Caso 63

Susurros y siembras

—¿Falta mucho?

Había logrado convencer a Antonio de que me acompañara a ver a María así que ahora estábamos caminando rumbo al trabajo de María.

—No, estamos cerca. —Seguimos avanzando por las frías calles de Roma, intento caminar más rápido para llegar lo antes posible antes de que Antonio se arrepienta y se dé la vuelta para irse.

—Bueno... entonces tuviste ese evento, terminaste en el baño del aeropuerto y ¿supuestamente que paso después?

—Bueno como comprenderás pensé que estaba siendo un brote psicótico, pero seguí con mi vida. Un colega me atendió y luego llegue a bloquear todo hasta que en una red social alguien menciono tu novela, caso 63. La leí y quede helada, estamos acostumbrados a que las causas antecedan al efecto y ahí estaba yo, otra yo, la psiquiatra efectuando el mismo proceso, digo cortarse el pelo, tatuarse alas, correr al aeropuerto, recuerdo que tuve nauseas, pero bueno ya había tenido mi derrumbe creo que por eso me afecto mucho menos. Me pregunté quien había escrito eso, por supuesto quise saber de ti, averigüé que no tenías familia, que no tienes hijos, ¿de verdad no recuerda nada de tu pasado?

—No. —Me dice serio como si quisiera cortar la conversación cuando fue el que la había comenzado.

—¿No te gusta hablar de eso?

—No es que no lo recuerde. —Dice finalmente luego de unos minutos. —Es como si mi pasado lo viera en tercera persona, sin certeza. He ido armándolo de a poco, los recuerdos los tengo, pero... no sé cómo explicarlo, son solo información sin la riqueza de la experiencia, sin la textura de la vida real, miraba mi pasaporte y no me reconocida, veía las fotografías en mi teléfono y nada. Ni siquiera pude continuar con mi trabajo, era ingeniera civil mecánico, pero leía las cosas, mis proyectos y ahora ni siquiera soy capaz de hacer un cálculo por simple que sea.

—¿Sientes que ves todo desde afuera? como si no pertenecieras...

—¿A dónde quieres llegar? —Encojo los hombros, era algo en lo que había estado pensando desde que investigue su historia.

—Solo me pregunto, alguien que nunca ha escrito nada en su vida ¿escribe una novela de ciencia ficción llena de detalles enigmáticos?, no me quiero meter en tu proceso creativo, pero ¿no te parece extraño? —Me mira de soslayo con recelo sin quitar la mirada de la calle.

—Me estas tratando como un paciente, ¿Qué es lo que quieres decir?

—¿Recuerda realmente estar escribiendo esa novela?, ¿te puedes visualizar frente a un teclado, buscando cosas en internet?, ¿dibujando tramas? algún cuaderno de apuntes, ¿recuerdas algún momento de ese proceso?

Antonio se detiene y yo avanzo unos pasos más, pero me detengo cuando veo que no sigue caminando.

—Porque no me dices lo que quieres decir y nos dejamos de jugar al interrogatorio.

—Susurros y siembras, eso creo. —Regreso hasta quedar frente a él, levanto un poco la cabeza porque apenas y le llego al pecho. Estamos llenos de susurros y siembras del futuro que nos advierten que va a pasar, solo que todos están tan atrapados subiendo fotos, posteando, retwiteando mirando historias que nadie las ve las señales.

—¿Qué señales? —Avanzo un poco más al darme cuenta que ya casi estábamos en el lugar, cuando llego al frente me detengo y espero a que Antonio llegue a mi lado.

—Las señales que importan. Este es el lugar, llegamos. —Señalo a mi derecha el edificio. —María trabaja en ese gran edificio.

—¿Qué lugar es este?, ¿es un hospital? —Mira atento al viejo edificio.

—Parece inofensivo no, un viejo edificio... este lugar es todo menos inofensivo.

—¿Vamos a entrar? —Asiento.

—Nos están esperando...

Avanzamos subiendo las escaleras para pasar por dos enormes puertas de cristal, un hombre alto que parece que seguridad nos mira, nos indica lo que debemos de hacer y nos da unas identificaciones de visitantes antes de que una mujer se nos acerque a nosotros.

Nos sonríe amable mientras la observo, es alta y su cabello está recogido en un moño desordenado, veo su bata y me doy cuenta por su gafete de quien es.

—Grazie Vincent, Antonio, Beatriz, por favor pongan su identificación de visitante a la vista, síganme. —Comienza a caminar por el pasillo mientras la seguimos, miro a mi alrededor y veo varias habitaciones con ventanas de cristal que dejan ver a más hombres y mujeres trabajando en lo que parece laboratorios. —Roma es muy frio en estas fechas, ¿primera vez por acá?

—No, no... ¿tú eres?

—A perdón, Sofía Palavecinoo, investigadora asociada del hospital Lázaro Parlachianni, María me dijo que vendrían, los estaba esperando. —Subimos unas escaleras hasta otra parte del edificio que se ve un poco más despejada, al fondo del lugar se puede ver lo que parece una sala de juntas.

—Sí, necesitamos hablar con ella, tengo entendido que trabaja aquí contigo. —Le digo, pero hace caso omiso de lo que acabo de decir.

—Vamos por aquí, acompáñenme. —Nos dirige hasta la sala de juntas y se detiene frente a las puertas justo al lado de lo que parece un lector.

—¿Qué lugar es este?, ¿Qué hacen exactamente? —Antonio la mira, pero igual que a mí, no le responde.




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