Apenas puse un pie dentro de la casa de Mateo, supe que algo no estaba bien. No era el olor a madera cara ni los candelabros innecesariamente ostentosos. Era él. O mejor dicho, su obsesión consigo mismo.
Por cada maldita pared había un retrato de Mateo. Mateo con un traje carísimo, Mateo con una copa de vino, Mateo con un abrigo de piel. Mateo en diferentes poses: pensativo, sonriente, seductor, misterioso.
—Este tipo se ama más que su madre, joder... —murmuré mientras cerraba la última ventana del pasillo del segundo piso.
Entonces, escuché su voz a mis espaldas.
—¿Y su compañero? —preguntó con un tono nervioso.
Giré lentamente, observándolo. Estaba de pie en el umbral de la puerta, los brazos cruzados y el nerviosismo brotándole por los poros.
—Se fue a echarle un ojo a la zona —respondí con calma.
Mateo jugueteó con sus dedos, inquieto.
—¿Y... si mejor llaman a más personas?
Fruncí el ceño, arqueando una ceja.
—¿Nosotros dos no somos suficientes?
—¡No! No quise decir eso... Es que... estoy asustado...
Suspiré, negando con la cabeza.
—Todo estará bien. No le pasará nada. Y a estas horas no queda mucha gente en la comisaría.
Mateo tragó saliva y asintió, aunque su expresión seguía siendo la de alguien que esperaba que un asesino enmascarado saltara de la nada para apuñalarlo.
Decidí que lo mejor era distraerlo.
—¿A qué se dedica?
Su rostro se iluminó un poco, como si le acabara de preguntar cuál era su tipo de perfume favorito.
—Soy influencer de maquillaje y crítico de moda—respondió, con un tono ensayado, como si esa frase estuviera grabada en su ADN—. Mi opinión es sumamente difícil y digo la cruel verdad.
En otras palabras, otro tipo que cree que su opinión es la segunda venida de Cristo en la Tierra solo porque sabe combinar colores.
Solo es otro maricón que se cree superior.
Pero no podía decirle eso en su cara.
—Qué interesante —dije con el tono más plano que pude—. Y dime, ¿qué hiciste para recibir tantas cartas de (no) amor?
Mateo miró hacia un lado, incómodo.
—No... no lo sé.
Giré la cabeza lentamente hacia él. No le creía ni un poco. Nadie es una santa paloma, y si alguien dice que no tiene idea de por qué lo odian, normalmente es porque hay una lista larga de razones.
Me crucé de brazos y esperé a que soltara la verdad.
Mateo suspiró y se pasó una mano por el cabello perfectamente estilizado.
—Mi última polémica fue que me drogué y me acosté con varias personas hace años, justo antes de salir del clóset... pero ya he sabido controlarlo. Del resto...
—¿Una ex pareja? ¿No lo ha pensado? Podría ser quien lo ha estado amenazando.
Se llevó la mano a la barbilla, pensativo.
—Puede ser... —dijo con voz dubitativa, dándome la razón—... pero han sido tantos.
Cómo ha de tener ese orificio...
Antes de que pudiera preguntarle si había algún nombre que resaltara en la lista de exes, la puerta sonó. Mateo pegó un brinco como si alguien le hubiera disparado en la pierna.
Pero solo era Luciano.
—Todo está bien —anunció, sacudiéndose la lluvia de su chaqueta—. Ni un alma rondando por aquí, salvo el gato que casi me mata del susto en el jardín.
Miré de reojo a Mateo, que aún parecía estar a un paso de sufrir un colapso nervioso.
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Editado: 20.09.2025