Castillos de arena

Capítulo 1

Anna

Hace un calor insoportable. El aire acondicionado viejo de nuestro "hotel" —que en realidad parece un gallinero— zumba como un tractor a punto de estallar. Casi puedo ver cómo se derrite bajo el sol. Nunca imaginé que estaría usando protector solar en enero. ¿Verano en pleno invierno? Todo un lujo. No algo al alcance de una funcionaria pública. Pero la vida es impredecible. Nunca sabes lo que te espera a la vuelta de la esquina.

Secándome el sudor con unas toallitas húmedas, eché un vistazo al paquete que me había traído mi compañero. Un bikini rojo. Vulgar a más no poder. Jamás habría elegido algo así. Se nota que esta operación la organizaron hombres.

No tenía opción. Tuve que probármelo. ¡Que los parta un rayo! Me tomó una eternidad descifrar esas tiras.

—¡Andrii! —lo llamé, mirándome al espejo—. ¿Se puede saber cómo se supone que trabaje encubierta con un traje que no cubre nada? ¿Esto es una broma? Me da vergüenza salir a la calle así.

Cuando dije que estaba dispuesta a masticar piedras con tal de atrapar al desgraciado de David Markov, no me refería a esto. ¿Por qué mi equipo entendió que quería hacerme pasar por una escort? ¡Maldita sea! Soy el orgullo del departamento de operaciones: seria, inteligente y decidida. Dos carreras universitarias, hablo tres idiomas. ¿En qué parte de ese perfil entra el papel de actriz de películas para adultos? ¿Por qué demonios tengo que mostrar el trasero delante de unos delincuentes? Si no fuera por los asuntos pendientes que tengo con Markov, jamás habría aceptado semejante humillación. Pero lo va a pagar. Lo juro.

—¡Andrii! —volví a llamarlo—. Este plan no me gusta nada.

—Mientras estemos fuera del país, llámame Andrew —respondió él, con ese inglés macarrónico que daba dolor de oídos—. Acuérdate: la discreción es lo más importante.

—Ya que hablamos de discreción… ¿por qué no puedo hacerme pasar por marinera o cocinera? Este papel… va en contra de mis principios.

—Una marinera no podría estar tan cerca del objetivo sin levantar sospechas. Aguanta un poco, todo saldrá bien. Solo intenta relajarte, deja de fruncir el ceño y sonríe más. Habrá otras chicas, solo sígueles el ritmo.

—Si Markov se me insinúa, le arranco las pelotas.

—No. Vas a soportar y aceptar todo lo que te proponga —advirtió Andrii, alejándose por si acaso unos pasos—. Si no, pondrás en peligro toda la operación. ¿No quieres atraparlo de una vez por todas?

—Más que nada en el mundo —suspiré.

Vale. De alguna forma me las arreglaré. Al fin y al cabo, el Estado ha gastado una fortuna en esta misión. Tengo que demostrar que no fue en vano. Volveré de esta isla con un buen souvenir: el criminal que lleva seis años burlando a las autoridades. Lo entregaré a la justicia y a la prensa. Por fin cerraré ese maldito capítulo que me persigue desde hace años.

Aunque, llamarlo “criminal” es quedarse corta. En realidad, hay que reconocerle algo: Markov es un maestro en lo suyo. No cualquiera se atrevería a robar patrimonio cultural, y menos aún del Museo Nacional. Imagínate: se llevó una pulsera antigua, con un valor equivalente a una provincia entera, y desapareció como si se lo hubiera tragado la tierra. Y justo sucedió durante mi primer turno de guardia. Un bautismo de fuego… fallido. Mientras todos los equipos, incluso los servicios secretos, trataban de seguirle la pista, las joyas seguían esfumándose por todo el país: cuadros, íconos, antigüedades de exposiciones enteras.

Esta vez, sin embargo, no se le va a escapar. Cometió un error. Intentó vender otra reliquia robada —una pectoral— en el mercado negro. Aunque fuera al otro lado del mundo. Una semana de preparación y nuestro equipo ya estaba en la isla de Mauricio. Solo Dios sabe cuánto esfuerzo me costó pasar de patrullera a agente encubierta. Pero ha valido la pena.

—Recuerda —empezó de nuevo Andrii—: solo tienes que registrar el momento en que entregue las joyas. No saques un arma, no los asustes y, sobre todo, no intentes detenerlos tú sola.

—¿Crees que voy a amenazarlos con este juguetito? —saqué de mi clutch, a juego con el bikini, un revólver diminuto—. ¡Con esto no mato ni a un hámster! Denme un arma de verdad.

—¿Y dónde piensas esconderla?

—Llevaré una mochila.

—¿Has visto alguna escort que llegue con mochila? Además, no vas a necesitar un arma. En cuanto el yate toque tierra, nosotros nos encargamos.

—No hace falta que lo repitas mil veces. Me sé la misión.

¿Por qué lo divertido siempre les toca a los chicos? ¿Y si yo también quiero patearle el trasero a Markov? Pero no, a mí solo me tocó enseñar las tetas.

Andrii ya iba a salir, pero se detuvo en el marco de la puerta.

—Anna —me miró de reojo.

—¿Qué?

—Ese bikini rojo te queda mejor que el uniforme.

—¡Lárgate! —le grité.

Qué vergüenza. Qué humillación.



#498 en Novela romántica
#157 en Otros
#6 en Aventura

En el texto hay: humor, aventuras, muy emotivo

Editado: 10.04.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.