En uno de los cumpleaños de él, le organizamos todos los compañeros de área una celebración el viernes. Lo invitamos a almorzar a un restaurante de carnes cerca de la oficina. Un sitio que a él le agradaba mucho y donde habíamos estado almorzando en otras ocasiones sin ningún motivo en especial. El lugar tenía un estilo vaquero, así que te atendían guapas meseras vestidas de alguaciles. De forma coqueta y a manera de broma, un par de veces él le dijo a alguna mesera que si necesitaba arrestarlo, lo arrestara, que él no opondría resistencia. A él le gustaba todo de ese restaurante, no tan solo la comida.
Almorzamos de una manera muy amena, conversamos de música, hijos, moda de oficina, adelantamos los chismes a cargo del área de contabilidad y cualquier tema que se nos ocurrió durante esa hora. Poseíamos esa particularidad como grupo de trabajo de comenzar hablando de un tema y terminar en otro sin saber por qué habíamos llegado allí, pero con una regla: Prohibido hablar de temas laborales, suficiente teníamos con el estrés que por momentos se vivía en la oficina como para llevar el trabajo también al tiempo del almuerzo.
A mitad del almuerzo, mi compañera de área y yo le entregamos una tarjeta que habíamos hecho e impreso nosotras mismas. La tarjeta era una hoja en blanco con bordes de página y la imagen de un pastel con la frase ¡Feliz cumpleaños! En la parte en blanco de la tarjeta, cada uno de los compañeros le escribió un mensaje de felicitación y como posdata, nuestro jefe le anotó que esa noche la rumba corría por parte del área en una discoteca cerca de la oficina.
Al volver del almuerzo, usted le realizó la llamada que suele realizarle todos los días a la misma hora, y él emocionado le contó el detalle que habíamos tenido, además de la invitación a la discoteca en la noche. Sorprendida, usted le dijo que quería ir a la celebración para conocer a su equipo de trabajo, petición a la que él inicialmente intentó negarse, argumentando que le daba un poco de pena agregar a alguien más al grupo porque era una reunión que habían organizado otras personas. Pero dada su insistencia, nos preguntó si habría algún problema en invitarla, diciéndonos que él correría con los gastos adicionales. Nosotros no tuvimos inconveniente y por cortesía le dijimos que no se preocupara por la cuenta.
Con lo que no contábamos ninguno de los tres es con mi buena suerte, porque ese día durante toda la mañana no me había sentido bien. Tenía una virosis estomacal, que rápidamente evolucionó con más síntomas, y que durante el almuerzo no me dejó almorzar, tanto que tuve que pedir la comida para llevar. Mi jefe, que me vio tan mal, queriendo disminuir el riesgo de que se contagiara el área completa, apenas llegamos del almuerzo se acercó a mi cubículo y me dijo que me tomara el resto de la tarde para descansar y reponerme.
La vida y sus caminos misteriosos…