Caso Abierto I

Carlos...

Sentado en su mesa de siempre vio cómo se abría la puerta y entraba una mujer, llevaba puestos unos vaqueros ceñidos que la hacían parecer más alta y una blusa blanca de satén que dejaba al descubierto su escote.

Los ojos de todos los hombres se volvieron, pero ella no hizo el menor caso. Su maquillaje era impecable, desde el suave brillo de labios hasta la delicada línea del delineador de ojos. “Demasiado hermosa”, pensó mientras la miraba… tenía un dulce encanto en sus gestos, aunque su sonrisa era tímida y torpe, carente de seguridad. Sabía que ella no lo podía ver porque se sentaba donde no alcanzaba la luz. La observo sentarse en un taburete a la espera de que la camarera reparase en ella. Vio como la mujer cogía un mechón de cabello y enredándolo con los dedos lo dejó caer, sabía que era un gesto estudiado desde el instituto pero que ahora lo hacía inconscientemente. Los hombres que estaban sentados alrededor de la barra seguían contemplándola, era guapa y tenía buen tipo. La camarera le sirvió una copa y los hombres dejaron de mirarla. Se suponía que lo que una mujer buscaba en un bar era ligar, pero su instinto le dijo que lo que ella buscaba era emborracharse.

Carlos se levantó y se dirigió a por su última copa. Cuando llegó junto a ella la miró fijamente a los ojos con expresión insondable, sabía que su mirada era lo bastante sombría para inquietar tanto a amigos como a enemigos, pero comprobó que su gesto no tenía ningún efecto sobre ella. Junto sus cejas en un fruncimiento y endureció su expresión intencionadamente, pero la forma en que lo miraba ella era insultante, recorriéndolo de arriba abajo como si fuera un solomillo.

La camarera estaba ocupada, pues a él se le daba muy bien esperar, se quedó junto a la mujer y le dedicó una lenta, larga y apreciativa mirada recorriendo todo su cuerpo. Ella apartó la vista para dar un sorbo a su copa y un extraño calor pareció adueñarse de su cuerpo cuando vio que sus labios se pegaban al cristal suavemente y el líquido bajaba por su garganta. No podía pensar, su corazón golpeaba fuerte pero no dolía. Se dio cuenta de que ella estaba nerviosa y de que no sabía que decir, pero él tampoco lo sabía. Hacía tiempo que no se encontraba ejecutando la suave danza de la seducción, habían pasado diez años desde la última vez que lo hizo. Tratando de recordar cómo funcionaba le preguntó:

— ¿Te gustaría ir a otro sitio? Conozco un lugar donde ponen las mejores margaritas.

Ella hizo un intento de negar con la cabeza y susurró:

— Si quieres algo de mí no empieces por ahí.

Sus ojos volvieron a encontrarse y hubiera podido asegurar que el tiempo se detuvo, no obstante, cogió su copa y volvió a su rincón de siempre. Desde la penumbra siguió observando a esa mujer que había desatado todo tipo de alarmas en él. Vio como la camarera se sentaba a su lado, pero ella no se movía, miraba el fondo de su copa vacía. Pensó que estaría acostumbrada a ser el centro de atención de las miradas de los hombres y se acordó de Lisa, tan distinta a las demás, nunca habría llamado la atención de nadie, tanto en su vestuario sencillo como en sus modales tan impecables. Pensó que nunca encontraría a una mujer como ella o que se le pareciese en lo más mínimo. Aunque tampoco tuvo ocasión de saberlo porque desde que Lisa lo abandonó no le dio la más mínima oportunidad a otra mujer de acercarse a él.

Carlos vio como la camarera le servía otra copa y la apuraba en dos tragos, después la vio levantarse y salir del club dando tumbos. Miró su reloj y le pareció que era demasiado tarde para que una mujer anduviera sola por las calles, estaba a punto de salir tras ella y proponerle que la acompañaría a su casa cuando vio que la camarera se acercaba a él con algo en la mano.

— ¿No hechas nada de menos?

— ¿Es mi teléfono? —le preguntó Carlos.

— ¿Qué quieres que sea, una tostadora? Ayer lo encontré encima de la mesa cuando cerraba el club.

— Lo he buscado durante toda la tarde, es como el anillo de bodas, te molesta pero cuando te lo quitas lo echas de menos.

— ¿Tú tienes pareja? — lo soltó así, sin rodeos, sin ni siquiera pensarlo.

— Lo estuve hace años–respondió Carlos a una pregunta que estaba tan acostumbrado a esquivar, pero se vio sentado en aquella mesa durante horas, días, años…— pero me abandonó hace mucho tiempo.

Carlos levantó su copa y la apuró.

—Te pondré la penúltima — le dijo ella dándose la vuelta y volviendo a la barra.

Hacía ocho años que Carlos no sentía nada en su interior, que no recordaba lo que era la pasión, que no tenía ilusiones ni esperanzas. Y, hacía tan sólo unos minutos se le habían despertado todos los sentidos al ver a aquella mujer, pero a pesar de todo había dejado que se marchara

La camarera volvió a aparecer con un vodka en la mano.

— Invita la casa — le dijo dejando el vaso sobre la mesa, le guiñó el ojo y se marchó.

Carlos se tomó la copa en dos tragos, se levantó de la silla y salió del local haciendo un gran esfuerzo por caminar en línea recta. Se maldijo a sí mismo por comparar a aquella mujer con la que lo había abandonado. Subió en su coche y arrancó el motor pensando que tendría que haber salido corriendo tras ella por el simple hecho de hacer que hubiesen saltado todo tipo de alarmas en su interior, pero ahora ya era tarde, jamás la volvería a ver. Cruzó el parking y se dirigió a la autopista dispuesto a marcharse a su casa, pero vio algo tirado en el suelo entre dos coches que llamó su atención.

Al acercarse vio que era una mujer arrodillada en el suelo, la oyó vomitar y gemir; mientras se sujetaba la barriga con una mano y el pelo con la otra. Era la misma mujer que había estado en el “Ameri”.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.