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La ciudad estaba sumida en la calma nocturna cuando el silencio se rompió de golpe. La puerta de la comisaría se abrió bruscamente, dejando entrar a un hombre tambaleante, cubierto de sangre de pies a cabeza. Sus ojos, desorbitados, buscaban respuestas que parecían escaparle.

—¡He... he matado a alguien! —balbuceó el hombre, respirando con dificultad—. Pero... no sé quién...

El oficial de turno lo observó con una mezcla de desconcierto y horror. Era nuevo, y nunca antes había visto tanta sangre.

Antes de poder reaccionar, el hombre se desplomó en el suelo. Sangre goteaba de sus manos y caía al suelo como si marcara cada segundo que pasaba. Alexis, un detective que veía la escena desde su oficina, corrió justo a tiempo para sostener al hombre antes de que su cabeza golpeara el suelo.

—¡Despejen el sillón! —gritó Alexis, mientras cargaba el cuerpo—. ¡Llamen a paramédicos, ahora!

El ambiente en la comisaría se tensó. Los oficiales intercambiaron miradas nerviosas. Alexis se agachó junto al hombre, notando que las manchas de sangre aún era liquidas, pero abundantes.

—Es reciente —pensó rápido.

Lo más extraño no era solo la confesión a medias, sino la completa falta de heridas. Esa sangre no era suya.

—¿Qué demonios está pasando? —murmuró Alexis, mientras el oficial Luciano se acercaba con el equipo médico de emergencia.

—¿Qué hacemos? —preguntó Luciano, mirando al hombre inconsciente.

Alexis se puso de pie, analizando la situación. Este no era un caso cualquiera. Aquel hombre, había entrado diciendo que era un asesino, pero sin recordar detalles clave.

Las opciones eran limitadas y a esta hora eran pocas las personas que odian ayudar. Alexis tenía que decidir rápidamente. Revisar su teléfono, tomar la identificación de su cartera y ver a fondo su expediente o encargarse de tomar muestras de sangre de su ropa.

Luciano lo miró con una ceja levantada.

—¿Cuál hacemos primero?

~.~.~.~

Revisar el teléfono: 2.

Encontrar su identidad: 3.

Tomar muestras de sangre: 4.