Casian

CAPÍTULO 1

Bienvenida a Friday sangre nueva
 


 

Ellos lloran.
 


 

Papá no solo viste de negro hoy, todo en él lo está.
Miro como los pocos miembros de mi pequeña familia se despiden entre lágrimas amargas y suspiros lastímeros.
La abuela es quien permanece a mi lado mientras observo con atención como los montículos de tierra se deshacen y son echados dentro del hoyo, cubriéndolo. Ahora cubren el hoyo donde yacen los restos de mi madre. El tío Sam es el último en despedirse de ella, papá permanece serio con ambos brazos detrás de su espalda, con esas gafas oscuras que formaban parte de una barrera, impidiendo ver sus ojos y cualquier tipo de sentimiento en general; aceptando que ella murió, y que nunca regresaría.
 


 

Lo único que sé es que hace dos días el teléfono de la casa sonó para informarnos que la morgue tenía un cuerpo sin reclamar.
 


 

En ese momento les grité todas las gorserías que se me ocurrieron,  era imposible que mi madre llevase  muerta cuatro días porque ella apenas y debía estar saliendo de su turno de la noche, donde se dedicaba a cuidar de sus pacientes. Cumpliendo un propósito por el cual me abandonó con mi padre.
 


 

Friday estaba a poco más de un día de la ciudad, mamá vivía aquí con mi abuela, la mujer que la acogió y que en algún momento fue su suegra. Tantos fueron sus deseos por escapar que este pueblo se convirtió en su refugio, y ahora se convertía en su tumba. Irónico, porque tenía tantas esperanzas en este lugar  que terminó perdiendo su vida.
La corona de rosas rojas tenía en su centro un retrato suyo, donde le enseñaba al mundo una última sonrisa. Quería demostrar cuanto duele que mi madre no esté aquí, quería lanzarme contra la tierra de rodillas y llorar. Quise demostrar tantos sentimientos que me estaban llenando, pero heme aquí en el entierro de mi propia madre sin derramar una sola lágrima.
 


 

Solo quería que todo esto terminara. 
 


 

(***)
 


 

Miraba fijamente el suelo sin decir todavía una sola palabra. La abuela preparaba té, dijo que todos necesitábamos calmarnos.
 


 

El tío Sam se marchó en cuanto el entierro terminó, era el único familiar que mi madre tenía además de mi, pero la pérdida no fue suficiente para hacer esperar a su trabajo. Creo que es un mal de familia, adictos y entregados a sus trabajos. 
 


 

Miro a papá que todavía tiene esa expresión imperturbable en el rostro, se había quitado las gafas antes de entrar a la casa de la abuela. Su ex-esposa había muerto después de haberlo abandonado conmigo hace tres años, sin despedirse, sin decir adiós. El matrimonio que nunca fue perfecto porque ninguna de las dos partes tenía tiempo para algo que no fuera trabajar. 
 


 

Papá necesitaba mantener en alto su apellido.
 


 

Mamá buscaba crecer y salir de la historia donde, la mujer es alguien gracias al poder de un hombre.
 


 

Las desiciones de ambos afectaron mi infancia, en mi adolescencia crecí sin mi madre, a mi nadie me aconsejó cuando tuve mi primera relación. Nadie se preocupó de que llegase a casa en la madrugada borracha. Tuve lo que se puede llamar libertad cuando apenas empezaba en la etapa de la adolescencia, pero era una presa de la relación insana de mis padres.
 


 

—Aquí es tranquilo—habla por primera vez desde que llegamos aquí.
 


 

—¿Qué quieres decir papi?—indago en voz baja, sin mucho ánimo para entablar una conversación—. Nunca te gustó venir aquí. 
 


 

—Friday  ha cambiado, no es ni la sombra de lo que fue cuando yo viví aquí—comentó.
 


 

Papá se marchó de este pueblo cuando cumplió los diesciseis, le quedó demasiado pequeño para sus planes. Solo tenía a su madre, junto a unos pequeños ingresos cuando salió a buscarse una vida, era un joven con un gran potencial y ganas de comerse al mundo. Ese deseo de crecer estuvo bien, hasta que nació el Bruce King que hoy todos conocen. Ya no era el niño que salió de un pueblo pequeño con grandes aspiraciones en la vida, ahora es el líder de todo un imperio. 
 


 

—Antes no estaban muchas cosas—la abuela llegó con una bandeja.
 


 

—Gracias mamá—agradeció tomando una taza. La abuela me tendió la bandeja, miré la taza humeante dubitativa.
 


 

—Anda, va a relajarte—me sonrió. Tomé la taza.
 


 

Bebí un sorbo sin saber muy bien como mermar el incómodo silencio entre madre e hijo. En mi familia no es inusual el trato con formalismos, nosotros hablamos lo necesario o nada simplemente. 
 


 

No sé si deseo más silencio luego de la muerte de mi madre.
 


 

—Nos iremos antes de que oscurezca—me informa papá. No respondo a su orden, solo me limito a beberme el líquido caliente.
 


 

La abuela toma asiento a mi lado en el sofá me dá una sonrisa cálida y mira a mi padre levantarse de su asiento para caminar en dirección a las escaleras que llevan a la segunda planta. Se levanta tan pronto como mi padre saca su teléfono, con paso decidido lo sigue escaleras arriba y tan pronto como desaparecen de mi vista sus voces ahondan en todo el salón.
 


 

—Se quedará aquí—la escucho decirle—. Tú nunca supiste cuidar de tu hija y así solo conseguirás que empeore. 
 


 

—Blair ya está grande mamá, no necesitó a su madre antes, ahora menos. Estará bien en unos días—Respondió con simpleza.
 


 

—¿Crees que hablo solo de la muerte de Sara? Mírala, ni siquiera lloró en el entierro, todo esto es culpa de la falta de atención de ustedes dos. Siempre fuiste de esa manera, por eso perdiste a tu esposa y ahora estas perdiendo a tu hija—le reclamó subiendo la voz —. Tu hija lo que necesita es alguien que le recuerde que drogarse en un bar está mal porque le hará más daño, o que simplemente le recuerde que no está sola.
 




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