El sonido del motor rugía en la oscuridad mientras nos dirigíamos a la casa de Mateo. Eran las 9 p.m, y el ambiente dentro del auto era tenso, cargado de la incomprensión de lo absurdo de la situación.
Las luces del tablero iluminaban el atractivo rostro de Luciano, que no parecía estar muy entusiasmado con la idea de llevar a un paranoico a su casa.
—No puedo creer que estemos desperdiciando nuestra noche cuidando a un paranoico —se quejó Luciano, ajustando su gorra con impaciencia.
—¿Y qué tal si es cierto? —rebatí—. La prensa se nos echará encima si algo le pasa a este niño. Ya hemos tenido suficientes problemas.
Luciano bufó, mirando por la ventana como si el paisaje urbano pudiera ofrecerle respuestas.
—Siempre es "y si" con los locos.
Finalmente, llegamos a la casa de Mateo, que se alzaba como una mansión solitaria en medio de la tormenta, sus luces titilando débilmente en la oscuridad.
—¿Y qué se supone que hagamos? ¿Dormir con él? —espetó Luciano, con una sonrisa burlona que apenas ocultaba su desdén.
—No diga estupideces —lo reprendí, intentando mantener la compostura—. Primero, aseguremos el perímetro. Yo revisaré las entradas de acceso.
—¡Qué aburrido! —exclamó, poniendo los ojos en blanco—. Mejor lo hacemos al revés.
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Ir a patrullar: 4.
Quedarse en la casa: 5.
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Editado: 20.09.2025