Castillo De Naipes

Entre la energía sexual y el recato

Una tarde cualquiera, mi compañera de área, él y yo fuimos a almorzar juntos. Ese momento se convirtió en el instante perfecto para que él insinuara que yo era mojigata. Mientras los tres compartíamos el almuerzo, él comenzó a discutir acerca del valor de la energía sexual y cómo esta energía no debía ser desperdiciada. Consideraba sorprendente que alguien pudiera reprimir sus propios deseos, criticó la actitud infantil de aquellos que lo hacían, tachándolos de mojigatos y personas demasiado rectas por resistirse a lo que otros habían sucumbido.

Mi compañera le dijo que no entendía la dirección que estaba tomando la conversación, a quién se refería y por qué decía eso. Él explicó que algunas personas en la empresa lo miraban con aires de superioridad, creyéndose mejores que él debido a que no vivían la doble vida que él llevaba. Su comportamiento me dejó asombrada, pero mantuve una sonrisa en mis labios, consciente de hasta dónde llegan sus alcances.

Mi compañera y yo le hicimos ver que cada individuo tenía el derecho de elegir cómo vivir su vida; él podía seguir con su doble vida y los demás podían abrazar su recato. Llegamos a la conclusión de que la felicidad puede adoptar muchas formas distintas y que cada persona tiene el poder de perseguirla a su manera. Pero, a pesar de nuestro intento por promover una perspectiva tolerante, él no pareció estar totalmente de acuerdo con nuestra postura. Durante todo el tiempo, su actitud alternó entre la insatisfacción y la apatía. Sus ojos se mantenían fijos en los míos mientras hablaba, confirmando silenciosamente que las indirectas estaban dirigidas hacia mí.




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