Casos | La sirvienta y el vampiro

Caso 1: El anillo de plata

Esperé pacientemente fuera de la habitación contemplando los adornos y diseños exóticos de los muebles cerca del pasillo. Maximiliano salió seriamente de su habitación con un enorme abrigo y un par de guantes que comenzó a colocárselos mientras me pasa su bastón de fina madera para que lo sostuviera.

 

—Ve a ponerte algo más abrigado que saldremos enseguida —observó como titubeaba—. Tenemos un caso y debemos salir ahora mismo.

 

Tomó su bastón y se alejó rumbo a la salida. Lo quede mirando estupefacta, afuera llueve en forma torrencial y el frío cala los huesos, pero debo obedecerlo si quiero mantener mi trabajo. Corro a mi habitación colocándome un par de botas y saco del ropero uno de mis viejos abrigos, bajé las escaleras corriendo. Afuera Maximiliano junto a Esteban observaba su reloj de bolsillo impaciente.

 

—Bastante lenta, señorita Celiz —reclamó guardando con brusquedad su reloj.

 

Endureció su mirada observándome con desaprobación.

 

—Vamos a tener que renovar su guardarropa, ese abrigo es dos veces más grande que usted.

 

—Lo compré en liquidación, le perteneció a una mujer que cayó en desgracia —repliqué un poco herida en su reclamo contra mi aspecto.

 

—Yo no usaría una prenda que ha pertenecido a alguien que cayó en desgracia ¿No teme a las supersticiones?

 

—Sí, pero es esto o aguantar el frio —fijé mi mirada en los suyos y sonrió con ironía.

 

—Si insistes en usarla y yo fracaso en mi caso me pagarás con tu sangre —entornó los ojos con malicia.

 

—Al contrario, señor Alcázar, ya verá que mi viejo abrigo le dará suerte —hablé con seguridad.

 

Maximiliano se rio ante mi serio rostro.

 

—Espero que por tu propio bien sea así.

 

Uno de sus sirvientes abrió la portezuela del carro en donde subimos con rapidez, la fría noche oscura rodeada por una espesa niebla obligaba al carruaje avanzar más lento de lo que Maximiliano quisiera, notó su impaciencia al golpetear sus dedos contra su rodilla. En cambio, Esteban solo contempla el paisaje tranquilo y en silencio. En eso siento la fija mirada del hombre de cabellos castaños encima de mí, volteó encontrando su sería expresión incomoda toso fingiendo mirar por las ventanillas.

 

—Lo que verás no será nada agradable a partir de ahora, te pido que seas cauta y guardes las apariencias, o sea no grites ni te desmayes ¿Lo entiendes?

 

Volví mi atención a él y solo moví la cabeza. No sé qué cosas podría encontrarme para que me advirtiera de tal vez de una desagradable escena que nos esperaba en el fin del camino.

 

Pero no alcancé a pensar demasiado de que trataría aquello, llueve con mayor fuerza así que mis pensamientos se alejaron con la lluvia mientras el carruaje salta de un lado al otro ante la imposibilidad de poder distinguir las distorsiones del pavimento bajo esta tormenta.

 

Cuando acababa de detenerse la lluvia llegamos a una enorme casona afuera de la ciudad. No encontramos con una mujer alta y robusta vestida de blanco junto a un sirviente que nos esperaba sosteniendo un viejo candelabro. El semblante tenso de la mujer de unos cincuenta años no se borró aun cuando trató de sonreír. Extendió ambas manos tomando las manos de Maximiliano quien le sonrió con cortesía.

 

—Agradezco mucho que hayan venido, de verdad no he podido dormir desde que la encontramos. —susurró como si no quisiera que sus sirvientes la escucharan.

 

—Cuéntenos los detalles, puedo ayudarla a resolver el caso — habló Maximiliano.

 

—Pero aquí no, hablemos mejor en el despacho de mi difunto esposo, vengan síganme.

 

Entramos a la casa, unos llamativos elefantes de cerámica fina en números de tres daban la espalda a la puerta, he escuchado que son un símbolo para atraer energías positivas al hogar, aunque es la primera vez que los veo. Las paredes están cubiertas de retratos con marcos de color dorado y negro, sobre un papel tapiz de color verdoso. Miles de candelabros de diversas formas decoran los muebles superiores. Más allá unos sofás de cuero de color negro y una extensa alfombra rojiza. En cada sala hay muchos objetos de madera perfumados, creo que se usan para atraer la buena suerte. Todo muy limpio, más de lo alguna vez había visto. Atravesamos la sala cruzándonos solo con un par de sirvientes que inclinaron la cabeza como saludo. Finalmente nos detuvimos frente a una puerta de madera refinada y tallada con minuciosidad. Entramos al despacho detrás de la mujer que apenas cerró la puerta comenzó a hablar.

 

— Les cuento. Hace un par de días mi hijo menos, Alberto, salió a jugar al bosque de nuestra propiedad con sus amigos. Según lo que me contó se les ocurrió la idea de buscar nidos de aves. Luego de encontrar unos cuantos se encontraron con un viejo olmo, cuyo centro es hueco, pensando que tal vez por ello podrían encontrar un par de nidos. Pero cuando mi hijo se subió vio algo que parecía un rostro humano, extrañado lo tocó con un palo y al moverlo se dieron cuenta que se trataba de una calavera. Los niños llegaron corriendo a casa.

 

Guardó silencio y luego con un semblante preocupado se dirigió a Maximiliano.

 

—No quise llamar a la policía porque usted sabe del pasado de la familia de mi querido esposo y desconozco si es algo relacionado con ellos...

 

—Seré lo bastante cauto para evitarle cualquier problema —sonrió el vampiro—. Indíquenos el lugar en donde encontraron el cadáver para averiguar más de las razones del porque está en ese lugar.

 

—Le pediré a uno de mis sirvientes más fieles, Leonardo, que los guíe a ese lugar, tal vez será complicado encontrar algo luego de que ha llovido tanto.

 

—No se preocupe, deje eso en nuestras manos.




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