Caso Abierto: Un Grito en la Oscuridad.

Capítulo 4

De nuevo, la noche presionaba los cristales de las ventanas. La casa parecía encogerse sobre sí misma, aislada del mundo. Todo estaba en silencio, un silencio denso, apenas quebrado por los aullidos lejanos de los coyotes, que subían desde las laderas oscuras como un lamento antiguo.

Daniel estaba sobrio, aunque había bebido algunos sorbos de vino mientras leía. Sin embargo, por primera vez desde que se instalara allí, sentía miedo. No un temor concreto, sino una inquietud difusa, provocada por la noche, por el silencio… y por algo más.

Otras noches había estado solo, y no le había ocurrido nada parecido. Esta vez no lo estaba.

Julia Amaya estaba allí.

No físicamente, pero sí de una forma más perturbadora: en la habitación, en su pensamiento, en el aire mismo que respiraba. Durante el día, al descubrir lo poco que había logrado averiguar sobre ella, la joven había adquirido una presencia inesperada. Hasta entonces no había sido más que un nombre en un recorte de periódico, una víctima abstracta.

Ahora no.

Aquella noche, Julia ocupaba un espacio real en su mente. Era más intensa precisamente porque sabía tan poco de ella. Una fotografía habría destruido la ilusión, la habría reducido a una imagen concreta, limitada. Pero no existía ninguna. Solo una descripción vaga, incompleta, que Daniel podía modelar a su antojo. Una mujer joven, atractiva, de cabello oscuro, que había amado —o creído amar— a un monstruo con el que pensaba casarse.

Había surgido del misterio y había desaparecido en otro aún más profundo: el último.

Había estado allí. En esa misma casa. Tal vez sentada en ese sillón, quizá observando esas mismas paredes encaladas, durante las pocas horas que transcurrieron entre su llegada y su marcha hacia la oscuridad definitiva.

No volvería jamás.
Nunca respondería a las preguntas que había dejado suspendidas.

¿De dónde venías, Julia?
¿Por qué nadie logró reconstruir tu camino hasta aquí?
¿No había nadie que te quisiera o se preocupara por ti en el lugar del que partiste?
¿Qué te hizo la vida, qué te hicieron las personas, para que acabaras escribiendo desesperada a un Club de Corazones Solitarios, buscando afecto, buscando amor… y encontrando a un asesino?

¿Por qué lo amaste? ¿Qué palabras, qué gestos, qué mentiras utilizó para seducirte cuando fue a verte? ¿Qué te hizo creer en él?

Eran demasiadas incógnitas.

¿Y por qué te mató?
¿Fue solo locura? ¿O había un propósito, una lógica enfermiza detrás de todo aquello? ¿Supiste siquiera, antes de morir, por qué morías?

¿Tuviste tiempo de pensar cuando viste el cuchillo?
¿De comprender que todo estaba planeado?
¿De sentir asombro antes de sentir el dolor?

Porque lo planeó.
No te reservó ningún hotel.
No hizo ningún arreglo para la boda.
Te trajo aquí para matarte.

Pero… ¿por qué?

Un nuevo aullido rasgó la noche.

—Malditos coyotes… —murmuró Daniel.

No eran sonidos nuevos para él. Durante los años que había vivido en Granada los había escuchado más de una vez, cuando se adentraba por carreteras secundarias o se detenía en la sierra al anochecer. A veces incluso apagaba el motor del coche, apagaba las luces, y se quedaba escuchando aquella soledad salvaje, aquella nostalgia primitiva e inexplicable que traían consigo los aullidos.

Otras noches los había escuchado con una extraña fascinación.
Esa noche le crispaban los nervios.

¿Los oíste tú también, Julia?
Probablemente no. Apenas había caído la noche cuando moriste. Quizá todavía no se habían alzado esos lamentos en las montañas. ¿O sí? ¿Corriste hacia ellos, buscando un mal menor?

Se sirvió más vino, consciente de que estaba pensando estupideces.

Si seguía así, iba a perder la cabeza.

Ya había investigado cuanto estaba a su alcance sobre Julia Amaya. Lo sensato sería escribirlo todo, enviárselo a Martín y sacarla de su mente. Tal vez al día siguiente podría alquilar un portátil en Órgiva, no tendría por qué esperar a que Vi le trajera el suyo.

Pero algo dentro de él sabía que no sería tan fácil.

¿Por qué no podía desprenderse de ella?

¿Era simplemente porque estaba viviendo en la misma casa donde ocurrió el crimen? Eso explicaba parte, pero no todo. ¿O era porque antes de ocuparse de este asunto no tenía interés alguno en nada, y ese vacío había convertido un caso más en una obsesión? Era posible.

Pero había algo más.

¿Era algo dentro de él mismo?
¿Un residuo de aquel colapso nervioso, de los meses en el sanatorio, de ese borde difuso de la locura que había rozado?
¿Era esta fijación con un crimen ocurrido ocho años atrás una manifestación patológica?

¿O, por el contrario, era un interés perfectamente normal?
¿No bastaban el misterio, la víctima y la ausencia de respuestas para atrapar la atención de cualquiera?
¿No resultaba inquietante que nadie hubiese logrado reconstruir el viaje de Julia, que no existieran datos sobre su procedencia, que pareciera no haber dejado huella alguna en el mundo?

En cuanto a Nelson, era distinto. El pasado de un asesino siempre es difícil de rastrear. Más aún sus movimientos después del crimen. Tuvo dos meses para borrar cualquier rastro antes de que se descubriera el cuerpo. Y si, como todo indicaba, había planeado el asesinato desde antes de llegar al pueblo, era lógico que utilizara un nombre falso y que evitara cualquier confidencia.

Pero Julia…

¿Tenías tú un secreto?

Daniel se reprendió mentalmente, intentando detener el torrente de pensamientos.

Volvió al libro. No consiguió concentrarse.
Miró el reloj: apenas eran las nueve. Había dormido hasta tarde y sabía que no conciliaría el sueño en horas.

La noche seguía ahí, apretando los cristales.
Y Julia Amaya también.



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En el texto hay: triller, suspeno

Editado: 17.12.2025

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