Caso Abierto I

Evelyn...

Evelin no recordaba nada. Mario la dejó allí, en aquel bar de carretera, y después… Todo era confuso. La había dejado diciéndole que lo de ellos era imposible. Confiaba en Mario, era policía. Lo conoció en el cumpleaños de su cuñada Susana, la hermana de su marido, que también era policía. Algo parecido a un flechazo pasó entre ellos aquel día. – Además de que su relación estaba pasando por una crisis matrimonial–. Y sin saber cómo ni porqué acabaron en un lío amoroso que ocultaron durante seis meses. Pero aquel día Mario la había dejado allí plantada igual que ella dejó un día antes a Pablo. Bueno, igual no. Ella lo abandonó sin darle explicaciones, sin tan siquiera escribirle una nota. Ni siquiera recogió sus cosas. Tan sólo salió de casa dispuesta a no volver nunca más. Amaba a Mario y quería pasar sus días junto a él. No obstante, en cuanto le dio las noticias de que había abandonado a Pablo por él, Mario la dejó. Después de eso, se emborrachó. Estuvo bebiendo desde que Mario salió por la puerta de aquel antro de mala muerte hasta que llegó aquel hombre. Perfecto. Todo en él era perfecto; sus onerosos músculos marcaban todo su cuerpo, su mandíbula cuadrada dibujaba una mueca de astucia, sus ojos… Tonteó con él hasta que sus manos llegaron al magreo y después salieron del local. Caminó cogida de su brazo para no tropezar mientras sus cuerpos se rozaban, su respiración se agitaba por el deseo, y sus ojos no enfocaban bien…oscuridad. Después de eso solo recordaba oscuridad. Algo le tendría que haber puesto en la bebida, y después…No recordaba cuanto tiempo había pasado desde que despertó. Porque despertó, estaba segura de eso. Despertó hacía mucho tiempo en una habitación con las paredes desconchadas por la humedad, con olor a cobre y putrefacción, y una bombilla que colgaba del techo. Recordaba la bombilla meciéndose sobre ella. Su luz la cegaba, quería abrir los ojos pero cuando lo hacía… algo la obligaba a cerrarlos. Sus parpados pesaban, no sentía las piernas. ¡Sus piernas! Quiso tocarlas, pero sus brazos no se movieron. Estaba paralizada sobre una cama; una camisa de fuerza no la dejaba moverse. Parpadeó un momento hasta que sus pupilas se acostumbraron a la luz. Ese lugar no se parecía en nada al que había visto cuando despertó la última vez. Era un lugar blanco y brillante. Las sabanas de la cama en las que se encontraba eran blancas y suaves. La camisa de fuerza que no la dejaba moverse también era blanca, al igual que la luz que la cegaba. Una molesta lámpara de mesa despedía un molesto brillo blanco absoluto. Empezó a respirar con dificultad cuando intentó mover las piernas. No las sentía. Un ataque de pánico se apoderó de ella sumiéndola en un estado de ansiedad. Entonces oyó un pitido; estaba conectada a una máquina. Una mujer vestida con una bata blanca entró en la habitación. Se acercó a ella con una aguja en la mano y le inyectó un líquido transparente en el costado. La mujer salió de la habitación sin mediar palabra. Los párpados cada vez le pesaban más y más, hasta que al final, se cerraron y volvió a desmayarse. Cuando despertó de nuevo lo recordó todo. Las imágenes iban y venían en su cabeza como el tráiler de una película antigua. Hasta podía escuchar las conversaciones. “Lo cogeremos, cometerá algún error”. “Tiene que estar trabajando con alguien”. Susana le daba vueltas a las chuletas de la barbacoa mientras discutía con Mario sobre el único tema del que habían prometido no hablar el día de su cumpleaños; “El carnicero”. Un asesino en serie que descuartizaba a sus víctimas para vender sus órganos. Por desgracia, a algunas, las dejaba con vida; sin manos, sin pulmón, sin piernas… “Tiene que trabajar con alguien de la policía”. “No hablemos más del tema”. Afirmó Mario mientras le guiñaba un ojo asegurándose de que Pablo no lo podía ver y le llenaba la copa de vino. Después de eso no mantenía recuerdos precisos. Ella y Pablo en el cuarto de baño; sus cuerpos pegados y la excitación de ser descubiertos…Aquel cutre bar de carretera… Mario recibiendo una llamada importante y saliendo del local…Perfecto…Aquel oscuro hombre enfundado en un traje de Armani de color negro que marcaba todos sus músculos. Su mandíbula cuadrada sonriéndole con una mueca de astucia. Sus ojos negros recorriéndola de arriba abajo…y, oscuridad. Solo recordaba oscuridad.




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