Después de la gran noche, él cambió. No dejó de recordarme su propuesta, pero se percibía un poco disgustado porque no comprendía el motivo de que no estuviéramos juntos. Para él, era una pérdida de energía y un poco de mojigatería por mi parte desperdiciar esa química y enamoramiento que estábamos sintiendo, y me lo hizo saber. La situación concreta del cómo, luego se la contaré.
Pero es que yo no tengo por qué pensar como él y él no tiene por qué pensar como yo, porque somos individuos distintos, con desiguales experiencias, con diferentes prioridades, con deseos y expectativas sobre la vida contrarias. Si algo entendí, fue que éramos dos personas con formas de ver la realidad distintas, y que para él, las oportunidades de una aventura no debían ser desperdiciadas.
Pero es que yo aquí no veo mi ganancia. ¿Sexo? eso lo puedo tener con un hombre soltero y sin compromiso. ¿Compañía? ¿Las migajas de su tiempo que dejan usted y las otras? No entiendo por qué se molesta por no aceptar la propuesta de ser su amante. Tal vez él no está acostumbrado a que las mujeres le cuenten de sus sentimientos sin más intención que expresarse o ser sinceras. Debería aplicar ese viejo dicho que dice: “no preguntes lo que no quieres saber”.
Tengo que admitir que me dio risa su comportamiento. Es como el berrinche que hace un niño chiquito cuando en una tienda sus padres no le dan lo que quiere. No me sentí ofendida, tampoco una mojigata, porque no sentí que estuviera dejando pasar la oportunidad de mi vida.
Quizás no contaba con que esta vez sus estrategias de mujeriego no funcionarían. Es que él desconoce muchas cosas de mi vida que no le contaré porque el protagonista de esta historia es él, para que su ego no se resienta más.