Evelin abrió los ojos, la poca luz de la habitación que colgaba del techo la cegaba y notó unos pinchazos en los párpados; volvió a cerrarlos, esta vez no se durmió. Oía un balbuceo que no podía entender, quiso abrir los ojos de nuevo pero la última vez que lo hizo le ataron las piernas y los brazos, no sentía dolor, “no siento nada”, pensó, “me clavan agujas en las manos”. Intentó mover los pies, pero su cuerpo no respondía a las órdenes de su cerebro. Esta vez oyó las voces más claras.
— Habitación diecinueve presenta síntomas.
—Subidle la dosis de anestesia y preparad la operación para las nueve.
“Pasos,…se alejan”. Movió los párpados y miró a través de las pestañas con los ojos casi cerrados la habitación. “No puede ser”. Era una habitación pequeña sin ventanas, las paredes estaban cubiertas de manchas de humedad, y una bombilla colgaba del techo sobre su cama; no la veía porque la luz la cegaba, pero la recordaba… “es una pesadilla”. Lo último que recordaba era esa bombilla y una mujer metiendo agujas entre sus dedos. “Mario”, unos pasos se acercaban por el pasillo, cerró los ojos… –Sé que estás despierta. Era una voz ronca de hombre. – ¿Sabes por qué estás aquí? Evelin no quería abrir los ojos, quería despertar de aquella pesadilla y ver a Mario. No recordaba porque estaba allí, pero sí que había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vio.