Caso Abierto I

Ocho días antes...

Ocho días antes

Cuando dejó de conducir no tenía ni idea de donde estaba, las farolas estaban apagadas y unos cuantos rótulos iluminaban la calle, sentada al volante vio uno que le llamó la atención, “Ameri”, rezaban las letras iluminadas. Estaba segura de que nunca hubo estado allí, ni aun cuando su vida era una locura y pasaba las noches de club en club tomando somníferos para dormir y estimulantes para despertar.

Bajó del coche y caminó hacia aquel lugar con la extraña sensación de que una fuerza todopoderosa la invitaba a entrar. No sabía dónde se dirigía ni en qué condiciones terminaría, pero la suave brisa de la noche la tranquilizó.

Cuando entró en el local le llegó un aroma a oscuridad, a especies, a sexo. Se acercó a la barra y se acomodó en uno de los taburetes, junto a ella estaban sentados cuatro muchachos jóvenes, que se la quedaron mirando nada más entrar, y una mujer con una peluca estilo Cleopatra, llevaba un vestido de cuello alto color granate que resaltaba el color de sus piernas, blancas como la nieve y su cara parecía una gran luna llena con dos tizones negros que debían ser sus ojos. La desconocida también miró a Malena pero a diferencia de sus amigos, con una mueca de disgusto. Después, como si la presencia de Malena le hubiera arruinado la fiesta se marchó del local.

La mayoría de las mesas estaban desocupadas y la camarera arreglaba unas botellas de la estantería cuando advirtió su presencia:

— Buenas noches — la saludó — eres la última persona que esperaría ver aquí.

Malena recordó de pronto de que le sonaba el nombre del club. Carmen, la dueña del club, también tenía una tienda de antigüedades debajo de su casa.

— Ayer en la tienda tu sobrina me comentó que actuaba aquí.

No estaba allí por eso, pero fue lo primero que se le pasó por la cabeza.

— Se acaba de marchar, ¿es amiga tuya?— le preguntó Carmen.

No exactamente.

Uno de los cuatro muchachos que bebían cerveza en la barra permanecía atento a su conversación

— La única que canta frente al piano soy yo — le explicó mientras cogía un enorme vaso y lo dejaba delante de Malena— , aunque cada vez menos, porque las propinas son cada vez más escasas. — Miró de reojo al chico que seguía escuchando su conversación, y este, como si no tuviera que ver con él, giró la vista hacia su cerveza.

En ese momento alguien apareció entre las sombras como un fantasma, parecía un impío espectro de la muerte todo vestido de negro y con una cicatriz que marcaba casi toda su mejilla. La oleada de peligro que le precedía era su mejor carta de presentación. Su pecho era al menos el doble de ancho que el de Malena y sus brazos poseían poderosos músculos.

— Una sombra hace más ruido que tú —enunció Carmen llenando el vaso que aquel hombre dejó sobre la barra.

Malena siguió sentada en su taburete con la espalda más recta y firme que una lanza. Notó su mirada sobre ella e intentó no devolvérsela, pero no pudo, su simple presencia exigía que se le prestase atención. Llevaba una camiseta de tirantes y unos tejanos que marcaban todos sus músculos, tan apretados que Malena tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantener la mirada fija en su rostro.




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