Caso 1 |libro Interactivo|

2

Recostamos a Mateo en el sofá de recepción, ese viejo mueble que había visto mejores días y que parecía más un ataúd que un lugar para descansar. Luciano, siempre atento a las necesidades de los demás, fue a buscar una manta para abrigarlo, mientras yo me quedé allí, con los brazos cruzados, mirándolo todo con una mezcla de desdén y resignación.

—¿En serio? —solté, arqueando una ceja mientras observaba a Luciano doblar la manta con el esmero de un monje tibetano—. Esto no es un servicio de cuidado infantil. Si le das más atención, terminará llamándote "papá".

Luciano soltó una risita, completamente ajeno a mi sarcasmo. —No seas amargo, Alexis. El tipo está asustado, necesita un poco de calor humano.

Me pasé una mano por el cabello, frustrado. La guardia tranquilita que esperaba se había convertido en un episodio de terapia grupal.

Mateo, ahora acurrucado bajo la manta, levantó la vista con ojos desorbitados.

—Quiero ir al baño —comentó con un hilo de voz.

—Claro, al fondo a la izquierda —dijo Luciano, señalándole el camino con una sonrisa cálida.

Mateo asintió, levantándose con más esfuerzo del que le correspondía, y se dirigió tambaleándose hacia el baño. Lo observé ir, sintiéndome cada vez más incómodo.

En ese momento, un estruendo de truenos resonó afuera, seguido de una repentina oscuridad que envolvió la estación. Las luces se apagaron, y un silencio denso se apoderó del lugar, solo interrumpido por el sonido de la lluvia golpeando las ventanas.

—¡Genial! —exclamé, mientras las sombras se hacían más profundas—. Lo último que necesitábamos.

Luciano, que parecía emocionado en vez de preocupado, se levantó de su silla.

—Voy a revisar los interruptores.

La oscuridad hacía que mis pensamientos se tornaran pesados, y la falta de luz parecía intensificar la ansiedad que emanaba de Mateo.

Los minutos pasaban, y comencé a preguntarme qué demonios estaba haciendo el tipo en el baño. Un instante de duda cruzó mi mente, pero rápidamente lo deseché.

Después de lo que pareció una eternidad, decidí que ya era suficiente. Me levanté y caminé hacia el baño.

Al llegar a la puerta, la empujé y, con una leve preocupación, entré.

El espectáculo que encontré me detuvo en seco. Mateo yacía en el suelo, la cabeza quebrada, un charco de sangre extendiéndose alrededor de él como una cruel pintura abstracta. Mi corazón se detuvo por un segundo, y un escalofrío recorrió mi espalda. No podía ser.

—¡Luciano! —grité, mi voz retumbando en el aire oscuro.

En ese momento, toda la mordacidad que solía mantener se desvaneció, reemplazada por una mezcla de incredulidad y miedo.

¿Qué demonios había sucedido?

~.~FIN~.~

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