Cat-a-clysm

Gatos que hablan y un pez en problemas

"Oh dios.
Oh dios, oh dios, oh dios".
Vaya, bienvenidos de nuevo.
Alessandro... Alessandro no se encuentra en su mejor momento, digamos.
A sido una tarde bastante ajetreada.
¿Quieren saber qué ha cambiado desde que se fueron?
Ja, ja...
Bueno, Alessandro Bianchi está ahora encerrado en su baño, caminando en círculos y convenciéndose a sí mismo que todo estaba bien.
¿Cómo podría estar bien?
¡Su jodido gato estaba hablando! ¡Hablando!
Se sujetó con fuerza el puente de la nariz, respirando profundamente y buscando calmarse.
Debía... debía de haber una explicación lógica a todo esto, ¿cierto?
¿Cierto?
— Demonios, Alessandro, ¿qué mierda está pasando? — susurró, sentándose en la taza del baño y recargando sus codos en sus rodillas.
Estaba demasiado cansado para lidiar con algo así.
Pensó en llamar a la policía, sería lo más lógico de hacer.
Había visto los que eran por lo menos veinte gatos en su sala, además de uno completamente calvo husmeando bajo su cama y la que parecía ser UNA JODIDA PANTERA DORMIDA SOBRE SU ALMOHADA.
Tomó su teléfono, observando la pantalla atentamente.
— ... ¿Alessandro? — una voz lo hizo saltar, casi tirando su celular.
— ¿Puedes abrir la puerta?
— No.
— ¿Por favor?
— ¡Estas hablando, Oliver! ¡No voy a abrir la maldita puerta!
El chico apretó los ojos, su cabeza le había comenzado a doler por tratar de encontrarle sentido a la absurda situación.
— ... ¿Qué demonios está pasando?
Esperó algunos segundos, llegando a la conclusión de que no arreglaría nada quedándose ahí.
"Llama a la policía, estúpido" se decía a sí mismo mientras se mordisqueaba las uñas.
Sí, era lo más razonable de hacer.
Pero mientras marcaba los tres reconocidos números, la perilla de metal de la puerta giró fuertemente, abriéndose por completo.
Los ojos de Alessandro se abrieron en sorpresa, observando con temor lo que entraba a su baño.
El gato anaranjado entró campante, el cascabel en su collar tintineaba con cada paso que daba y su enorme barriga le daba el aspecto de una redonda bola peluda.
De un salto subió al lavamanos, quedando a la altura de los ojos de Alessandro.
— ... ¿Cuando aprendiste a abrir la puerta? — preguntó temerosamente.
— Ah, siempre he podido hacerlo, es muy fácil cuando la dejas sin llave — mencionó casualmente, haciendo que los ojos del chico se abrieran de par en par.
— ¿Ya terminaste de esconderte? — preguntó, matando la idea de que alguien hubiera drogado el café que se tomó en la cafetería más temprano y estuviera escuchando cosas que no existen.
El muchacho tragó saliva, fijando sus ojos en los profundos cafés de su mascota.
— ... V-voy a llamar a la policía — anunció, enseñando el teléfono y sintiéndose bajo la influencia de un maldito alucinógeno.
Oliver lo observó con cuidado, Alessandro incluso podría decir que... burlonamente.
— ¿Qué les vas a decir? ¿"Mi gato está hablando, manden refuerzos"? Lo único que lograrás es que te tomen una muestra de sangre buscando drogas — el gato sonrió, mostrando sus colmillos delgados y filosos.
El italiano estaba sin palabras.
¿Qué, mierda, estaba, pasando?
Su mente lo forzó a recordar todas esas noches donde le contaba cosas a Oliver: esa vez que rompió con Clara y pasó una noche entera discutiéndolo con él, cuando reprobó un examen de matemáticas y le lloró desconsoladamente... incluso esas noches cuando no era más que un niño, y jugaba con su gato al doctor, a los superhéroes, a los bomberos...
Siempre había querido que ese pequeño ser hablara, que pudiera responderle y conversar con él. Soñaba con un compañero de juegos que le interesara subirse a un carrito y aventarse por la rampa del supermercado, o que quisiera leer Harry Potter con él durante una noche larga y lluviosa...
Y... ahí estaba, Oliver.
Oliver hablando.
Su voz era muy diferente a la que había estado esperando, era como charlar con un joven irlandés, ese acento extraño que casi pasa desapercibido, pero ahí está.
El gato ladeó la cabeza.
— ¿Estás en shock? — preguntó, estirando su pata y tocándole la mejilla ligeramente.
El muchacho soltó el aire que no se había dado cuenta estaba guardado, sonriendo con incredulidad.
— Estás... hablando. 
— ¡Hey, lo descubriste! Felicidades, Sherlock Holmes 
— ¡Estás hablando! 
Alessandro comenzó a reír, carcajeándose con fuerza y recargando su espalda en la fría pared del baño.
Esto hizo que el gato parlante lo mirara como si estuviera loco.
Vaya.
— Entonces... ¿no estás enojado? — Oliver preguntó, acercando su pequeña cabeza a el que había sido su dueño por tantos años.
La risa del chico se diluyó poco a poco, dejándolo bastante cansado.
— ¿Enojado? Oh, no — explicó, ladeando la vista y observando al felino.
— Estoy jodídamente confundido.
Antes de que Oliver pudiera decir algo más, una cabecita se asomó tímidamente por la puerta.
Era otro gato, de pelaje gris claro y dos ojos del color del agua.
— Este... ¿Oliver? — preguntó con una vocecita ligeramente aguda.
Alessandro ya no sabía cómo reaccionar a este punto.
— Los... los demás se quieren comer al pez dorado — anunció con timidez, batiendo su cola como una bandera ondeante.
