vacío.
Es como una tarde nublada con una manta y chocolate caliente: sin sobresaltos, sin fuegos artificiales… pero reconfortante.
Y, sin embargo —suspiro mientras me pongo los aretes—, hay una parte de mí que busca ruido. Caos. Ese tipo de temblor que solo Liam provoca cuando me mira por más de tres segundos seguidos.
Intento convencerme de que eso es solo atracción, adrenalina. Pero, si soy honesta, no estoy tan segura.
Agarro mi bolso, me miro una última vez en el espejo y me sonrío sin convicción.
—Estás bien, Em —me digo a mí misma—. Es solo un chico, y otro chico con WiFi. Puedes manejarlo.
Spoiler: no estoy tan segura de eso tampoco.
El cielo está despejado, pero el aire huele a lluvia recién dormida. Camino hacia el campus medio distraída, repasando mentalmente la lista de cosas que no debo pensar hoy:
Liam.
SilentReader.
El parecido sospechoso entre Liam y SilentReader.
Liam otra vez, porque mi cerebro es insistente.
—¡Emily! —escucho una voz conocida detrás de mí.
Me giro y ahí está Noah, con esa sonrisa tranquila que parece sacada de un comercial de café. Y, como si hubiera leído mi mente, me tiende un vaso humeante.
—Latte con vainilla —dice—. Asumo que sigues siendo fiel a tu rutina.
Sonrío.
—¿Cómo sabes que no cambié de gustos?
—Porque tú eres de las que se aferra a lo que le hace bien —responde, encogiéndose de hombros.
Su respuesta me saca una risa suave. Caminamos juntos hacia el jardín del campus, donde las mesas están salpicadas de hojas y sol. Nos sentamos bajo un árbol, y por un instante, todo parece… fácil.
Sacamos los apuntes, hablamos de la clase, del examen que se viene, del profesor que pronuncia “metodología” como si fuera un hechizo antiguo. Nos reímos de eso. Noah tiene esa forma de hacerte sentir en casa incluso cuando el mundo está medio torcido.
—Te juro que este hombre tiene un pacto con el diablo —dice, pasándose una mano por el cabello—. No puede ser tan exigente a las ocho de la mañana.
—Y menos sin café —añado, levantando mi vaso como si brindara—. Es crueldad académica.
Él ríe, y esa risa es limpia, sin dobleces.
Pasamos unos minutos en silencio, revisando apuntes. Entonces Noah suspira, deja el bolígrafo sobre la mesa y me mira con una expresión más seria.
—Em, ¿puedo decirte algo sin que lo conviertas en algo incómodo?
Le devuelvo la mirada con cautela.
—Eso depende del nivel de incomodidad que planees provocar.
Él sonríe, nervioso.
—No es una confesión dramática, te lo prometo. Solo… —hace una pausa, buscando las palabras—. Sé que acordamos ser amigos, y realmente me alegra eso. Pero a veces, cuando estoy contigo, todavía me pasa que quiero algo más. No lo digo para presionarte, solo… quería ser honesto.
Mi estómago se encoge, no de culpa, sino de ternura. Noah es genuino, de esos chicos que no juegan con las palabras.
Apoyo el vaso en la mesa y lo miro directamente.
—Gracias por decírmelo, Noah. En serio. Y por no hacerlo raro.
—Intento ser un adolescente funcional —bromea, pero hay vulnerabilidad en su voz.
—Y lo eres —respondo con una sonrisa—. Eres alguien que me da calma, ¿sabes? Y eso lo valoro mucho. Pero… lo nuestro, lo que tenemos, me gustaría que siga siendo eso: tranquilo, sincero. No quiero romper esa paz.
Noah asiente despacio.
—Lo imaginaba. Pero necesitaba escucharlo de ti.
Se queda mirando el césped, y después levanta la vista con una expresión amable, casi protectora.
—Entonces prométeme algo.
—¿Qué cosa?
—Que no dejarás que nadie te haga dudar de ti. Ni siquiera ese tipo que te mira como si fueras un acertijo que intenta resolver.
#3322 en Novela romántica
#1030 en Chick lit
mensajes de texto, enemigos enamorados primer amor, amor adolescente
Editado: 08.11.2025