Catarsis

Tlaltepuchis, Mujeres Vampiro de Tlaxcala

A las 10 de la noche aún la oscuridad no invade las calles, el silencio todavía parece lejano con el ruido de los pasos de la gente que llega de su trabajo. A las 10 de la noche quedan cinco horas para ir a dormir antes de las temidas tres de la madrugada.

Fue a las 10:15 cuando Pilar llegó cansada de su trabajo. Tras ser recibida por Sam, un perro Beagle, se quitó los zapatos inmediatamente, se puso las pantuflas que siempre dejaba en la sala, prendió la televisión y se sentó en el sillón, mientras soltaba un suspiro de alivio.

Sam estaba acostado a su lado, cuando de repente empezó a gruñir hacia la ventana. Ladró y subió las escaleras corriendo. Sus ladridos aumentaban cada vez más la intensidad.

Pilar decidió subir a averiguar a qué se debía el escándalo de Sam. Tomó una botella de cerveza vacía, por si tenía que defenderse, y subió sigilosamente. En el pasillo estaba Sam, miraba hacia la puerta que daba a la azotea. Pilar decidió ver en esa dirección y, por el vidrio medio transparente, pudo distinguir la silueta de una mujer con el cabello rizado, abundante y despeinado; notó también las uñas largas de sus manos, las cuales movía en círculos y en dirección a Sam.

Cargó al perro y bajó a la sala aterrorizada. “¿Eso era una bruja?”, se preguntó. Esa noche trató de no pensar más en el asunto, pero no lo logró. No pudo dormir.

 

Pamela recién había llegado a casa tras un fin de semana en Tlaxcala con sus dos nietas: Sofía, de seis años, y Camila, de dos. Durante el trayecto de regreso, Camila no había parado de llorar, por eso, fue como una bendición que se quedara dormida, así que, aunque fueran apenas las seis de la tarde, no la iban a despertar.

Camila abrió los ojos a las 10 de la noche y comenzó a llorar y a gritar “no”. Pamela corrió al cuarto de la niña, prendió la luz e inmediatamente la cargó:

-          ¿Qué tienes, Cami? – abrazó a la bebé, quien señaló a su mascota con el dedo.

-          Es que la señora la asustó – dijo Sofía, quien había entrado a la habitación detrás de su abuela.

-          ¿Cuál señora? – preguntó asustada Pamela.

-          Esa señora – Sofía señaló hacia donde estaba el perro – Pero no te preocupes, ya se fue. Bingo la asusta.

Pamela miró a Bingo, a quien le pudo notar arañazos en el hocico. Al revisar a su nieta, encontró pequeños moretones en su espalda.

 

Al día siguiente, Pilar salió de su casa rumbo al trabajo. Cerró la puerta y cuando giró vio a su vecina.

-          Buenos días, Pamela, ¿a dónde vas con las niñas tan arregladas?

-          Ay, amiga – exclamó Pamela preocupada – es que Camila se trajo una tlaltepuchi de Tlaxcala y vamos ahorita de emergencia a bautizarla… Pero, bueno, luego nos vemos y te cuento bien.

Pamela corrió hacia el auto donde la esperaba su familia. Pilar se quedó estática frente a su puerta, reflexionando sobre si la bruja que la niña se había traído era la misma que la de su casa. Pilar nunca más volvió a ver a la hechicera.

 

A principios de los años 90, una epidemia se desató en Tlaxcala, donde muchos bebés murieron durante la madrugada. Todos ellos amanecían con moretones en el pecho y en la espalda, por lo que los pobladores asumieron que las responsables eran las brujas, también llamadas tlaltepuchis. A pesar de que en la actualidad ya no sucede tanto este fenómeno, en comunidades como Papolotla, Santo Toribio, Tenancingo o San Cosme Mazatecochco, todavía hay gente que asegura haber visto a una.



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En el texto hay: desamor, amor, vida en sociedad

Editado: 11.01.2019

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