Catarsis

CAPÍTULO CINCO Tengo tres preguntas, ¿o no?

ALEKSANDER

La enorme casona tenía una seguridad patética, adecuada para mi condición física actual. Aproveché las sombras para mezclarme, y el último guardia que había quedado, no se dio cuenta de lo que ocurrió mientras su cuerpo caía inerte en el suelo.

Subí las escaleras con calma, sin ninguna amenaza a la vista. Mi anfitrión se encontraba demasiado ocupado. Los gemidos se intensificaban con cada paso que daba. Justo afuera de la habitación, coloqué el supresor en mi arma y abrí la puerta de un golpe.

La escena que presencié…

Govnó.

Eso… no era lo que me esperaba.

Justo cuando la abrí, dos pares de ojos muy abiertos, me observaban con una mueca de sorpresa que podría ser algo cómica, si esta fuera otra situación.

—Vaya, vaya Fyodor, ¿tu esposa sabe de tus preferencias?

—¿Quién mierda eres? ¿Cómo llegaste hasta aquí? —gritó al tiempo que se separaba de su amante, y se cubría con una sábana.

Apunté al otro hombre que se arrinconó en la esquina de la habitación. —Si te mueves, aunque sea un centímetro, voy a dispararte.

Regresé mi atención a Fyodor. Le hice señas con la mano que sostenía el arma, hacia una silla. —Siéntate en la puta silla Fyodor.

—¡Matvey! ¡Novel! ¡¿Dónde carajos están?!

—Muertos, ahora, ¡siéntate de una puta vez! —después de mi grito, el hombre se tambaleó, pero terminó sentándose.

—¿Quién eres?

—Entonces, esto puede ir fácil o puede ir difícil, —contesté ignorándolo—, tengo tres preguntas para ti, si no me contestas, te dispararé, estoy de buen humor, no me lo eches a perder torturándote.

—¿Q-quién eres?

—¿Dónde está Maxim?

Su cara palideció, y comenzó a negar de izquierda a derecha. Le disparé en una de sus rodillas, aulló de dolor y el otro hombre en el rincón gritó.

—¡Joder! ¿Quién putas eres…? — Su mirada estaba analizando mi rostro, y luego me miró por completo. Vi el reconocimiento en sus ojos cuando se agrandaron junto a su boca abierta, sorprendido por su descubrimiento—. T-tú… estás… muerto…

—No soy un fantasma Fyodor, ellos no pueden dispararte. Ahora, segunda pregunta, ¿dónde está Maxim?

—Aleksander Ivankov…

—Esa no es la respuesta. —Le di un disparo en el pie, asegurándome que tocara la punta del dedo hallux.

No es de conocimiento común, pero las puntas de los dedos en los pies, son las partes más sensibles del cuerpo humano.

Y en efecto, Fyodor aulló de nuevo, esta vez tirándose al piso.

—Mierda, ¡solo dile lo que quiere! —su amante en el suelo, tenía una tonalidad verdosa en la cara, lo que indicaba que debía apresurarme si no quería ver el espectáculo que saldría por su boca.

—Cállate Nikita —gruñó Fyodor.

Nikita.

Un momento.

Tomé el pedazo de hoja arrugada del bolsillo de mi pantalón, para verificar.

(imagen no disponible)

—¿Nikita? —no oculté la sorpresa en mi voz— ¿Nikita Kuznetsov?

Sus ojos se agrandaron y asintió con miedo. —S-si…

—Tienen que estar jodiéndome —solté una carcajada— bueno, no a mi precisamente, Nikita, acompáñanos y acércate —señalé con el arma la silla donde había estado sentando Fyodor antes de caer al piso.

Una vez que se sentó, mis ojos se centraron en su rostro tembloroso.

—Bien Nikita, traficante de carne del lado Sur, tengo tres preguntas para ti, si no me respondes te dispararé, o podría dispararle a Fyodor, pero… a él solo le queda un tiro.

—Oh joder —soltó un lloriqueante Fyodor.

—¿Dónde está Maxim?

—No lo sé, ninguno de los lo sabe. —Levanté mi brazo para disparar, pero su grito me detuvo— ¡Espera! ¡Dios!

—Dios no está aquí Nikita, apresúrate, el reloj está avanzando.

—No sabemos dónde está Maxim, Morozov no aguanta el dolor, te hubiera dicho todo al primer disparo, y yo no tengo idea… —levanté el arma con la intención de disparar— ¡Alto! ¡Dios! ¡Por el amor de Dios espera!

—Tic tac… es muy hipócrita que clames a Dios con tanto fervor, cuanto te dedicas a vender a sus hijos al mejor postor.

—No sabemos dónde está, cuando no pudo vencer a la chica Ivankov y la mayoría del Círculo le dio la espalda, corrió a esconderse y nos abandonó, no somos sus manos, no confiaba del todo en nosotros, pero… podríamos saber quién tiene esa información. —Le hago una seña con la misma mano con la que le apunto, para que continue—. ¿Vas a… a dejarnos vivir?

—Eso depende de la información que vayas a darme.

Tragó saliva. —Gle-Gleb… Gleb Solokov debe saberlo, él es su mano izquierda.

Término interesante.

Asentí como si no hubiera escuchado ese nombre antes. Bajé un poco la altura de mi mano armada. —Y ¿dónde encuentro a este Gleb?




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