Castillo De Naipes

La noche

Recuerdo la noche en que todo comenzó. Fue un viernes; salimos con todo nuestro grupo de trabajo. Fuimos a una discoteca, entre trago que va, trago que viene, charla por aquí, charla por allá. Él se sentó a mi lado, ligeramente tomado, y me dijo algo como:

—Tengo una impresión de una persona, pero no sé si es cierta o no.

—¿Qué pasó? — le respondí—.

—Pienso algo, pero no estoy seguro. ¿Tú qué harías si tuvieras una duda de una persona, pero no estuvieras segura?

—Si yo puedo preguntarle, le preguntaría. Intenté averiguar un poco más y le pregunté: ¿es algo grave? ¿es algo del trabajo?

—Es algo personal — me contestó—.

—Busca alguna manera para salir de la duda.

—Sí, pero es que no sé, no sé cómo hacerlo — me dijo—.

En ese momento, cambiamos de tema, hablamos del trabajo y seguimos tomando. Entonces, de un momento a otro, me dijo:

—¿Tú qué piensas de mí?

—Pienso que eres una persona muy especial. Me siento muy contenta de trabajar contigo. Creo que tenemos un excelente grupo de trabajo, me agrada compartir contigo. —le contesté—.

Con esa pregunta, yo empecé a sentir susto porque comencé a darme cuenta en que iba a terminar la conversación. Pero intenté seguir la plática normal y le dije:

—¿Por qué? ¿Luego tú qué piensas de mí? ¿Te caigo mal?

—No es eso. Pienso que tú eres una mujer muy bonita, una mujer muy inteligente, una persona con una forma de ver la vida y de pensar que me parece muy interesante. Tienes una personalidad que me gusta mucho. Somos muy diferentes, pero hay muchos puntos en los que nos encontramos.

—Gracias —dije—.

—También quiero decirte que tú me gustas, que he estado pensando que yo te gusto. Eres tú la persona de la que tengo la duda. —dijo—.

Quedé de una sola pieza, no supe qué decir. Fue como si en ese momento la música estruendosa de la discoteca se hubiera silenciado, yo hubiera estado dentro de un barril y le hubieran dado un golpe. Me quedé callada, mirándolo. Todo fue en fracción de segundos y  me dijo:

— No se vale decir mentiras.

 Yo, con mis tragos encima y con la posibilidad de liberarme emocionalmente de esa situación que no me dejaba tranquila, pensé: él puso las cartas sobre la mesa, entonces voy a hacer lo mismo. Con unos tragos encima, se siente uno valiente. Y entonces le dije:

—Me gustas, no es una suposición. Tú me gustas. Me gustas desde hace unos meses para acá, porque al principio nos tratábamos como compañeros de trabajo y a mí no me pasaba nada. Yo pienso que fue ese contacto que tenemos, que siempre hablamos y compartimos cosas, lo que hizo que me comenzaras a gustar. La química que hay entre nosotros dos.

A él le dio risa y me dijo:

—Yo también lo había pensado, yo también me había dado cuenta, pero pensé que me lo estaba imaginando.

Por mi parte, también en un momento pensé eso, pero me dije: somos compañeros de trabajo, y cuando uno conoce tanto a las personas, a veces, no le gustan. Entonces yo pensaba que no le gustaba.

—Pero es un gusto nada más. Tú eres un hombre casado y yo respeto eso. Yo no quiero problemas, entiendo que tú también necesitarás desahogarte. Démonos, por bien servidos, nos pudimos quitar ese peso de encima —dije—.

—No pienso lo mismo. Pienso que nosotros podemos estar juntos. No te puedo ofrecer una relación en donde te presente a todo el mundo como mi pareja porque yo tengo a mi esposa, pero podemos estar los dos. Va a ser una vida alterna a la que tengo. Podemos ser amantes.

Toda esa conversación fue un tumulto de emociones: susto, alivio, pero ese momento fue un momento de impacto.

—No puedo aceptar eso. Yo no quiero ser tu amante, ni la de nadie. Sigamos siendo lo que somos, compañeros de trabajo y amigos —le dije—. No sé por qué no me dijo el discurso que le dice a todas, nos podemos divertir; seguro él ya sabía que yo conocía ese discurso y no le pareció original.

Esa noche, después de esa conversación, salimos a bailar una vez más, y se sentó en otra parte y comenzó a hablar con otros de mis compañeros. Después, una de mis compañeras me preguntó:

— ¿Qué pasó?  La vi que usted estaba hablando con él y, de un momento a otro, los vi sorprendidos, y luego a usted más sorprendida. ¿Qué pasó?

En ese punto, yo no fui capaz de contarle la verdad, aunque ella era una de las compañeras de trabajo con las que más compartía. Es muy complejo contarle a alguien con quien no hay toda la confianza del mundo y que está en el mismo lugar donde transcurre la historia que te gusta un hombre casado.

Las personas comienzan a pensar que eres una descarada, una persona sin principios. ¿Cómo le puede gustar un hombre casado? ¡está loca! y esto no es producto de mi imaginación. He escuchado a personas decir eso de otras, solo porque en un momento de debilidad, o de desahogo confesaron esa información.

El asunto es que uno no decide quién le gusta y quién no, uno no decide qué siente y qué no siente, Uno simplemente siente lo que siente. Uno no manda en sus sentimientos, decide sus acciones, como va a actuar. Pero qué va a sentir ¡no!




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