Caso de los Hermanos Lara

Expendiente 1710

  –Todo comenzó la tarde del jueves 14 de marzo…

Estaba frente a la cocina salteando aros de cebolla para preparar mis hamburguesas, la comida favorita de Teo, solo tiene 15 años no hay más que decir al respecto.

–Roy, tomaré un baño, vine asqueroso de la práctica –exclamó Teo, mientras subía por las escaleras.

–¡Ni creas que te vas a librar, si yo preparo la cena, tú lavas los platos! –respondí levantando la voz para que me escuchara desde su habitación.

–¡Bien! –contestó.

Escuché la regadera, y seguí mezclando la carne, escuchaba Chek to Chek de Ella y Louis que se reproducía en el viejo toca discos de papá, es una reliquia; pero funciona perfectamente. Oí los pasos de Teo bajando apresurado por las escaleras, me asomé y noté que aun llevaba shampoo en el cabello y la toalla a medio sostener.

–¿Qué pasa hermano? Te dije que iba a tomar un baño –explicó.

–Pero no te he dicho nada y estás chorreando todas las escaleras –le reprendí.

–Ash –gruñó y subió nuevamente.

Seguí preparando la cena y escuchando a Ella Fitzgerald últimamente me tiene obsesionado, me gusta el Jazz desde que a los cuatro años empecé a tener noción de la música que le gustaba a mis padres. Puse cuidadosamente la cantidad exacta de condimento a la carne para formar las tortas que serán el sabor principal del platillo, no es que me guste cocinar; pero son gajes de hermano mayor, después de todo, debemos cuidar a esos pequeños demonios que llamamos hermanos.

Nuevamente Teo bajó las escaleras.

– ¿Es en serio? Te dije que me estoy bañando –protestó y la vena en su frente resaltó, siempre pasa cuando está molesto. Aun recuerdo cuando a mis cinco años finalmente apareció la pequeña bola de carne que hacía que el vientre de mamá se viera enorme, apenas entró a casa chilló a todo pulmón y desde entonces su frente se enrojeció, marcando el lugar dónde luego se ubicaría la dichosa vena.

 –No sé de qué me hablas, yo no me he movido de aquí –respondí, señalando las tortas que chispeaban en el aceite.

–No es gracioso, le diré a mamá que me estás molestando –amenazó.

–Teo, ya madura, él que está inventando cosas eres tú y ni se te ocurra molestar a mamá. Déjalos disfrutar su reencuentro de ex compañeros de la universidad, algún día sabrás lo ridículamente importante que es ese evento.

–Pero te digo que escuché claramente que me llamabas por mi nombre –aseguró.

Una bocanada de aire se me escapó de los pulmones.

–A ver, olvidemos el asunto. Ve arriba, si escuchas que te llamo, ignora las voces en tu cabeza y termina de bañarte porque la cena está casi lista ¿de acuerdo? –concluí.

Teo me observó desconfiadamente.

–De acuerdo –susurró molesto.

Preparé la mesa y ambos nos sentamos en el comedor. La ventaja de los niños es que olvidan todo rápidamente, Teo un momento estaba muy molesto conmigo y al siguiente charlaba emocionado sin parar sobre sus amigos que vendrían de visita, a pasar las vacaciones de verano. Por mi parte preferiría haberme quedado en el campus y aprovechar el tiempo; pero mamá necesitaba que cuidara de mi hermano para ellos ir a su viaje y aquí estoy perdiendo el tiempo mientras Sebastián adelanta clases y acumula créditos extra; aunque no debería preocuparme, jamás me va a superar.

Terminamos la cena. Teo llevó los platos al fregadero, yo me senté en la isla de la cocina a checar mis e-mails de la facultad, revisaba y contestaba cada uno. Esto de ser alumno ayudante de morfofisiología quita mucho tiempo, los chicos que ingresan cada vez son más duros de la cabeza, no les entra nada de lo que les explico, tengo veinte años, pero estoy seguro que tendré canas pronto. 

– ¡Roy! –dijo Teo, que aun se encontraba lavando los platos.

–Dime –respondí sin quitar los ojos de mi laptop.

 –¿Qué es eso? –preguntó.

–¿Qué cosa?

–!Eso! hay… hay algo en el jardín –susurró. Apenas pude escucharlo porque Ella se elevaba cantando su solo de Blue Skies.

–¿De qué hablas? –dije sin mucho interés; pero al no obtener respuesta de Teo, levanté la mirada y lo encontré petrificado frente al fregadero, viendo a través de la ventana hacia el jardín del patio trasero de nuestra casa.

Me levanté y me asomé por la ventana; pero solo vi los árboles y las flores de mamá.

–Yo no veo nada –aseguré. Vi que los ojos de Teo no se movían, como si estuviera tratando de no parpadear, ni de respirar. Cerré la cortina y con ello Teo se relajó.

–Hermano, en serio había algo ahí afuera, oculto en la sombra de los árboles –aseguró.

–Tenemos un muro perimetral de casi tres metros, más la cerca eléctrica ¿Tú crees que alguien va a subir por ahí? Y peor a esta hora, es muy temprano para meterte a alguna casa a intentar robar –expliqué.

–Pero es que no creo que… –titubeó– yo juraría qué…

–¿Qué? –pregunté impaciente.




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