Caso 3 |libro Interactivo|

10

—¿Apartó una hora conmigo, oficial? —preguntó el psiquiatra con desconfianza al verlo entrar.

—Tengo traumas de la infancia. ¿Qué le digo? —respondió Alexis con una sonrisa cínica, mientras se dejaba caer en el sofá.

El psiquiatra lo miró con escepticismo, sin moverse de su escritorio.

—¿Es en serio, o está aquí para hablar del asesinato? —preguntó el doctor, sabiendo perfectamente que la situación no era normal.

Alexis se encogió de hombros.

—Para nada... —respondió Alexis con indiferencia—. Todo empezó cuando mi papá descubrió que era un maricón en el clóset—Hizo una pausa, disfrutando del desconcierto del psiquiatra—. ¿No debería anotar eso?

El psiquiatra lo miró, entre irritado y confundido, pero se obligó a mantener la calma.

Alexis lo miraba con una mezcla de burla y atención, dejando que el silencio se alargara lo suficiente para incomodarlo.

Después de un par de preguntas triviales, y cuando el psiquiatra pensaba que podía relajarse, Alexis lanzó su verdadera interrogante:

—¿Es posible el control mental?

El psiquiatra, sorprendido por la pregunta, levantó la vista de sus notas, pero su expresión permaneció imperturbable.

—Sí, es posible —respondió con calma—, pero no como en las películas.

—¿Sin relojes hipnóticos ni espirales blancas y negras?

Bufó Marcelo con una sonrisa irónica.

—No.

—Me gustaría que me hiciera olvidar a mi padre —intervino Alexis, con una mezcla de cansancio y escepticismo en su voz, sin guardar muchas ilusiones.

El psiquiatra levantó una ceja, su interés palpable, aunque mantuvo la compostura profesional.

—Podría intentarlo... pero hay una condición —dijo lentamente, midiendo cada palabra.

Alexis lo miró, intentando no mostrar la tensión que comenzaba a acumularse en su cuerpo.

—¿Cuál? —preguntó, fingiendo una calma que no sentía.

El psiquiatra se recostó en su silla de cuero, cruzando los brazos con una estudiada relajación.

—Debe dejar de venir a mi oficina. Ya se siente como acoso.

Alexis esbozó una sonrisa sarcástica, una mezcla de resignación y desafío.

—Trato.

El psiquiatra, confiado en su control sobre la situación, abrió un cajón y sacó un pequeño compás metálico, que comenzó a mover rítmicamente de un lado a otro. El suave tic tac llenó la habitación, un sonido que, poco a poco, parecía borrar el ruido del mundo exterior.

—Cierra los ojos —instruyó el psiquiatra con voz suave.

Alexis, siguiendo las órdenes, cerró los párpados lentamente, su cuerpo relajándose contra el respaldo del sillón. El sonido del compás se volvía casi hipnótico, envolviendo la habitación en una atmósfera de silencio y expectación.

—Quiero que te concentres en los recuerdos con tu padre —continuó el psiquiatra—. En los momentos más oscuros, en el dolor que te causó, en el vacío que dejó en ti.

El corazón de Alexis empezó a latir con fuerza, un eco de viejas heridas que prefería mantener enterradas. Recordar a su padre siempre había sido una de las razones que lo impulsaron a convertirse en policía, una manera de luchar contra la sombra del hombre que lo había abandonado.

—Cuando el compás deje de sonar, habrás olvidado a tu padre —la voz del psiquiatra era cada vez más suave, casi un susurro—. No recordarás el abuso ni el abandono. Habrás crecido rodeado de amor maternal, sin la necesidad de una figura paterna... Y también olvidarás cualquier vínculo entre Carlos Méndez y yo.

El tic tac del compás resonaba con una cadencia casi hipnótica, pero justo antes de que el sonido se apagara por completo, Alexis abrió los ojos. Su respiración se había vuelto más pesada, pero mantuvo el control.

Se llevó una mano al oído, retirando el pequeño auricular que había estado oculto en el otro lado, fuera del campo de visión del psiquiatra.

—Gracias por la confesión.

Sacó el teléfono que había estado grabando todo el momento.

El psiquiatra se quedó helado, dándose cuenta de que había caído en la trampa.

—Nos vemos en prisión, doctor —añadió Alexis mientras se levantaba, confiado.

Pero justo cuando se dio la vuelta, el psiquiatra, desesperado, lo atacó con una escultura de metal que estaba en su escritorio. El golpe fue lo suficientemente fuerte como para tumbar a Alexis, haciéndolo caer al suelo aturdido, perdiendo momentáneamente la memoria y el control de la situación.

El estruendo del golpe alertó a Luciano, quien estaba esperando afuera del consultorio. Con pistola en mano, Luciano irrumpió en la oficina justo a tiempo para ver al psiquiatra intentando escapar.

Sin dudarlo, lo apuntó.

—¡Alto ahí! —gritó Luciano, firme.

El psiquiatra levantó las manos lentamente, sabiendo que no tenía escapatoria. Luciano se acercó y lo esposó mientras Alexis, aún mareado, intentaba ponerse de pie.

—Creo que te sangra la cabeza —dijo Luciano con tono sarcástico.

Alexis, tocándose la cabeza donde le habían golpeado, sonrió débilmente.

—Solo es un derrame, no me moriré.

Con el psiquiatra bajo custodia, había una luz de esperanza de que el caso terminara con el verdadero culpable.

~.~.~.~

Ir: 11.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.