Caso 63: Enigma

Johanna Flores

 

Viernes 16 de diciembre del 2039

Estaba en una sala nueva, esta parecía más oscura y fría y no tenía ningún ventanal, era más extraño y Miguel se preparaba con una grabadora para hacerme sus típicas preguntas.

—Le hare unas preguntas de seguridad, me dice su nombre.

—Isabel Frezan.

—¿Fecha de nacimiento?

—23 de junio del 2009.

—¿Domicilio?

—José Vasconcelos 129, San Miguel, Chapultepec.

—¿Estado civil?

—Soltera.

—¿Es trasplantada no?

—Si, el corazón. —No me molestaba hablar de mi trasplante, pero por alguna razón subo mi blusa cubriendo la cicatriz que atravesaba mi pecho.

—¿Cuál es su expectativa de vida? —Suelto una pequeña risa que parece más un resoplido por su pregunta.

—Directo y sin anestesia. ¿Hoy no me va a ofrecer café?

—Perdón, sí. —Miguel se pone de pie y me pasa una pequeña taza antes de servirme café. — Disculpe, usted sabe, es solo un cuestionario.

—No, no, no, tranquilo, no me ofendo. Fácilmente unos veintiún años de vida. Es decir que no me voy a morir a la mitad de su juego, si tanto les preocupa.

—Veintiún años, ¿Cómo fueron las circunstancias de su trasplante?

—No entiendo la pregunta. —Me remuevo en la silla incomoda. —Fue un trasplante de corazón normal.

—¿Cuándo fue?

—Hace dos años, 19 de diciembre del 2037, tenía un problema con mis válvulas y entre en lista de espera. Un día me descompensé y llegó justo a tiempo.

—¿Y ahora está bien?, digo ¿toma algún fármaco? ¿quedó con algún tipo de secuela?

—Tendré que tomar inmunopresores por el resto de mi vida y tengo una cicatriz que me cruza el pecho. Y bueno, tuve un paro cardiaco durante la cirugía que me provoco una amnesia retrógrada biográfica, no perdí toda mi memoria, pero...

—No recuerda nada previo a la cirugía. —Me interrumpe.

—Así es. La gran mayoría de las cosas, la verdad. No quede como un bebé de tres años que no sabe nada de la vida, si a eso se refiere. Tengo lagunas de ciertas cosas, algunos episodios a veces. Pero los medicamentos me ayudan y también anotar todo en una libreta, aparte con la grabadora que me dieron, pues mejor.

—Bien, deberá tener más cuidado entonces, con pegaso.

—¿Lo dice por el nuevo síntoma?

—Dicen que provoca algo parecido al Alzheimer. —Doy un sorbo a la taza de café, sigue siendo igual de asqueroso que la primera vez, evito hacer una mueca, pero lo dejo de lado.

—Ah tranquilo, lo mío viene de antes y me cuido mucho.

—¿De quién era el corazón?

—De una joven que murió en un accidente automovilístico, Miranda era su nombre. Pero preferí no saber mucho de ella, aunque se lo voy agradecer siempre. ¿Pero esto que tiene que ver?

Ignora mi pregunta aún sin verme mientras sigue haciendo anotaciones en su libreta.

—¿Qué le llevo a interesarse por los enigmas? ¿Siempre le atrajeron?

—Si.

—Puede recordar un momento donde comenzó ese interés.

—Quería ser criptógrafa, la criptografía es el estudio de lo oculto, supongo que lo sabe. Para eso estudie informativa y luego me interese en el mundo de los videojuegos, pero al comienzo toda mi vida quise ser arqueóloga que descubriera secretos o que ayudaba a develar claves como el grupo de Turing en la segunda guerra mundial. —Sonrió con entusiasmo mientras le cuento a este hombre que apenas y conozco sobre lo que quería ser. —Yo hubiera sido feliz en esa casona resolviendo el código enigma...Ay ve, ve, como anda de bien mi memoria hoy.

—¿Cómo nace su deseo de querer ser criptógrafa?

—Por accidente. Tenía trece años, en un centro comercial a una pareja se le rompió su bolso y se le cayeron muchas cosas y les ayude. Como agradecimiento me regalaron un libro del que tenían dos copas, criptografía básica ilustrada. Y fue desde entonces mi libro favorito. ¿Pasa algo?

Miguel deja de escribir y ahora me presta atención, se veía confundido, pero no me dice nada, solo se pone de pie y sale lo más rápido que puede de la habitación.

—Me espera un minuto por favor.

Unos minutos más tarde regresa con la mujer con la que había hablado antes, ambos se ponen a rebuscar entre los papeles frente a ellos, pero no me dicen nada.

Verlos así me pone nerviosa.

—¿Pasa algo? ¿es por mi trasplante?, no esta en mis planes morir si es lo que les preocupa. —Respondo con ironía.

—Me dice Miguel que a los trece años unos desconocidos te entregaron un libro y que eso genero en ti un interés por los códigos y la criptografía. —Me habla la mujer ignorando lo que digo.

—Si.

—Esas personas que te pasaron el libro ¿los recuerdas?

Resoplo. —Ya me están pidiendo mucho eh teniendo en cuenta que tenía trece años.

—Y el libro ¿tienes el libro?

—Estoy siendo paranoica o hay algo más detrás de todo esto.

—No, no, son solamente preguntas. —La mujer me sonríe, pero no parece convencida.

—¿Son una empresa de seguridad informática? Me están probando para eso ¿no? ¿Debo hackear algún sistema? ¿detectar una brecha de vulnerabilidad?

—No, no. —Ahora me responde Miguel, estos dos estaban cada vez más raros. —Isabel necesito que firme estos NDA.

—¿Qué es eso? —Tomo los papeles que me pasan.

—Acuerdos de no divulgación, mira léelos con calma, los firmas y vamos a poder contarte.

—Veamos… La divulgación o el uso de esta información no autorizada por parte del receptor de este acuerdo será considerado causal de indemnización de perjuicios. Me demandarán y bla bla bla… uy destruirán mi vida, bla bla bla, se toman todo esto muy enserio ¿no?

—Firme acá. —Me pasan un bolígrafo y me mandan hasta la última hoja de los papeles que tengo enfrente.

Tomo el bolígrafo y por un segundo dudo de lo que estoy a punto de hacer, no sabia quienes eran estas personas.




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