Las pupilas del chico se hicieron pequeñas.
— ¡Fausto! 
El chico salió disparado fuera del baño, atravesando el pequeño apartamento hasta la cocina, en donde una escena escandalosa lo esperaba:
Un círculo de felinos rodeaba la cristalina mason jar en donde nadaba Fausto, el regordete pez dorado de manchas blanquecinas.
Su presencia interrumpió risas, haciendo que los gatos voltearan sus rostros hacia él y lo observaran atentamente.
— ¡No! ¡No! — exclamó, abriéndose paso entre los peludos animales.
— ¡Shoo! ¡Aléjense de él! — los ahuyentó, tomando en brazos al parsimonioso pececillo.
El lugar se quedó en silencio; los gatos lo observaron con cuidado, analizándolo cómo analizarían a su próxima cena.
Alessandro tragó saliva, escondiendo a su indefensa mascota en su chaqueta.
Entonces, en un abrir y cerrar de ojos, el grupo estalló en reclamos y gritos.
El muchacho miró a su alrededor, asustado y aturdido.
La conmoción continuó por varios segundos: reconoció palabras como "¡aliméntenos!", "¡queremos comer!", "¡dénos al pez!" y "¡ya me oriné en la alfombra!".
— ¡Silencio! — el chico vociferó de pronto, callando a todos los gatos de una.
El momento de liderazgo se esfumó tan rápido como llegó, dejando el departamento en completo silencio de nuevo.
En eso, un delgado espécimen tan oscuro como la noche saltó a la mesa, acercándose a Alessandro y observándolo con cuidado.
— ¿Quién eres, humano? — preguntó, su voz femenina la hacía sonar bastante amenazadora.
El chico recorrió las orejas y colas con los ojos, dejando que su mente procesara la escena.
— ... ¿Qué quién soy? — preguntó de regreso, la gata negra asintió.
Soltó un un suspiro incrédulo.
— ¿Cómo qué "quién soy"? ¡Este es mi departamento! — exclamó, señalando a su alrededor con su mano.
— ¿¡Quienes son ustedes!?
El discurso de reclamo del italiano se vio interrumpido por el peso de un enorme gato saltando a su cabeza, casi derribándolo al suelo.
Los animales comenzaron a hacer escándalo de nuevo, esta vez, todos exclamaban un solo nombre:
"¡Oliver!", "¡Oliver!".
— ¡Calma! — el gato anaranjado se dirigió al público, ignorando el hecho de que casi le rompe el cuello al pobre chico.
Cuando los gritos se hubieron disipado, Oliver comenzó a hablar.
— Este es Alessandro, mi humano. No se preocupen, se porta bien — exclamó, el chico levantó una ceja.
— Ya, suficiente — musitó, cargando al animal en brazos y depositándolo en el suelo.
— ¿Qué está pasando aquí? 
— Comenzamos a hablar — la gata negra movió su cola de lado a lado, mirando al chico como si estuviera tonto o algo.
— Sí, eso ya quedó claro — Alessandro volteó los ojos.
— Me refiero a por qué mi departamento está lleno de gatos que hablan.
— ¡Buscamos respuestas! — la voz del que parecía ser un enojado hombre extranjero exclamó, proveniente de un anaranjado persa con manchas blancas que claramente se había comido algo de la alacena.
— ¡Sí! ¡Oliver dijo que podíamos venir aquí! — una gatita joven anunció desde una maceta, aniquilando el que solía ser un tulipán rosado.
El muchacho le dedicó una mirada molesta a su gato, que volvió a sonreír.
Suspiró, dejando al pez en la mesa y sentándose antes de que se fuera a desmayar.
— ¿Cuándo? ¿Cuándo descubriste que podías hablar? — le preguntó a su mascota, que había comenzado a lamerse la pata.
— Me desperté de una siesta, y de pronto podía hablar... y pensar, y tener consciencia, y sentir asco de lamerme la cola-
— Ya, ya — el chico lo detuvo, pensando arduamente.
Los gatos lo miraban, esperando que dijera algo. Pero no tenía ni idea de que decir.
Jamás había liderado un maldito ejército.
— ... Escúchenme, deben entender lo confundido que estoy — anunció, mirando a los animales con cuidado.
— Cuando regresé del trabajo lo último que pensé ver en mi casa fue al elenco entero de Cats, ¿bien? Esto... esto es demasiado confuso para mí — suspiró, los felinos se miraron entre sí.
Una gata siamés saltó a la mesa junto a él, luciendo completamente dócil.
— No te preocupes, Alessandro — lo tranquilizó, su voz era como la de una madre compasiva.
— Ya estás haciendo mucho con dejar que nos quedemos aquí.
Alessandro asintió, levantando la cabeza de pronto.
— Espera, ¿qué?
La horda de gatos comenzó a dispersarse, tomando control de su pequeño apartamento como agua sobre la arena de una playa.
— No, no, ¡no pueden quedarse aquí! — exclamó, pero fue inútil, felinos ya ocupaban más del cincuenta por ciento de su departamento.
— ¡Pido encima de la ropa!
— ¡Yo quiero dormir en la ducha!
— ¡Pantro está ocupando toda la cama!
— ¿¡Quien tiró esa maceta!? ¡Yo iba a dormir ahí!
El muchacho gruñó, dejando caer su cabeza en sus manos.
Oliver lo miró de reojo, pensando en que decir.
— Este... ¿Alessandro?
— ¿Qué?
— ¿Estás molesto? 
— No.
El chico parecía haberse decaído por completo, escuchando inútilmente mientras los gatos destrozaban el lugar.
— ... Luces molesto.
— Oh, cállate.



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En el texto hay: humor, gatos, gato mágico

Editado: 02.01.2019

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